Suena el despertador una vez más. ¿Desde cuándo tiene música mi despertador? Le pego un golpe. Se calla. Me levanto y abro las cortinas. Todo igual de precioso que siempre. Mañana radiante donde las haya. Sol y nubes, pájaros cantando, niños correteando, tráfico como rutina.
—¡Adoro estas benditas mañanas! ¡Qué feliz soy!—digo con el ánimo por la nubes (nótese la ironía)
La melodía del despertador se me hace familiar. Me recuerda a la música infantil que ponían los amables feriantes cuando llegaba la época de las fiestas en mi pequeño pueblo. Me evoca a mi infancia. Feliz infancia.
Me visto y desayuno mi original café de todas las mañanas. Salgo a la calle. El portero me abre la puerta y suena la típica canción de las muñecas que bailan ballet y dan vueltas en los joyeros. Sigue siendo extraño pero hoy todo se mueve con notas y canciones. Los hijos del tendero cantan Los Payasos de la Tele y Miliki. La frutera baila copla mientras atiende a sus benditos clientes. Un grupo de jóvenes baila reggaetón en la esquina de enfrente y el cartero escucha I want you de mi gran compañero Bob Dylan. ¿Tendré hoy algún súper poder que me haga escuchar toda la música que escucha el resto de la gente? Entro en el metro. A mi lado se sienta una joven. Su música es única. Su potencia es abrumadora. QUEEN. Cierro los ojos y me rememoro a su concierto del 86. Todo un estadio bailaba al son de sus lágrimas. Todo un estadio cantaba su poesía en canción.
Durante el viaje la joven se interioriza y yo lo hago con ella. The Beatles, AC/DC, The Rolling Stones, Kiss, Guns N´ Roses, Green Day, Metallica, Bon Jovi… Un sin fin de maravillas, simplemente. Por desgracia se tiene que ir, pero antes de marcharse me pone mi canción de Nirvana, Heart Shapped Box. Vuelvo a abrir los ojos y es como si todo el metro hubiera cambiado, el color, las personas, el ambiente, la vida.
Un señor mayor se sienta enfrente de mí. Su pensamiento le lleva a bailar un pasodoble. Manolo Escobar canta ¡Qué viva España! Rápidamente cambiamos de lugar. Ya no estamos en el metro. Estamos en la plaza de un pueblo aleatorio, con su gente. Esa gente que es igual en todos los pueblos. Él saca a su mujer a la pista mientras otras parejas hacen lo mismo. Huele a tradición. Yo como mero espectador disfruto sabiendo que otros siempre lo han tenido difícil y aun así siguen derrochando felicidad y vitalidad.
¡EY! Que se me pasa la parada, vuelvo a estar en el tren. ¿Qué me está pasando hoy? Bajo del tren a trompicones y salgo corriendo para no llegar tarde a mi cita con la Dra. Cuellar, mi psicóloga. Sí, necesito una psicóloga, dicen que tengo depresión. Yo solo quiero terminar mi tesis.
Una niñita de piel de porcelana, pintada de rosa, de estas que da miedo tocar por si las rompes. Con unas manoletinas, falda y camisa. Un lazo enorme le ata la cola de caballo brillante que le hace el pelo. Lleva un antiguo walkman. Puedo distinguir a Michael Jackson entre corchea y corchea y a sus bárbaros movimientos. Una sonrisa de oreja a oreja. Un saludo cordial:
—Buenos días caballero.
—Buenos días guapa—contesto yo.
(Me estoy volviendo majara)
Antes de entrar a la consulta veo un guitarrista callejero que mueve las manos con una soltura indecente a la que golpea con una dulzura que deleitan al personal. Es Paco de Lucía, pero pasa desapercibido. Me guiña un ojo y me dedica una sonrisa.
Entro en la habitación de la Dra. Cuellar y todo está al revés. Como si le hubieran dado la vuelta a cada mueble.
—¿Pero qué pasa hoy? O todo el mundo se ha vuelto loco o yo cada día estoy peor. ¿Sabes que tengo súper poderes, Marga?
—Tranquilo Carlos, es parte de la terapia—me dice tranquilamente
—¿Cómo que es parte de la terapia? ¿Qué terapia? ¿De qué estás hablando?
—Ven, túmbate y escucha.
Me tumbo, cierro los ojos. Oigo un chasquido de dedos. Todo empieza a dar vueltas y de repente para. Abro los ojos. Todo vuelve a estar en su sitio. Me duele la cabeza. Empiezo a mascullar pero Marga me para.
—Antes de que digas nada, te lo digo yo todo. Irás recordando poco a poco. Has estado en trance los últimos veinte minutos. Todo lo que has visto en lo que para ti ha sido esta mañana, ha sido una ilusión. Acordamos una terapia en la que yo te dormía y hacía que tu cerebro despertara a tu corazón. Pensé que la música sería la clave para un futuro catedrático de música. Tu solito le has ido dando la vuelta a todo para rememorar momentos olvidados y situaciones incoherentes. Supongo que ahora estarás completamente aturdido. El próximo día si te apetece seguimos con la siguiente fase. No tiene ni trampa ni cartón. Tu solo irás indagando en tus recuerdos. Dicho recuerdos te devolverán las ganas de vivir. Terapia asegurada. No te aseguro que termines tu tesis, pero vas a acabar encontrándole sentido a la vida.
Salgo de la consulta mareado y muy perdido. Resulta que todo era una simple ilusión, una mentira. Yo ya pensando que tenía súper poderes o que me estaba volviendo loco.
Llego a casa y me siento en el sofá. Las mismas nubes, el mismo sol, la misma brisa, los mimos pájaros. El tráfico sigue siendo rutina. Pero algo en mí ha cambiado. Es verdad que ha sido la música la que me ha hecho hurgar en mi memoria. La que me ha devuelto el interés y la ambición.
Ya sé como terminar mi tesis.
“…Porque la música es la que nos resguarda de la verdadera realidad. La que nos escucha cuando nadie nos entiende. La que nos hace sentir en cualquier momento de nuestras vidas, sea cual sea nuestro estado emocional. Porque la música nos da las pautas para resolver nuestros complicados conflictos. Porque la música marca el compás que seguimos en nuestro día a día. Porque es nuestra música, y es nuestra vida…”
A golpe de corchea conseguí mi objetivo. A golpe de corchea atravesé mi depresión. Y a golpe de corchea viví mi vida como nunca antes la había vivido. Con golpes de eufemismos y con un ritmo de infarto.
Deja un comentario