Desde el mismo momento que, con ayuda de los focos recorriendo la escalinata, imaginé su tobillo fino en el zapato beige de tacón, y cómo se deslizó del taxis en la misma puerta del hotel, tuve la certeza y el deseo de que de ahí podía salir una historia. Siguieron interesándome las supuestas medias negras, transparentes, ajustadas a sus piernas de curvas imprescindibles y ya, como ante las puertas del cielo, al ponerse de puntillas e inclinar su culo respingón para pagar al taxista, descubrí su larga melena caoba, que terminó por embarcarme de lleno en el palpitante guión que bullía en mi mente. «No hará falta casting. Ella será la insustituible protagonista. Si nada lo remedia, será el alma de la película»
Desde que mi pelo comenzó a teñirse con hebras blanquecinas, que al mirarme en el espejo mortificaban mi gallardía y mi, hasta entonces, mayor atractivo varonil, sólo me ha satisfecho imaginar e ingeniar personajes fascinantes, mágicos. Con esta mujer, este personaje encantador, creo que he acertado. La mujer de la penumbra, pequeñita, algo madura, con diminutos trazos en su frente reflexiva, pómulos pronunciados, ojos que, al final de esa tarde de marzo resaltaban como los de una tigresa, y cuerpo de metro sesenta, enfundado en tulipanes de tela de raso, brillante y curvo como un delicioso jarrón chino, iba a ser mi personaje principal.
Me dieron ganas de salir de entre los setos, hacerme el encontradizo por el paseo de arbustos hasta los escalones de la entrada, y ayudarle con sus dos maletines rojos, pero no, no quise romper el hechizo de lo misterioso, de lo irreal. Soy guionista. Debo inventar, suponer, adivinar, soñar. No podía salir a la luz y entrevistarme con esa monadad de cincuenta años bien llevados, que ha emprendido un viaje en un ocho de marzo, día de la mujer, y tiene derecho a disfrutar como quiera de su fingida soltería -como me indicaba la marca en el anular de la desaparecida alianza. ¿Busca tal vez una aventura? Evidentemente, no. No es mujer de infidelidades. Lo refleja su rostro ingenuo sin huella de pasiones mundanas, de encuentros furtivos en la oscuridad. Su traje nada provocativo. Menos aún, entre las sábanas sucias de un motel de carretera, ni tampoco de un hotel de cuatro estrellas. Quizás pretenda desaparecer de su entorno durante un par de días. Así lo escribo, literal, en mi borrador. Tiene que sonar todo a verosímil, auténtico. Ama a su marido, pero… por qué no, al fin y al cabo sólo huye unas horas del señor comilón de: «aquí me las den todas» por qué no poner unos kilómetros de por medio al de: «querida, no me afeito, para qué, si no vamos a salir a ningún sitio»; al mismo de: «oye, chata, tráeme la cerveza y los panchitos, va a empezar el partido, por fin juega Marcelo» con esa mano grande, aferrada al mando del televisor.
«Sé que he recurrido tarde a hacerme guionista. Cuando termine mi guión y lo presente a la productora, el director me tratará de loco, como otras veces. Ya sabe que soy un escritor frustrado. Vivo de la ficción, de imaginar situaciones, lugares fantásticos que sólo existen en mi imaginación, personajes de magia esfumándose entre los relámpagos de una tormenta, pero no lo puedo evitar. Ahora, en estos momentos tan insólitos, hasta yo mismo me creo que conozco físicamente a esta mujer, que la he visto llegar y bajar del taxis, y que he acariciado la suavidad de sus cabellos, pero nada más lejos de la verdad. Se llamará Berta y ella escuchará mi voz»
«Quiero que se llame así: Berta. Es un nombre corto, fácil de pronunciar, de escribir, no ocupa sitio, no desentona en ella, que no es joven, pero tampoco vieja, no es ni mucho menos rica, pero tampoco pobre»
Me imagino que la mujer asciende decidida por las escaleras del hotel. Sube muy despacio, con la espalda encorvada por varias horas de viaje. Estoy viendo que se le acerca el uniformado de siempre, el don Juan de pacotilla: -Mademoiselle -le dice haciéndose el finolis, ¿me permite ayudarla? Ella le sonríe con su sonrisa de ángel. Le da el maletín más pesado y su cara denota tranquilidad, como si se sintiera protegida con ese grandullón. «Pero no, ¿qué hago? Yo no quiero escribir eso. La chica no debe comportarse así. Está muy cansada, pero no acepta la ayuda del empleado que, además, es más bien flacucho y viejo. ¿Qué clase de personajes son éstos que no me obedecen, que no respetan mis decisiones, mis planteamientos? ¡Ni hablar! No quiero un dejà vu . Tal vez soy yo el que piensa las cosas del revés, el que pone secundarios o protagonistas planos.
