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A las seis de la mañana al pintar el alba se acicalaba frente al espejo. Una bata con florituras estampadas sobre un fondo oscuro y abrochada con grandes botones por debajo de las rodillas hasta el grueso contorno de su busto dibujando un recortado escote dejaba ver sus flácidos pliegues grasosos colgando de sus brazos desnudos. Alrededor de su cuello una medalla collar de plata antigua con grabado de San Benito con la Cruz Colgante de 24 pulgadas obsequio de su yerno que compró por dos euros y cincuenta céntimos en una tienda de comerciantes chinos. Sus pies estaban enfundados en unos calcetines cortos y chanclas descubiertas por el talón al estilo Frank de la Jungla. El pelo entrecanas siempre recogido en un muñón a la altura de la nuca con un pasador que se asemejaba a la corona de laureles del emperador romano Julio Cesar. Su cintura estaba ceñida por un delantal blanco con dos bolsillos y un peto que abrazaban su abombado y descolgado vientre como consecuencia de sus repetidos embarazos durante los cuales se le fueron acumulando kilos de más en su cuerpo. Entrada ya en más de los sesenta y cinco años de edad, de cualesquiera conjeturas hacia un chiste.
Regordeta como un tente en pie emprendía su jornada en la lonja donde se encontraban los pequeños comercios que surtían a gran parte de los habitantes de la ciudad. Los comerciantes hacían las ventas de sus mercancías que consistían en productos para consumo diario, carne, pescado,verduras,frutas y otras viandas. Cuando había un exceso de estos alcanzando un superávit necesitaban mano de obra barata para incrementar sus ventas y aumentar sus ingresos. Allí estaba la inocente siempre preparada para el servicio, haciendo bufonadas y dándole salidas a las ventas. Había días que trabajaba mucho y otros cuando llegaba el menoscabo se sentaba detrás del mostrador de cara a los clientes hasta que llegaba la hora del cierre.
A lo largo de la planicie no se oía otra voz como la de ella. El hazme reír de la gente. Ganaba clientes a costa de arrancarle carcajadas a los que por allí pasaban mientras hacían sus compras. “! Ay¡que pena me dá que se me ha muerto el canario” .Entonaba rompiendo el silencio .El canario era su marido fallecido a causa de cirrosis hepática como consecuencia de su prolongada adicción al alcohol. “Se me murió de insolación”. “Ayer estuve de picnic en la playa con mis hijos y merendamos bocadillos con rodajas de mortadela”. Se refería a las chicas que tomaban el sol en top less mostrando las aréolas de sus pechos alrededor del pezón. Estas y otras memeces las cantaba en voz alta.
Alguien entre la muchedumbre encendido por la ira exclamó.
– ¡Sujeta tu lengua tan idiota! ¿No ves que lo que dices es bochornoso para el que escucha?. ¡Déjese de impertinencias y despácheme insensata!
Ella replicó.
– No sé leer ni escribir y a mis hijos los rechazaban en la escuela porque llevaban las uñas largas y sucias! pero yo estoy aquí para servir al rey. Atemperó su voz refunfuñando. Vivo de lo que a otros les sobra y gracias a ello he logrado hacerme un lugar en esta vida.
Una voz contraria se alzó entre el gentío. Era la voz de uno de los mercaderes que enunciaba diciendo,
– “Que buen vasallo si tuviese un gran señor”. Y continúo exclamando en favor de la mujer. Así es como el poder escudriña en lo más profundo de esta mujer pobre sacando a la superficie las reminiscencias del feudalismo ahora incomprensible y desmesurado en esta era robótico espacial, pero que a todos nos divierte y nos hace reír. Aunque lo grotesco sea lo inverso, debería hacernos llorar.
No pretenda con su alteridad ser bálsamo que calme las heridas florecientes de sus penalidades pues más que ayudarle le asusta su omnipotente presencia.
El cómico hurga en la carroña de las conciencias mostrándonos una caricatura que nosotros ni siquiera sospechábamos. Al bufón no solo le está permitido alegrar y perturbar al rey con sus monstruosas estupideces sino también a los nobles que componen su séquito. Sería una pérdida de tiempo y un desperdicio banalizar con comentarios morales y represivos la servidumbre de unos frente a los otros. Los que mandan por la gloria divina otorgan el cargo a Dios que los exime de toda culpa porque son verdades ultimas. Los ricos seguirán siendo ricos y los pobres seguirán siendo pobres a no ser que el beneplácito venga a ellos como agua de lluvia bendita. Pero esto es un imposible de soportar si sabemos que es nuestro propio saber es el que le cierra el paso a la verdad.
– Es que es vergonzoso!, no es apta para atender al público. Replicó el cliente.
– Y usted no tiene ni pizca de imaginación, cuando no llega a comprender la verdadera agudeza de los chistes que está escuchando. Contestó el mercader.
Después del incidente, el individuo que increpó a la humilde mujer la visitó diariamente, siendo el cliente más fiel hasta que finalizo el verano.
Acerca del autor
Escrito por: Carmen Escobedo Vasco
Escritura terapéutica.
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