Enero del 88, Tacoma, Washington
Situación: oscuridad completa y absoluta, tanto dentro de mí como fuera. Un zumbido intermitente en mi cabeza. Chispas de tedio. Burbujas que se elevan y que solo veo yo. Tensión. Emoción, malos olores y humo. Alguien me da un codazo. Creo que es Krist. Quiere entrar ya. Quiere, como yo, que empiece todo de una vez, pero, al mismo tiempo, no lo quiere como yo.
Oh, no, nadie sabe hasta qué punto vivo para esto.
Rebusco en mi bolsillo en busca de un cigarrillo, pero alguien me dice que el concierto va a comenzar y que me espere a después, así que me resigno y agarro el mástil de la guitarra que me cuelga del esqueleto con piel que es mi cuerpo. Tamborileo con el tacto de las cuerdas en mis dedos. Sacudo la cabeza. Tengo demasiado sueño para hacer esto, al menos ahora mismo. No he dormido nada en toda la noche. Pensaba en lo que dijo Krist el otro día. Necesitamos un nombre. Él lo sabe, yo lo sé. Lo de actuar cada vez con un nombre distinto tiene su gracia, pero no podemos alargarlo más.
No puedo alargarlo más.
El maldito mundo tiene que saber quiénes somos. Tiene que saber que no somos otro grupito de guaperas que van de rockerillos pero que se dejan desollar por fama y dinero. Tienen que oírnos y salir espantados. Tienen que saber que no hemos venido para amenizar sus estúpidas vidas, sino para revolverlas y sacudirlas hasta que el suelo esté en el cielo y el cielo en el infierno.
Tienen que saber que vamos a destruir todos los cimientos de su estúpido juego desde dentro, que llegaremos a lo más alto y nos lanzaremos desde allí para salpicarles con los restos.
El escenario es pequeño. Como estamos casi a oscuras no alcanzo a ver cuántas personas tengo delante. La mayoría hablan entre ellas y no me miran. Krist se coloca a mi izquierda mientras Dale se sienta a la batería. Mi guitarra ya está conectada. Pruebo algunas melodías que suenan tan bien como los gañidos de un cerdo un día de matanza. Dale le pega a los platillos. Krist me mira. Sabe que hoy no estoy muy animado. Pero nada de eso importa cuando empiezo a tocar.
La batería hace que el suelo vibre, y por un momento temo que el suelo del escenario ceda y nos hundamos en él. Tendría su gracia, ya veo el titular en alguna de esas fanzines de tienda cutre: Ted Ed Fred, caídos antes de ascender. Ted Ed Fred. No, no quiero que ese sea nuestro nombre final. Sé que he pensado mil nombres. Tengo una lista. Los apunto. Se me ocurren cuando menos me lo propongo. Ninguno me llena. Ninguno nos retrata. Ninguno es lo bastante… potente. The Reaganites. Labido. The Mandibles. Bliss. Fecal Matter. Ese último es divertido. Me encantaría oírlo en los programas de radio, «con todos ustedes, Fecal Matter». El país se llenaría con el sonido de las familias escandalizadas apagando la radio. Pero no, no quiero que apaguen la radio, no antes de oírnos, al menos.
La canción arranca con las notas que le arrebato a las cuerdas. Hay personas que no deben de haberse dado cuenta de que hemos empezado, porque siguen hablando, a gritos, como si molestásemos. Otras miran, a Krist, a mí, especialmente a mí. Las ignoro y me centro en cantar, en tocar, en dejar que todo fluya a través de mis manos y mi garganta. Pero no funciona. No se mueven. Nos miran, pero no lo sienten. No se mueven. Nos miran como si fuésemos esos malditos juguetes que baten platillos, como el mono que tengo en el salón y que tanto molesta a Tracy. Yo sigo tocando, sigo dejando que mi mente se suba a los acordes y desconecte. Pero el pensamiento ya está ahí. Y quema.
Moveos. Joder, moveos. Moveos.
