Una sensación inmersa en mi cabeza balanceaba mi cuerpo sin poderlo evitar. La música no daba lugar a dudas, cada año se repetía esa sensación, con la añadidura del “Ron cremat”, colores azules y rojos daban vueltas a mi alrededor siguiendo las olas provocadas por las llamas que salían de las cazuelas de barro perfectamente alineadas, que las manos sabias de los voluntarios subían y bajaban al son de las habaneras.
Era el colofón de las fiestas de Santa Coloma. Este año venía ese grupo que me gustaba tanto, “Peix fregit”. La voz de tenor se mezclaba con las del bajo y el barítono, en una melodía que invadía tus sentidos. Ni una nota fuera de tono, el acoplamiento de las voces era tal que sonaban como una sola. Al pasar los minutos, más identificada te sentías con aquellos artistas que, aunque modestos, bien se podían comparar con los que están en la nueva ola, pero que los grandes gurús de la música no se han fijado en ellos. ¡Bah!, música tradicional, dirían. Supongo que a ellos les importaba un rábano lo que pensaran los grandes gurús, cantaban para pasárselo bien y hacer disfrutar a los demás; así que: objetivo cumplido. Yo, desde luego, me divertía y notaba una emoción difícil de explicar, son cosas que las has de vivir para comprenderlas.
El escenario era ideal, la escuela de música, con ese edificio modernista detrás, impregnando protección a la vez que señorío y alcurnia a los artistas que se encontraban en escena. Vamos, un verdadero paraíso.
Las llamas han menguado, el ron casi está listo para ser degustado en la media parte, que ya se va acercando. Los artistas cantan las últimas notas de su habanera “El meu avi”.
Hombres y mujeres comienzan a hacer cola ante las cazuelas de “Ron cremat”. Recogen su vasito, al que le añaden pequeños granos de café y azúcar para afianzar el sabor dulzón; pero a la vez fuerte, que lo convierte en más delicioso. Los sabores son diversos, según la destreza del cocinero. A algunos no se les ha llegado a quemar del todo el ron y conserva su sabor de alcohol, y a otros les queda más suave y dulce. Sea como fuere, todo el mundo disfruta de aquel momento relajante, incluso algunos repiten.
Se acaba el descanso, se reanuda el concierto. “La barca xica” es su primera pieza. En ella nos cuenta como un niño con un zueco de un pescador se hace una barca pequeña, y nos relata todo su proceso hasta que la bota en el mar. La música es cadenciosa, como si se estuviera acunando a un bebé, y sus voces nos transportan a ese mar Mediterráneo tan retratado por artistas, poetas y cantantes. Yo me dejo llevar por el balanceo de esa barca que poco a poco se adentra en el mar, dejándose mecer por ese suave oleaje. Ya no siento el calor que aún respira el mes de septiembre, solo la brisa que acaricia mi cara.
La “Barca xica “deja lugar a una habanera más movida, no se puede dormir el personal, hay que despertarlos para continuar deleitándolos con el concierto. Al día siguiente hay que madrugar; pero no importa, seguro que cuando me encuentre en los brazos de Morfeo soñaré con estas preciosas melodías.
Como colofón final, nos levantamos y con los pañuelos blancos en la mano coreamos todos a unísono “La bella Lola”. Entonces entramos en éxtasis, una voz alegre surgió de nuestras gargantas y todos nos sentimos parte de una gran familia, nos movimos y como una sola voz cantamos:
Ay que placer sentía yo,
cuando en la playa sacó el pañuelo y me saludó;
pero después vino hacia mi,
me dio un abrazo,
en aquel lazo creí morir.
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