El cinco de marzo de 2017 tuvo una pesadilla. La tarde de antes había decido ver la película Los cuatro jinetes del apocalipsis , cuyo guion de Robert Ardrey y John Gay, estaba basado en la novela homónima escrita por Vicente Blasco Ibáñez. Anselmo ya sabía que los hechos narrados en la novela tenían lugar en la Francia de 1914, tiempo de la Primera Guerra Mundial; mientras que los hechos de la película, dirigida por Vincente Minnelli, transcurrían durante la Segunda Guerra Mundial.
Anselmo se acostó turbado pensando en Madariaga y como este vaticina la llegada de los cuatro jinetes del Apocalipsis con la Segunda Guerra Mundial: la peste, la guerra, el hambre y la muerte. En el sueño de Anselmo había caballos desbocados en una ladera. La Comunidad Económica Europea se estaba desintegrando con la ya no adhesión de algunos de los países de este continente a este tratado comunitario. Era el auge de una guerra civil en Francia, enfrentada la extrema derecha con la izquierda. Los negros procedentes de África y alojados en los archelins habían decidido batallar junto a la izquierda que no rechazaba las oleadas de refugiados.
Si los caballos seguían alborotados en la ladera, eran blancos como el jinete de la victoria, eran bermejos como el corcel alazán montado por el jinete de la guerra, eran caballos negros como el cabalgado por el jinete del hambre, o eran bayos como el jinete montado por la muerte.
Toda la comunidad negra de los archelins andaba alborotada. Algunos de ellos en actitud suicida querían seguir al jinete que montaba el caballo bayo, o pálido, o ceniciento, o verde claro, o verde amarillento. Si, eran los colores grisáceos, verdes o amarillentos, siempre colores indicando la palidez enfermiza de un cadáver. No les importaba morir en la guerra. También Hades seguía a este jinete líder y a sus secuaces y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra o Francia, para matar con espadas o metrallas, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra. Francia se desangraba en esta guerra civil que auspiciaba la Tercera Guerra Mundial contra la extrema derecha.
De los archelins había quienes seguían al corcel bermejo, pues aunque secundaban la guerra y sus luchas no querían morir en los campos de batalla. Abdu y Rachid se preguntaban, como Benedicto XV en 1917, si jamás hasta ahora se había visto en el mundo la guerra como institución permanente de toda la humanidad ¿Y qué haremos en la Tercera Guerra Mundial soñaba Anselmo junto a Abdu y Rachid?
Los caballos negros de la ladera estaban liderados por el jinete del hambre con una balanza en la mano para pesar el pan en la hambruna. Ante la escasez de recursos habían decidido aumentar el precio del grano, pero sin afectar a los suministros de aceite y vino, pues los cultivos de cereales eran más susceptibles en años de hambruna que los cultivos de olivos y viñedos tan sustentados por la mano de obra negra de los enclaves agrícolas de Francia y Europa.
Por último estaban los caballos blancos liderados por el jinete de la victoria, con un arco y una corona. El caballo blanco era la triunfante propagación del evangelio que apoyaba a los negros de los archelins y a los refugiados. Se trataban de aquellos franceses, europeos y emigrantes que no querían institucionalizar la guerra. Abogaban por la victoria de la paz a ciencia cierta y costase esta lo que costase conseguirla.
Anselmo se incorporó en la cama muy excitado. Sus sábanas estaban revueltas como si trotes incipientes de caballos hubiesen cabalgado sobre su cama. Entonces miró al fondo de la ladera y vio correr el río y un rebaño de ovejas. No había ya caballos bayos, bermejos, negros o blancos relinchando en su ladera. Se levantó de la cama, fue a la estantería de su biblioteca y tomó la novela de Blasco Ibáñez en sus manos, la hojeó y se acercó a olerla, no había de momento olor a pólvora en sus hojas. Su pueblo no quería institucionalizar otra guerra mundial, costase lo costase. Se declaraba un desertor rotundo de toda intención bélica, de toda sangre derramada, de todo apiñamiento de cadáveres.
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