En silencio, aún resuena el eco del bullicio acompañando cada tarde la sala, a lo largo y ancho del patio de localidades descendentes y en formación castrense montan guardia centenares de butacas tapizadas de terciopelo rojo, dignas y señoriales, sujetas a la moqueta soportan sin protestar un sinfín de ácaros que cubren e invaden todos los poros del tejido, ellas en la oscuridad atestiguan lo que allí un día vivieron, y que durante años se prolongó.
Dominando con visión panorámica la escena, desde uno de los ventanucos horadados en la pared, es en la predominante atalaya que a través de la lente se observa de frente la majestuosa pantalla de blanco roto, continua tensa a pesar del tiempo, espera la vuelta del león rugiendo sobre ella, aguarda escoltada a ambos lados por elegantes cortinajes aterciopelados, pero de momento, solo el tejer incesante de las arañas son el signo más evidente del abandono, los arácnidos avanzan lentos, sin prisa alguna, van seguros, progresan desde las esquinas con elaborados y mortales tapices.
Tras la puerta del cuarto de proyección, robusto preside y llena la estancia el Westrex-xenon robusto y plomizo es el Rey en la sombra del cine, a su alrededor varias latas aún albergan largometrajes, el olor del celuloide se mezcla con el ambiente cerrado durante tantos años, películas en cinemascope que con las prisas quedaron abandonadas después de la ultima sesión doble de aquella tarde, precipitada, la estocada final se la dio la supuesta modernidad que nos acercaba la comodidad de visionar films en casa, cómoda y tramposa, como las telas de araña que ahora cubren los rincones de la pantalla, se perdió la magia, misero esplendor devolvía a las retinas de las familias la reducida imagen de “55 días en Pequín” “La guerra de las Galaxias” o la última de Paco Martínez Soria.
Años llevan pasando los transeúntes por delante de las gruesas puertas cerradas del Coliseum, y en más de una ocasión alguno de ellos no han podido resistir asomarse nostálgicos por los sucios cristales romboides que adornaban las cuatro puertas principales, y así volver a ver el hall triste por la falta de trasiego, al levantar la vista la marquesina cubre media acera, y da el pie a las letras luminosas que apagadas presiden amarillentas la calle.
El Coliseum siempre fue un oasis de glamour en la barrio, una ventana de aire fresco, la ventana donde los vecinos se asomaban al mundo en color envueltos en la idílica y endulzada “American way of life” llenaban la imaginación con comedias protagonizadas por elegantes galanes y despampanantes mujeres. Como si del festival de Cannes se tratará, lustrosos con la ropa de los domingos, padres, hijos,abuelos, todos durante unas horas viajaban por separado al mismo destino, la fantasía.
Hoy en día, y desde el cierre en el barrio corre un rumor, para algunos una realidad, en casuales corrillos algunos vecinos de más edad hielan la sangre de los jóvenes, con surcos dibujados en el rostro, aseguran con firmeza que cada tarde en la oscura soledad de la platea, y en sesión continua, con puntualidad el proyector tras un chasquido atraviesa e ilumina con un haz de luz la sala, la lata destapada se apoya en el westrex y la película vuelve a girar en los rodillos, el murmullo de los presentes acompañan los diálogos de Cary Grant y Katharine Hepburn, y como los protagonistas de tantas comedias los vecinos nunca mueres del todo, viven por siempre en el eterno cine Coliseum.
*Este relato es FICCIÓN y así debe entenderse.
¿El espectador es el alma del cine?. ¿O acaso es el cine quien pone su alma en el espectador?. Interprétese hacia una o desde otra vertiente de pensamiento, un dato es incuestionable: Con cierta frecuencia, el espectador se reúne con su cine en una determinada sala habilitada al efecto, donde ambos se entregan en alma y cuerpo a su ritual. Seduciendo con su arte emanado del proyector, el film; seducido a través de oído, visión y corazón, desde su butaca, el espectador.
El cine es un perpetuo acto de magia. Y Jordi Rosiñol Lorenzo lo describe adorablemente en este relato:
“ la lata destapada se apoya en el westrex y la película vuelve a girar en los rodillos, el murmullo de los presentes acompañan los diálogos de Cary Grant y Katharine Hepburn, y como los protagonistas de tantas comedias los vecinos nunca mueren del todo, viven por siempre en el eterno cine Coliseum.”
Gracias, Jordi!
Muchas gracias por la reseña Josefina, es para mí un auténtico honor recibir tus palabras.
Un abrazo