Otras manos me tocan. Vibro sin tu gobierno y no quiero y sí quiero. Añoro tus latidos contra mi espalda, nuestro temblor al unísono. Me llevan de gira tras la estela de tus pasos, por orillas que tú uniste con el esperanto reverberante de mis cuerdas, tus últimas cuerdas vocales; la lengua mestiza del flamenco, los clásicos, el jazz, la bossa nova,… La voz de culturas aniquiladas. Aprendí de ti a ensamblar mi quejío con los cantos de libertad afroperuanos, a callar cuando ellos hablaban y a sumarme a los suspiros.
A solas, sentía el rasgueo vigoroso y armónico de tu pulgar en mi boca de roseta, arriba, abajo, luego un acorde para conversar con líricas falsetas. Y mientras me provocabas escalofríos con el duende de tus dedos, susurrabas que componer es lo que queda y los conciertos se los lleva el viento. Pero cuando me tocabas en vivo, hacíamos volar al público. Juntos levantábamos las pasiones reprimidas en el teatro de la vida, jugando con el cajón, el lamento del cantaor, el temperamento de las palmas y la flama del taconeo.
Otras manos me tocan ahora; pero, tranquilo, los armónicos no se mueven aunque me rascasen sin miramiento: así de fuerte me hiciste y «La Maestra» me bautizaste, cuando, en verdad, solo tú eras El Maestro.
(Relato homenaje a Paco de Lucía. Inspirado en la gira de su última guitarra, organizada por Iberia con músicos y cantaores españoles y latinoamericanos en el verano de 2016).
Las palabras brotan reverberantes, unidas en un mismo son, como si de un concierto se tratase. Enhorabuena, «Maestra».
Paqui Rivera
Hermoso relato.