Pasión. Entusiasmo. Hacía meses que no encontraba en mi interior nada que despertara estos sentimientos. ¿El motivo? Estuve buscándolo para así poder remediarlo.
Cansada de esta sensación hoy decidí hacer algo distinto. Tampoco tenía por qué ser una locura increíble ya que cualquier pequeño cambio en tu rutina puede abrirte un mundo de posibilidades. Eso es algo que todos deberíamos comprender y poner en práctica.
Así pues, me armé de valor, dejé a un lado el gesto serio que resultaba ser mi fiel acompañante durante este tiempo y decidí vestirme como una “persona normal” e ir en busca de una “pequeña aventura”. Necesitaba un cambio o, simplemente, que la vida me descubriera algún aspecto nuevo que yo no conociera y que me ayudara a volver a gozar de esta.
Reflexioné durante algún tiempo y finalmente decidí encaminarme hacia uno de esos sitios donde se realizan todo tipo de actuaciones por parte de aquellos que lo deseen. Se suele conocer como “noche de micro abierto”. Siempre me han parecido interesantes y lo mejor de todo es que impulsan a las personas a crear. Sí, crear. Sencillamente estos lugares dejan que los pensamientos y preocupaciones de las personas vuelen libres y sean compartidos con otros. Me parece algo increíblemente artístico.
Llegué. Allí estaba yo, tranquila, y como siempre acompañada de un café caliente y expectante por ver qué me depararía aquel lugar y su gente.
La velada transcurrió tranquila. Varios poetas anónimos nos deslumbraron a todos con su lírica, pero sin duda lo mejor fue la música en directo. Una pequeña banda de blues cerraba las representaciones. Nunca en mi vida había disfrutado tanto con este género. Tan refinado, bohemio, relajante. Podría calificarlo con mil adjetivos más, pero la sensación que provocó en mi interior solo se podría calificar con una palabra. Eviterno.
El ambiente se condensó rozando incluso lo lúgubre. Los solos de saxofón llegaban a mi corazón como ondas en el aire, como si fueran olas de mar que arrastran los granos de arena de una playa. La sensualidad del guitarrista que rasgaba las cuerdas de su guitarra creando sonidos que envolvían mi cabeza. Los platillos de la batería resonando de forma ininterrumpida. El pianista acariciaba las teclas de un bello piano de cola mientras cerraba lentamente sus ojos, y yo intentaba imaginar en qué estaría pensando. Fue en ese momento en el que volví a ser la que era.
El instante en el que la música entra en cualquier sitio provoca que veas tu alrededor de un modo distinto. Las miradas se cruzan, los gestos se suavizan. Te sumerges en una película que se aleja del mundanal ruido de lo cotidiano.
Me dejé llevar. Recuperé las ganas de vivir gracias a una melodía que caló en lo más recóndito de mi ser. Lo que fuera que me hubiera hecho sumirme en la mayor de las tristezas y desesperaciones se había esfumado. Bendita música para el alma. Bendita casualidad.
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