Me doy cuenta de que tengo que conseguirlo, de que necesito conseguirlo. Tengo que hacer que esta gente reaccione o nada habrá servido. Krist suele decirme que todo lo que hemos pasado, los rechazos, los desaires, las largas horas de ensayo y los trabajos precarios, todo merece la pena por estos momentos. Yo no lo tengo claro. Esta situación, este local, no me transmite lo que espero que me transmita. Tal vez yo no estoy transmitiendo lo que quiero transmitir a esta gente y por eso no se mueven. Mierda.
Caos. Rabia. Energía. Instinto. Desazón. El maldito dolor de estómago que le prende fuego a mi esófago cuando lo transformo en palabras. ¿No lo sentís? Tendré que gritar más alto para que lo hagáis…
Me vuelvo loco con Downer. Mis dedos son un borrón. Cierro los ojos. Siento cada palabra. Me encorvo y noto el pelo pegándoseme a las mejillas.
—Metaphoric… RAIN!
Mi cuerpo ya no es mío. Soy una marioneta de sensaciones. Mi pierna quiere sacudirse al ritmo de lo que toco. La otra se mantiene rígida, soportando todo mi peso. Mi cabeza se descuelga. Mi cerebro vuela. Mis manos hablan. Mi boca es la salida de todo lo que se esconde para no ser visto. Los oídos me pitan. Me duele la espalda del golpe que me di al tirarme al suelo en el último concierto.
Pero no importa. Nada importa ahora. Mis gritos, mis acordes, todo yo colabora con algo más grande, en un complejo cableado al que se une la base de Krist, su profundidad, y la fuerza bruta de Dale.
Durante Floyd dejo de pensar. No lo hago voluntariamente, solo desconecto. Desconecto de este lugar, de los sentimientos, de los recuerdos. De todo. Me olvido de que casi me pego con el imbécil que nos ha dado las indicaciones para llegar, me olvido del beso que me ha dado Tracy antes de salir de casa, me olvido de la hipocresía que me rodea con intención de tragarme, me olvido de mis padres…
Y de pronto, me siento bien. Ni triste ni contento, ni furioso ni desesperado. La sensación me sorprende. Es agradable. Como flotar. Como perderte a ti mismo sin saber que te has perdido, porque no recuerdas que eres algo y formas parte de un todo cósmico. Me gusta. Es exactamente esto lo que quiero transmitir. Quiero que todos sientan esto. Que consigan desprenderse de lo bueno, de lo malo, de las normas, de la locura, que lo dejen todo atrás y simplemente apaguen el interruptor.
Quiero el éxtasis y la caída, la confusión y la iluminación extremas.
Fundir la superficie hasta dar con el interior.
Me estiro un poco cuando estamos tocando Papercuts. En el fugaz momento en que mi guitarra discute con el bajo de Krist mientras la batería de Dale nos zarandea, grito con todas mis fuerzas, con todo lo que llevo dentro, prendiéndome fuego por el camino y sacándolo fuera.
—I SAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAID SO, I SAAAAAAAAID SO!
Abro los ojos en el último grito. Todos están mirándome. Incluso Krist. Creo que ve una mejoría en mi actitud, porque toca más tranquilo. Y tanto que he mejorado. He visto el brillo de los ojos de esta gente. Apagado. Difuso. Confundido y al mismo tiempo extasiado porque han encontrado algo sin saber que lo estaban buscando. Sus problemas, sus miedos y sus heridas han pasado a un segundo plano, se han desprendido de ellos, al menos durante lo que va a durar este curioso acto de hermanamiento.
Yo quiero acabar cuando antes para hablar con Krist, pero sin prisa. También quiero vivir esto. Vivo para esto. Vivo para este sentimiento, vivo para estos momentos.
Ya tengo un nombre para el grupo. Ya tengo nuestro estado, nuestro grito. Y sé que es el correcto porque, de un modo u otro, siempre ha estado ahí.
—Nirvana! Nirvana! Nirvana!
Nirvana actuó bajo este nombre por primera vez en marzo del 88, meses después.
Deja un comentario