Tiempo estimado de lectura: 5 min.
Mientras cocinaba, pensé que estaba condenado a conocer la verdad, siempre lo supe. Desde la primera vez que observé en 1989 las imágenes televisivas de aquel desconocido en las adyacencias de la plaza de Tiananmén, obstaculizando con su cuerpo la avanzada de los tanques, sólo acompañado de bolsas en sus manos, dejé de lado toda referencia épica y me pregunté: ¿Qué llevaba en las bolsas el hombre de Tiananmén? El registro policial y la información oficial, desclasificados veinte años después, informaban que en ambas bolsas había víveres y entre ellos un extraño manuscrito que contenía segmentos de lo que parecía ser una receta de cocina y pasajes de una carta de amor, o algo así. En la misma, de manera confusa expresaba su deseo de ensayar una receta, relatada a él por turistas franceses algunos años antes: Poulet aux roses rouges. En la sección de la receta, se refería a un pollo agridulce con sabor a rosas, cuyo aroma lo obtendría de la manzana rosa o pomarrosa, un fruto con una extraña textura de manzana y sabor a rosas que tuvo su origen aparente en el delta del Mekong, allá, donde Marguerite Duras muy probablemente pensó, concibió y padeció su novela El Amante. Las traducciones del mandarín eran confusas: no es posible precisar si las notas aluden a que él, el hombre frente a los tanques, escribiría una carta de amor comparándola a ella [… una irreverente estudiante de arquitectura, confundida entre los miles de estudiantes en la plaza, con el cabello al aire, fugada de todo ghetto y buscando siempre un tercer Dios estridente o visual: quizás U2 o Mondrian] con aquel hermoso plato y con algunos de sus postres asociados; o, por el contrario, ensayaría relatos aislados sobre ella, además de una receta. Había pistas que hacían suponer que se trataba de un relato sobre un amor fallido y la pretensión de asociarla a ella y a sus lunares con una receta de cocina, era sólo un pretexto que escondía, de manera furtiva, la necesidad de satisfacción de un deseo de degustación arquetípico, atávico, ancestral y originario. Especial mención, en las cuartillas con irregular caligrafía china, merecía el relato de los tres lunares en su cuello, dos contiguos y el tercero un poco más alejado hacia el sur, los cuales, similares a Estambul, tuvieron siempre para él tres nombres: Mallorca, Menorca e Ibiza. Ellos conformaban, en el relato, una metáfora que relocalizaba las Islas Baleares en su cuello, dejando huérfano al Mediterráneo. No había dudas, definitivamente se trataba de una historia de amor y una receta de cocina que él, repito, el hombre parado frente a los tanques, habría querido ensayar en su memoria. Por tal razón yo, treinta años después de aquellos hechos que culminaron en una dolorosa masacre, cocino, mientras observo conmovido las imágenes de una niña venezolana, indígena, pemona, probablemente oriunda de Santa Elena de Uairén, quien de manera épica -similar al hombre de Tiananmén- hace frente a tanquetas militares en la frontera sur del país, luchando contra el hambre y por la libertad, sólo con piedras en sus manos. Proseguí hurgando entre las traducciones y cociné tratando de reconstruir los protocolos de una receta que, sin dejar de serlo, deviene en relato [macerar un día antes las pechugas de pollo delgadas con ajo, sal, pimienta y muy poca salsa de soya / en una sartén, con poco aceite de oliva, sellar las pechugas hasta que comiencen a dorarse a fuego lento / agregar, en poca cantidad, vino blanco o rosado / preparar un zumo concentrado de pomarrosas en almíbar / ahogar las pechugas en él y bajar la llama / colocar vinagre neutro hasta alcanzar el punto agridulce deseado / a fuego lento reducir líquidos al máximo, hasta lograr la consistencia de una salsa roja y generosa]. Siempre al cocinar hubo música de fondo. En esta oportunidad escucho, en modo repetición, Casta Diva, aquella sección de la Opera Norma, interpretada por María Callas y cada vez me convenzo más que en sus breves silencios deben intercalarse, de manera incisiva, las exclamaciones de San Lorenzo mientras era martirizado: ¡Assum est, inqüit, versa et manduca! Junto a la música, la cocina fue y sigue siendo un pretexto para la reflexión. A cada plato siempre lo acompañó la síntesis: elucubración, cavilación, meditación, ensoñación. Cada momento en la alquimia, encontraba al azar su cinta sonora y quedaban precintados, para la posteridad y en el anonimato, el olor, el sabor, la química y la música, no sólo en los platos principales, sino en los postres [Para el postre Mallorca, se debe construir una pequeña torre intercalada de queso azul y cascos de pomarrosa, alrededor colocar yogurt natural dulce. Para el Menorca, como variante, la pequeña torre ahora es de queso de cabra natural y cascos de pomarrosa. Por último, Ibiza exige una base de mascarpone, sobre él, cascos de pomarrosa. En cada caso, debe decorarse el plato con trazos del almíbar y pétalos de rosas]. Casi al final de la velada, ya retirando los platos, me preguntaba qué extraña relación me unía hoy y durante todos esos años, de manera insistente, casi obsesiva, a esa breve historia: ¿la ética en la cocina? ¿la épica del sujeto frente a los tanques en la plaza, como de la niña pemona que ahora arriesgaba su vida? ¿la estética de María Callas? O, simplemente, esto no fue más que un ejercicio de autoflagelación que me hacía recordar a San Lorenzo, santo de los cocineros, mientras era martirizado en las brasas.
Acerca del autor
Escrito por: César Rodríguez Barazarte
Sociólogo y narrador venezolano, profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido colaborador en las secciones literarias de distintos periódicos venezolanos. Su último libro: «Cartas desde Casablanca», Caracas, 2008. Próxima publicación «Soliloquios Urbanos / Ejercicios Narrativos».
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Excelente breve y sucinto artículo que devela la asociación de tiempos, épocas, contextos y que muestra una vívida e identificada realidad en Venezuela. Felicitaciones por el artículo Relato «Tiananmén» de César Rodríguez Barazarte.
Excelente relato asociando realidades del pasado con las de ahora. Agregando un poco de ficción y arte culinaria. Felicidades!
A treinta años de lo de la Plaza de Tiananmén, César Rodríguez hace de las bolsas del Hombre del Tanque un tema de singular curiosidad literaria. De fino manejo del recurso de la ironía y de gran sencillez. Un relato que seduce por la originalidad del tema, que sin sacrificar el fondo histórico subyacente, agrega experiencias tan cotidianas y vitales a través de una receta de cocina con pizca de picante de acontecimientos políticos de ayer y hoy y de allá y acá. Original por lo que dice y por lo que sugiere. Muy buen logrado equilibrio de hechos, sensaciones y significaciones. De exquisito gusto, como la receta de cocina misma.