Me preparo para vivir el momento más duro de toda mi vida. Quizá se vea exagerado, ya que solo tengo dieciséis primaveras; pero puedo asegurar que, esta noche de verano, no la olvidaré nunca…
Hoy es la noche de San Juan. A Susana le han regalado dos entradas para asistir al concierto de su ídolo: una para ella, y otra para mí. Es su fan número 1; y yo el pringado número 1 desde el momento en que accedí a acompañarla.
Todavía recuerdo el entusiasmo con que me lo dijo.
«¡Carlos, Carlos…! ¡Me han tocado dos entradas para ver a Román Cuervo! ¡No me lo puedo creer! ¿No es genial? Voy a estar en primera fila, ¡casi a su lado! Sabes que me encantan todas sus canciones. Es tan romántico… »
Y recuerdo su tierna carita mientras me lo contaba, no puedo borrar la imagen. Sus manos entrelazadas, como dando gracias al cielo por un regalo tan especial; sus ojos brillantes, como dos perlas, y una sonrisa de oreja a oreja. Era incapaz de estarse quieta; la euforia no se lo permitía.
«Me acompañarás, ¿verdad? Di que sí, venga. Porfi. ¿Sí?».
La miré. Volví a ver sus ojos brillando en una nube feliz, su hermosa sonrisa y su pasión. Hay miradas que matan, y más si se trata de contemplar a la chica que… bueno, sí, me gusta bastante; por ello no pude resistirme. Tonto de mí.
«De acuerdo, te acompañaré»
«¡¡Gracias!!»
Hace seis días de esto, y desde entonces no he podido borrar de mi mente su amplia felicidad; pero tampoco su beso. Me dio uno en la mejilla, muy fuerte y sonoro. Me abrazó y me besó con ímpetu. Creo que debí ponerme rojo, y no arranqué a decir nada. Imposible.
Ahora observo desde el cristal del autobús, llegando al lugar del concierto, cómo varias parejas, agarradas de la mano, abrazados y riendo, caminan en dirección al estadio. Román toca en el campo de fútbol, y las entradas se han agotado como si fuese un encuentro entre el Madrid y el Barça. Yo entreno en él dos veces a la semana. Soy portero, pero Susana nunca ha venido a verme. No le gusta el fútbol; pero claro, tiene que venir el moñas este para que pise lo que considero mi segunda casa. En fin…
-¡Ya hemos llegado! –grita-. ¡Qué nervios!
Bajamos del autobús. La gente –sobre todo las niñas- chillan, totalmente eufóricas. Escucho comentarios, como…
«¡Tía, tía! ¿Te das cuenta de que vamos a ver a Román?/ ¡Está buenísimo! No me lo puedo creer. ¡Román Cuervo delante de mis ojos!/ ¿Crees que podré darle un beso?».
-¿Tú también vienes a ver a Román? –le pregunta una chica a Susana, sin dejar de dar saltitos, muy nerviosa.
-Sí, claro que sí. –Por supuesto que sí. He estado a punto de decir que no, que venía a ver al Dúo Dinámico, pero me he contenido.
-Estás muy serio, Carlos –me dice, y lleva razón-. ¿No te alegras?
-Mucho –miento, y además, fatal. Mi cara me delata.
-Ya, claro –responde ella con ironía-. Alégrate. Créeme que será una noche magnífica.
Para ti, pienso.
Entramos al estadio. Jamás en mi vida he subido al palco para ver a mi equipo, y las veces que he soñado con hacerlo, esta no era precisamente mi idea.
-Vamos, Carlos.
Me sube, casi arrastras.
*****
Román canta.
–Es la alegría de vivir, oh, o-ooó, oh; es la alegría de vivir. Y que con tus labios sienta la fuerza en la que me envuelven tus besos.
-¿Por qué me envuelven? –pregunta, dejando el micrófono en alto para que todas –que son chicas las que responden- griten:
-¡¡PORQUE TE QUIERO PARA MÍ!!
-¡Gracias, Valladolid! –saluda y todas gritan, silban y saltan, emocionadas. Yo miro para abajo, aunque voy viendo de reojo la cara feliz de Susana. Me alegro por ella, pero me muero de rabia al ver cómo mira al cantante.
-No estás a gusto, Carlos –me dice.
-¿Te soy sincero? –respondo, algo quemado por la situación-. La verdad es que no. Es que… ¿Para qué me has traído?
Ella se detiene. Se hace un silencio entre nosotros, a excepción del estribillo como telón de fondo.
«Y que con tus labios sienta la fuerza en la que me envuelven tus besos. Porque te quiero para mí»
-Bueno, chicas y chicos –dice Román al terminar la canción-. Hoy es un día muy especial para una mis mayores fans. La tengo aquí conmigo, justo ahí, en el palco. –Señala a Susana. Ella se ruboriza-. Y me gustaría poder saludarla delante de todos. Un aplauso para ella, por favor.
Mi amor imposible baja mientras todo el mundo la aplaude. Le da dos besos a Román, y siento que el corazón me explota contra el pecho. Me muero de rabia. Aprieto los puños, agacho la cabeza y pienso por unos segundos. Cuando la escucho hablar con tanta alegría, me levanto para salir. ¡Abandono!
-Bueno, Susana –dice el cantautor-. Me tienes aquí. ¿Qué te gustaría que cantase para ti?
-Me gustaría que cantases “Amor eterno”.
Encima, me digo casi fuera del palco. No lo soporto más.
-Pero no solo para mí, sino también para mi chico Carlos. Ha venido conmigo. Está ahí arriba.
Sé que el corazón no me ha explotado porque ahora me late con fuerza.
¿So…y su chico?
Me giro. La veo sonriéndome desde el escenario. Me hace gestos para que vaya. Por un instante no soy capaz de reaccionar, pero en décimas de segundo, brinco, esquivo los asientos y bajo todo lo deprisa que puedo. Corro hasta ella. Al llegar, la abrazo con fuerza; damos vueltas en el aire. Todo el mundo nos aplaude, hasta que la tensión se masca cuando nos miramos con fijeza, en completo silencio.
-No… no entiendo nada –digo, con voz nerviosa, como todo mi cuerpo.
-Te dije que sería una noche magnífica –Me sonríe. Se muerde los labios antes de mirar los míos, y los va acercando. Cuando casi nos besamos, me susurra-: Era una sorpresa. Te quiero a ti.
El corazón vuelve a latirme con fuerza. No puedo creérmelo. ¡Estoy feliz! ¡Me quiere!
-Pe…ro…
-Calla, tonti –me interrumpe, y después me besa. La canción comienza a sonar.
Mi amor por ti. Mi amor por ti es ese sentimiento que me paraliza los sentidos, que me hace sonreír. Es mi amor por ti.
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