Tiempo estimado de lectura: 6 min.
Los días de exámenes bimestrales, no hacíamos clase. Solo dábamos el examen a las nueve, y a la hora que terminábamos nos íbamos a nuestras casas, supuestamente a estudiar para el día siguiente; pero eso era algo que pocos hacían. La mayoría prefería irse a jugar futbol a la losa, bañarse en el canal o, si había plata, a jugar videojuegos en las galerías del centro. Solo unos cuantos malogrados preferían ver películas porno en las salas privadas que se alquilaban en los sótanos.
Hasta la memorable mañana que la policía hizo una batida en las galerías, y muchos escolares fueron a parar a la dependencia, por ver películas para adultos en lugares públicos, y en espera de sus padres que fueran a recogerlos con la correa en la mano.
Eran tiempos en que no había internet, y ver pornografía era un privilegio que solo quienes tenían familias asociadas a las videotiendas podían darse.
En mi salón, Junior Esquivel, hijo del abogado y comentarista de futbol Bruno Esquivel, era el único que podía alardear de tener una colección de videos pornográficos en su casa. Su padre los escondía en su estudio, y él había dado con la llave por casualidad. Así que los días que teníamos exámenes bimestrales, hacía un pequeño negocio llevando a quienes se lo pedían, previo pago de cinco soles, a ver una película en la tranquilidad hogareña pues sus viejos nunca estaban en las mañanas.
Uno de los días cercanos a fin de año, yo fui con ellos.
Llegamos a su casa en la urbanización José Granda, con unas botellas de trago y unas cajas de cigarrillos Premier en la mochila, y pusimos cara de chicos buenos para que los vigilantes de la reja nos dejaran entrar sin problemas. Llegamos a la casa de tres pisos donde vivía y, mientras instalábamos el video en su cuarto y preparábamos el trago, discutíamos sobre la película deseada. Los que más conocían eligieron una película “con historia”, esas en la que no solo había parejas tirando como locas, sino donde el sexo se daba enmarcado en una historia de amor y aventura.
Y empezó la película. Estaba en inglés; pero entendíamos más o menos la historia de una hermosa rubia platino, esposa de un rico mafioso, que era testigo de las escenas de sexo que su infiel marido realizaba en casa, y encontraba comprensión en un joven guardaespaldas, fornido y bien dotado, que también sentía atracción por la insatisfecha dama.
Estábamos bromeando viendo las escenas, algunos con la verga al aire, cuando el loco Junior preguntó de pronto:
¿Están tocando?
Nosotros nos miramos en silencio y no oímos nada.
Parece que están tocando, dijo él, poniéndose de pie.
En la pantalla el mafioso estaba desnudo en la cama, entre una rubia y una negra, y nosotros estábamos muy interesados en no perdernos la escena.
Junior salió y bajó las escaleras, y al ratito subió empujando la puerta mientras decía, alarmado, conteniendo los gritos:
¡Mi vieja, mi vieja! ¡Guarden todo, guarden guarden! ¡Apaguen eso, apaguen!
En menos de cinco segundos los vasos, las botellas, los cigarrillos, los ceniceros, fueron a parar al tacho de basura. Se cerraron las braguetas, y se abrieron las ventanas tratando de despejar el olor a humo y cuajo del ambiente. Alguien frotaba el semen del piso con una media, y Fernando Carazas trataban de apagar el VHS que se había quedado atracado en la escena donde el mafioso penetraba a la negra a cuatro patas en la cama y la rubia le dirigía el pene. La imagen no retrocedía ni avanzaba. Estaba congelada, y los demás tratábamos de adelantarla o apagar el equipo, cuando escuchamos una dulce voz de mujer subiendo las escaleras:
¡Junior, hijo!, ¿estás ahí?
Junior golpeaba furiosamente el control remoto; pero tuvo el arte de contestar con voz inocente:
Si, mami. Aquí estoy.
La mujer debía conocer bien a su hijo porque le preguntó sin dejar de subir:
¿Pasa algo, hijo? ¿Qué estás haciendo? ¿Estás solo?