He estado todo el día y toda la noche pasada con insomnio, la falta de ideas, ¿qué puñeta? la edad, que va anulando a la persona, no sé, el caso es que he pensado en abandonar, en tirar la toalla. No me hace falta trabajar para ganar unos putos euros. Mi situación económica es extra, no venderé el yate ni la casa de la playa. Es que no se me ocurre una linea, una palabra que tenga un mínimo de interés, de intriga, ¡qué coño! sólo pensamientos huecos, faltos de sentido, ¡uf, qué bochorno! Hace bochorno. La primavera ronda por el ambiente. Saldré otra vez al lado de los setos a fumar un cigarro, y a ver si esa luna llena me manda energías positivas para construir guiones que atraigan al resto del equipo. No son de encargo. Es mi vida. Lo único que sé hacer, con lo único que -aparte de escritor- me he sentido dichoso.
La tarde declina. Ya sale Berta con el mismo vestido de tulipanes, mejor color de cara por el aire de la sierra. Ha estado poco más de veinticuatro horas. Lleva unos paquetes que habrá comprado en la tienda de souvenirs. ¡Cómo me gustan sus piernas que adivino aprisionadas en las medias oscuras. Me dan ganas de acercarme y ayudarle con los maletines, y preguntarle para qué y el qué lleva en esos paquetes, pero va con prisas. No quiero ser indiscreto. Todo llegará. Aún en la penumbra advierto su mirada de gata siamesa. Acaricio, como si fuera el viento, su melena color caoba pero, prefiero conservar el anonimato, aunque de puntillas, me aproximo y, como un fantasma, le abro la puerta del taxis. Es el mismo que la condujo hasta aquí, el mismo chófer. En poco tiempo he imaginado tanto de su vida. Como decía un profesor que tuve hace años: a los personajes hay que conocerlos bien, hablar constantemente con ellos, saber qué piensan, qué hicieron en su vida pasada, comer con ellos, ducharse con ellos, dormir con ellos…
Sé que Berta regresará mañana al hotel. Le ha gustado mucho el clima, estará unos días. Para eso yo decido lo que quiero, ¡es mi guión! Ahora arrancan. Me quedo solo, pero no triste. He conocido a un personaje redondo y disciplinado, seguiré con su epifanía. «Cuando transforme mis apuntes en guión y lo lleve a la productora, confío en que busquen una actriz idónea para interpretar el papel»
No me acuesto todavía. Quiero aspirar esta sensación del césped humedecido, saludar a las luciérnagas que alumbran mi mente, a la Osa Mayor que disipa las confusiones. Deseo rejuvenecer al menos diez años para que desaparezcan mis canas. Recordaré con más nitidez, la hermosa melodía de El humo ciega tus ojos. Me pondré más a la altura de Berta, mi maravilloso personaje de la penumbra del que tengo el pálpito, no sé… de que quizás, dentro de una hora o dos regrese en el mismo taxis, con el mismo vestido de tulipanes, con las mismas medias ajustadas. «Tengo que quitarme la costumbre de enfrascarme, como siempre, en mi prosa poética, y escribir única y exclusivamente mi querido guión que, por cierto, quizás titule «Mujer en la penumbra»
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