El público se impacientaba por el retraso, pero no menos que el resto de la banda, cuyo baterista tardaba más de lo habitual, quedando su imponente tinglado de bombo, cajas y platillos presidiendo un escenario mudo. Y un repertorio así sin percusión no iba a ser lo mismo. Las miradas de los músicos dejaban ver un claro desconcierto y la sensación de que había vuelto a ocurrir, y el mánager comenzó a echarse en cara su imprudencia al haber introducido a la seductora Karen en el entorno del grupo para figurar en la prensa mundana y en el resto de medios no especializados.
Cuando la sensual modelo sedujo y cautivó uno a uno a todos los miembros del conjunto de glam-rock latino, alguno ya predijo el fin de Los Dulsitos de Sinaloa, pero a duras penas supieron zafarse de los encantos de la bella, y siguieron componiendo y dando conciertos para su fiel audiencia. Al menos eso fue así hasta que el percusionista se abandonó a las zalamerías de Karen y dejó de lado sus compromisos, sus citas, sus contratos, y comenzó a acudir a las fiestas con glamur, fotos y champán del caro. Fueron tiempos de desorden en el grupo pero de felicidad para Marvin, cuyas baquetas marcaron el ritmo que le dictaba su cándida devoción por aquella voluptuosa figura femenina.
De poco sirvieron las advertencias de sus compañeros o las críticas aparecidas en los periódicos, ya que la situación fue a más, es decir a peor, porque los vistosos actos de promoción se multiplicaban al tiempo que los recitales se hacían escasos y difíciles de contratar: el público quería a los Dulsitos sin “esa”, como acabaron llamándola y a quien hacían culpable de todo.
La situación mostró signos irreversibles de decadencia cuando vieron a Marvin montando guardia bajo el balcón de Karen, dándole una serenata de tambores para deleite de los fotógrafos y disgusto del vecindario. Cuando la bella mandó cambiar las cerraduras de su casa, él no acertó a comprender el mensaje y siguió dando por seguro que eran aún la pareja de moda, de ahí que se plantara obstinadamente ante el portal esperando que su amada abriera. Y no fueron pocas las madrugadas en que lo vieron quedarse dormido en el portal acariciando las baquetas y esperando en vano escuchar el ruido de sus pasos de regreso de alguna velada cosmopolita.
Aquella situación no debió de ser del agrado de la agencia publicitaria que llevaba la carrera de la modelo, de modo que el baterista, que había dejado hacía tiempo de recibir invitaciones para los saraos galantes, y por supuesto tampoco llamada alguna de su adorada media naranja, perdió también el dudoso honor de ser portada de la prensa rosa, y hasta los fotógrafos dejaron de interesarse por el drama. Sin embargo, ajeno a la conspiración, él siguió rondándola sin decaer en su tesón, pero pronto llegaron a su rescate los Dulsitos, que lo sacaron como pudieron de aquella crisis antes de que la policía se encargara de hacerlo de otro modo más expeditivo y que habría sido un baldón sobre el honor de los aguerridos músicos.
—Vamos —le decían—, ella no te merece.
Pero Marvin no tenía oídos para consejos y sí ojos para bañarlos en lágrimas. Y de tanto llorar, llegó a la cordura y aceptó todo el engaño. Ahora quedaba pedir perdón, si acaso había tiempo.
—Es que —se disculpaba— no me acuerdo de que ya no estoy con ella y siempre llego hasta aquí.
En efecto, el desdichado se ponía a caminar sin recordar que la bella ya no lo amaba, y de pronto, llegado al destino, no sabía volver sobre sus pasos, y lo peor es que se veía incapaz de trazar una ruta hasta el local de ensayo.
Su naturaleza atolondrada nunca fue un inconveniente mayor para la buena marcha del grupo, pero esa condición mezclada con un romance sin porvenir podría dar al traste con todo proyecto de futuro, lo que ponía a los artistas ante la disyuntiva de seguir como siempre o parar para siempre.
Aquella noche, cuando ya estaban los Dulsitos por anunciar el percance y anular el concierto, lo que habría significado el fin irreversible de la banda, se abrió la puerta del bar y, del brazo de un agente del orden, entró Marvin, perdido, tal y como lo encontró la policía a la puerta de Karen.
—Me ha vuelto a pasar —dijo confuso—, sin querer llegué hasta su casa, pero luego no recordaba el camino hasta aquí…
Los músicos se miraron como tratando de decidir si se arruinaban con honra o sin ella, pero de pronto sonó un redoble, lo que les decía que el concierto iba por fin a arrancar tras las dudas previas.
En efecto, el concierto solo empezó, porque en los primeros compases Marvin se quedó primero extasiado y luego totalmente dormido acariciando sus baquetas en una inverosímil postura con la que amaneció de madrugada, ya con la sala vacía.
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