Nosotros estábamos paralizados de miedo como la imagen en la pantalla.
No, má. Estoy con unos amigos.
Los pasos de la mujer se detuvieron en la puerta, y nosotros nos miramos como encerrados en una ratonera.
¿Con quién? ¿Qué están haciendo?
Junior seguía golpeando el control y contestando con voz dulce:
Nada, má. Estamos viendo una película de acción nomás.
¿Qué?
Nada, que estamos viendo una película de acción para relajarnos.
Todos nos mirábamos en silencio, y la voz de la mujer sonó más firme:
¡Abre la puerta!
Junior golpeó con fuerza el control, y la imagen volvió a correr mientras se oía un jadeo desmesurado que fue inmediatamente bajado de volumen.
¿Qué están viendo?, preguntó la mujer.
Nada má. Una película de acción nomás. Para relajarnos. Por el estudio.
¡Abre!, ordenó de nuevo la mujer.
Junior avanzó apresuradamente las escenas con el control, hasta dar con una donde se veía a la rubia platino y al guardaespaldas en un bar lleno de gente vestida, y ahí la dejó. Hizo una seña para que Luisiño Concha y yo abriéramos la puerta, y la abrimos. Una hermosa mujer maciza y colorada, con un vestido amarillo floreado apareció en el umbral, y nos miró con sorpresa disimulada. Los demás, sin saber que decir, solo atinamos a saludar con un murmullo:
Buenos días, señora.
La mujer nos miró como si intuyera algo malo; pero tuvo la suficiente buena educación como para disimular.
Buenos, días. ¿Qué están haciendo?
Junior se apresuró a contestar: Nada, má, estamos viendo una película de acción. Para relajarnos porque hemos estudiado mucho para los exámenes.
¿Qué película están viendo?, preguntó la mujer.
Una película de acción nomás. De peleas.
En la pantalla la rubia platino conversaba con el guardaespaldas en el bar, y todo parecía normal y tranquilo.
Me están doliendo los pies, dijo la mujer suspirando y dejándose caer en un sillón que estaba junto a la puerta. Me he venido caminando desde la casa de tu tía. ¿Cómo se llama esa película?
No sé, má. Es una película de acción nomás. De patadas.
En la pantalla la rubia hablaba algo con tono insinuante al guardaespaldas, y de pronto estiró una pierna y empezó a acariciarle el pene con el pie debajo de la mesa.
Asolapadamente vimos que la señora estaba viendo la pantalla con cara de curiosidad; pero no dijo nada.
Mami, ¿nos no puedes prepararnos una chichita para la sed?, preguntó Junior.
Si, hijito; pero ahorita déjame descansar un ratito.
De pronto el guardaespaldas pareció ponerse muy caliente porque se le hinchó la bragueta y la rubia le empezó a sobar con los dos pies desnudos. Nosotros miramos con angustia a Junior que volvió a insistir.
Ma, una chichita pe. Estamos que nos morimos de sed.
La mujer no dijo nada y siguió mirando la pantalla donde el guardaespaldas se puso de pie, se acercó a la rubia, y ante los ojos de los demás comensales, la levantó en brazos, la tendió en la mesa, le alzó la falda, le abrió las piernas, le hizo a un lado el hilo dental, le abrió la vagina con los dedos y empezó a pasarle la lengua.
¡Aaah!, gritó la señora de tapándose los ojos y dirigiendo la cabeza a un lado: ¿no dijiste que era película de acción?
Nosotros no aguantamos más y estallamos en carcajadas histéricas mientras salíamos en desbandada del cuarto. Todavía algunos pudimos escuchar la inolvidable vocecita de Junior con su tono cínico:
Claro que si, má. ¿No ves que ya empezó la acción?
Photo by Tina Rataj-Berard on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Omar Viveros
De Camaná, Arequipa, Perú. Vivo en Lima. Escribo relatos que he publicado en varios medios físicos y virtuales, y preparo el libro Ciudad del apocalipsis, para colgar en Klinde. Espero que les guste mi relato. Saludos a todos.
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Deja un comentario