Arturo se apresuró a trepar por la escalera de mano que le llevaría fuera de la alcantarilla, y al salir al exterior la música le rodeó.
Se sintió desconcertado durante unos instantes, envuelto en la penumbra, perdido en el estruendo que le rodeaba, sin saber dónde se encontraba. Hacía un momento había atravesado las alcantarillas persiguiendo a una figura encapuchada que huía con el Corazón de T’helo, el famoso rubí que había sido robado de una colección personal unos días antes. Arturo, viejo detective, había aceptado el caso, y su buen ojo y experiencia le habían guiado hacia la pista correcta. Y ahí estaba ahora, en plena persecución.
Claro que esperaba verse en plena calle al salir de la alcantarilla, y sin embargo se encontraba en ese extraño entorno, oscuro, rodeado por barras de hierro que se atravesaban diagonalmente en su camino, con un techo de madera que por los pelos le superaba en altura, dándole la impresión de que no podría caminar erguido entre todos los obstáculos.
Y entonces se dio cuenta de lo que pasaba, claro. ¡Estaba bajo un escenario! Eran las fiestas de la ciudad, y la figura encapuchada había elegido abandonar las alcantarillas en la plaza donde tenían lugar los conciertos, dándose la casualidad de que habían ido a parar justo debajo del escenario montado para los mismos. Arturo se preguntó si habría sido algo intencionado o si su perseguido se habría llevado la misma sorpresa.
Trató de aguzar los sentidos todo lo posible para localizar a su presa, pero en la penumbra solo era capaz de escuchar el atronador ritmo de las guitarras y la batería sobre su cabeza. Entonces se dio cuenta, conocía esa melodía, y conocía la voz que, aunque apagada, era capaz de escuchar a través de los tablones del suelo. Se trataba del rock duro de “The Watchers Of Modern Times”, el grupo preferido de su juventud, su música de trabajo, la que le había acompañado en esas largas noches de revisión de pruebas en su despacho, mientras aprendía todo lo que tenía que aprender sobre la profesión.
Hacía muchos años ya de eso, y tanto Arturo como “The Watchers” habían incorporado a su profesión las arrugas y las canas, pero ninguno de ellos había dejado de estar en activo. Y en ese momento Arturo no sabía qué le sorprendía más, si que el ayuntamiento hubiera decidido contratarles para las fiestas locales, o que él mismo no se hubiera enterado. Era cierto que el trabajo le mantenía demasiado ocupado como para preocuparse de leer el programa de unas fiestas, pero por más que intentase concentrarse en ese momento solo pensaba que le habría gustado asistir.
“Y estás asistiendo”, se dijo a sí mismo. “En cierto modo”. Sonrió, pensando en las vueltas que daba la vida, mientras reconocía el largo solo de guitarra que había llevado a la cima de las listas de éxitos la canción “Can you hear the people looking”.
“Como toquen Cherry Eye Dragon me muero”, pensó el joven fan que aún vivía dentro de su cansada cabeza.
Pero no debía distraerse, se recordó a sí mismo. El encapuchado había salido a este mismo lugar, y no podía encontrarse muy lejos. Arturo sacó la pistola que escondía bajo el abrigo, y comenzó a avanzar entre los soportes de hierro, sus ojos atentos ante cualquier movimiento fugaz entre las sombras, sus oídos inevitablemente fugados hacia el espectáculo que tenía lugar unos metros más arriba, perdidos entre los riffs de guitarra y los golpes de percusión que hacían vibrar lo que para él era el techo y para los artistas el suelo. Su mente arrastrada irremediablemente a años mejores, llenos de esperanza y, sobre todo, de la música que le acompañaba en todo momento. La banda sonora de su juventud.
Arturo llegó al límite lateral del escenario, y lo palpó con la mano en la oscuridad. Resopló. En otras ocasiones los escenarios improvisados como ese eran rodeados por una simple tela, pero alguien debía haber querido que este escenario estuviera a la altura del grupo que iba a actuar en él, y al parecer lo habían reforzado con tablones de madera. Arturo avanzó unos metros entre los obstáculos, manteniendo su mano en la pared de madera, y reflexionando. En alguna parte tendría que haber una puerta, o una trampilla, o algo. Pero, mientras no la encontrara, lo más prudente sería pensar que el encapuchado seguía en alguna parte, escondido en la oscuridad, quizá aguardándole, o quizá solo esperando a que se rindiera.
Llegó al fondo del escenario y dobló la esquina. Su primer objetivo sería acotar todo el escenario de esa forma, y luego decidiría. El sonido grave de la percusión retumbaba de forma más notoria en esa parte del escenario, y mientras avanzaba se dejó llevar por el ritmo del estribillo.
“Can you hear the people looking, they all fear what you’ll become”.
Una sombra salió de la oscuridad para ponerle la zancadilla. Arturo se precipitó hacia delante, girando en el último momento para caer de costado sobre una de las barras de hierro diagonales, aplastándose el dorso de la mano y soltando la pistola.
Maldijo por lo bajo mientras lanzaba un puñetazo a ciegas, tratando de defenderse. Golpeó algo blando, y oyó un gruñido que le pareció muy lejano. Optimista, volvió a lanzar otro puñetazo, pero su puño chocó en la oscuridad contra otra barra de sujeción, inundando sus nudillos con un dolor palpitante.
“Can you hear the ghosts spooking, ‘fore you know it they’ll be gone”.
Arturo se giró y se reincorporó, maldiciendo su estupidez por no estar más atento. Miró a su alrededor, pero parecía que el encapuchado se hubiera esfumado. Frotándose el dorso de la mano, se agachó y tanteó el suelo en busca de su pistola. Comenzó a ponerse nervioso al no encontrarla por ninguna parte. Aquello era malo. Muy malo.
Sobre su cabeza la música se aceleraba, precipitándose hacia el contundente final de la canción, y contribuyendo a que sus nervios se crisparan más y más. Desesperado, Arturo comenzó a caminar hacia el escenario, seguro de estar siguiendo los pasos de su objetivo.
Y efectivamente, unos pasos más adelante la distinguió, la túnica del encapuchado, de espaldas, junto al escenario, quieto, como si simplemente estuviera disfrutando de la música. Y quién no querría hacerlo.
Arturo nunca había sido totalmente sigiloso, pero hizo todo lo posible por no hacer ni un solo ruido. Sin duda la música le estaba ayudando a conseguirlo, porque la silueta no parecía estar percibiendo nada. Con el sudor corriéndole por la frente, llegó hasta él.
Haciendo uso de toda su rapidez, el detective se lanzó a coger sus brazos para inmovilizarle, y al agarrarlos lo notó. No había nadie dentro de la túnica. El encapuchado se la había quitado y la había dejado allí, colgando de una de las barras, al lado del escenario.
Era una trampa.
Arturo se giró con rapidez, pero era demasiado tarde. Allí estaba la silueta oscura, el brillo de su pistola en la mano, la blancura de su sonrisa destacando en la penumbra, y su dedo, Arturo estaba seguro, acercándose al gatillo.
Con un estruendo triunfal, los cañones de pirotecnia dispararon sacos de confeti sobre el público, y la canción terminó entre vítores.
Y Arturo cayó, mientras la sombra se tomaba la calma de recoger su túnica y alejarse en la oscuridad tranquilamente. Mientras la oscuridad se oscurecía aún más, Arturo sintió el frío y la humedad que invadía su pecho, allí donde la bala había impactado.
Unos metros más arriba, el grupo comenzó a tocar “Cherry Eye Dragon”.
Arturo cerró los ojos, sonriendo con sus últimas fuerzas.
Deja un comentario