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Ser arrullado por la melodiosa voz de mi madre es uno de las vivencias más sublimes y amorosas que guardo en mi memoria de vida. Un cálido ritual que se repetía con frecuencia en sonora complicidad con el tris tras de un antiguo mecedor de aguante a toda prueba. Ese imprescindible mueble nunca cambio de lugar, al fondo de un diminuto pasillo en la planta alta de la casa que habitamos en la calle 14 de Los Jardines de El Valle. De vez en cuando recibía su cariñito de las manos del señor Aurelio,un carpintero de origen español, responsable y buena gente, que brindaba sus servicios a todas las familias de la vecindad.
Llegar al regazo sonoro de mi madre no era tan fácil que digamos, había que esperar que terminara sus interminables oficios de ama de casa, de esposa y madre de once hijos. Dependía también de unos turnos que ella, como buena líder y organizadora creaba, para atender dos demandas primordiales: dar pecho al más pequeño del clan, y arrullar a unos cuantos más que le seguíamos Éramos muchos y casi que uno tras otro. Cuando algún integrante de la muchachera enfermaba, pasaba directo al cuarto matrimonial, quedando suspendida la función hasta nuevo aviso. El orden y la organización era la clave para poder cumplir con todos los compromisos del hogar; al igual que el apoyo incondicional de Mariela, nuestra hermana mayor.
Consuelo pasaba revista por los cuartos de hembras y varones y a los que no se habían dormido, lo llamaba a pasar por ese rincón melodioso que había construido a su imagen y semejanza. Por supuesto, yo siempre en vela, atento a su llamado; ligando que alguna de mis hermanas menores, Sonia o Norah se durmieran temprano. O que Diana, la menor de las hembras, no se quedara pegada a la teta por mucho tiempo. De allí gané para siempre, el hábito de no dormir temprano, de cantar a toda hora y del escuchar algo de música antes de dormir.
En medio de esos vaivenes finos y palpitantes transcurrieron mis primeras noches, movidas por el deseo placentero de aterrizar en ese pecho vasto y generoso y deleitarme con aquellas canciones de la época, con esos boleros latino-caribeños que cautivaron a varias generaciones, y que en estas latitudes tenían la genial particularidad de ser entonados para que las madres como la mía y las de muchos de nosotros también arrullarán, acariciaran y durmieran plácidamente a sus hijos antes de dormir.
De ese exquisito y bien ensayado cancionero que mi madre se fue haciendo con el transcurrir del tiempo se colaban con frecuencia: “Sombras nada más” y “La media vuelta” Javier Solís, «Aunque me cueste la vida» Pedro Infante, «La noche de tu partida» Marco Antonio Muñiz, «Cuando vivas conmigo» y «Perdámonos» Felipe Pirela, «Jamás te olvidaré» Chucho Avellanet. «Se me olvidó tu nombre» Roberto Ledesma «Condición» Los tres diamantes. «Vereda tropical» Leo Marini
Humberto, mi papá, no se quedaba atrás y los fines de semana, una vez releído su libro de cabecera: La Gaceta Hípica, nos cantaba en una línea más guarachera aquella que decía “Es un coco lo que tengo contigo, vamo a rumbealo, vamo a comelo” interpretada por el gran Benny Moré. Alternaba con una melodía que hizo estragos en su juventud, La Múcura del colombiano Crescencio Salcedo , interpretada también por Moré : “La múcura este en el suelo y mamá no puedo con ella, me la llevo a la cabeza y mamá no puedo con ella”….
Mención especial merece las canciones de Rosa Virginia Chacín compuestas por el gran Chelique Sarabia. Los dos ligaditos “Ansiedad” y “No te muerdas, los Labios” sonaban de lo lindo en los labios de Consuelo. Pero había otra pieza de esa dupla maravillosa, «Cuando no sé de ti» que por el grado de inspiración, la soltura y el sabor tan especial que le imprimía Consuelo, sentía, desde mi cómodo acurruque en reverberación plena, que esa pieza era la número uno de su propio Hit Parade. Y como tributo a su memoria aquí la dejo rodar dos estrofas no más:
Cuando no sé de ti te quiero mucho más porqué en sueños te vi dos lágrimas brotar, mis labios sin cesar besaste más y más y no sé qué sentí al oírte decir temblando de emoción mi cielo soy feliz.
Vida mi vida cuanto sufro, sufro porque no se de ti, y al escribirme se mi amor que no vives sin mi y que no olvidarás que estoy pensando en ti.
Por fortuna mía, “El ratoncito Miguel”, “los pollitos dicen” y “arroz con leche” quedaron solo para la escuela. Y para las noches de esos, mis primeros años, ese mar de sentimientos encontrados, de poesía luminosa de fina músicalidad que rebosan de esencia, de sensibilidad y de buena vibra mi vida.
Queda pues adorada Consuelo, tu impronta, tu huella fresca, querendona y melodiosa anclada para siempre en mí ser, sembrada infinitamente en mi eternidad y en la de toda tu muchachera. ¡Feliz Cumpleaños!
Acerca del autor
Escrito por: Nelson Oyarzábal
Antropólogo, Gerente cultural, Editor de publicaciones culturales y educativas. Colaborador en revistas y portales (artículos de opinión , ensayos y crónicas),.Profesor universitario Venezolano, residenciado en Caracas.
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En tributo a Consuelo, Nelson Oyarzabal, con destreza, hace gala de la escritura, rememorando la infancia con ojo antropológico. Especial mención debe hacerse de la cinta sonora que sugiere el relato y le da contexto y significación a unos momentos que se recrean en el lápiz de un gran observador.
Felicitaciones!!!