Por donde empezar sino por el principio, y el principio podría remontarse a la oscuridad de una adolescencia marcada por la timidez.
Esa circunstancia era percibida por los demás como expresión de vulnerabilidad y por ahí atacaban. “Circunstancia” para mi significaba una peculiaridad en mi comunicación y para mi santa madre no era mas que una forma distinta de expresión, con un ritmo mas marcado. En definitiva que tartamudeaba.
Tartamudeaba sin remedio ante cualquier situación inesperada o excitante. Figuraos ese ritmo peculiar (madre no hay mas que una) durante las interminables sesiones de declamación a las que me vi sometido con el fin de superar mi singularidad oral. Pero bueno todo esto viene al caso porque gracias a esas torturas estivales pude apreciar en su plenitud el ritmo que se manifestaba en todo acontecimiento. Los días se sucedían unos a otros con un ritmo lento, mis palabras se entrelazaban con un ritmo desacompasado aunque con su propia cadencia y al cabo de varios veranos esa cadencia adquirió el ritmo sosegado adaptado a la melodía común del lenguaje.
Como me había convertido en un ser solitario , me fui acercando al violonchelo por ser el instrumento con el que me fundía corporalmente a la perfección. La carencia de contacto físico humano la suplía con el acoplamiento instrumental. Pero entiéndaseme bien, nada de fetichismo ni depravación sexual, lo mio era pura física de volúmenes.
Pues en esas andaba y transcurría el tiempo entre notas, ritmos y acordes cuando se presentó la ocasión de entrar en escena y fui casi adherido a un cuarteto de cuerda al que le faltaba un violonchelo para merecer tal nombre y poder dedicarse a la interpretación de la música de cámara del siglo XVIII.
Para mi la sola idea de ponerme ante un publico era insoportable, hay que recordar toda mi etapa de timidez extrema que, aunque carente ya de aquellos episodios repetitivos. no acababa de abandonarme.
Pero ¡Oh Musas! ¡oh maravilloso torbellino hormonal! la situación dio un completo vuelco al presentarme a los integrantes de mi nuevo grupo. Los dos violines, Antonio y Nicolás, eran dos chicos amables que quedaron eclipsados al llegar el turno de la viola. Rosanna fue el verdadero aliciente, la razón de mi adhesión sin fisuras al objetivo de la música de cámara y de todas las músicas que en adelante se presentaran.
Nuestros instrumentos se entendieron desde un principio como si hubieran estado esperándose para interpretar todas las melodías del universo y sus infinitas variaciones. Podéis imaginaros como me sentía: transportado por su sola mirada hacia un mundo de acordes en el que ni desentonaba ni desafinaba. Los conciertos han pasado a ser una expresión más de nuestro acercamiento y sintonía. La música nuestro lenguaje intimo y el publico, el público a veces es como si no existiera.
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