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Nada más inmenso y claustrofóbico a la vez que el aislamiento, si el individuo ha fracasado en la consecución de los sucedáneos (enunciamos sin afán de exhaustividad a título de ejemplo “éxito” o “prestigio”) que calmarían o paliarían su hambre social y no recibe ayuda eficaz alguna ni humana ni divina en su desdicha. Este individuo pensó un día y no basándose en experiencia propia que un círculo de amistades restañaría su alma agrietada y hoy se conformaría a lo sumo con algún oyente que se mostrase un poco leal. La lealtad le parece irrenunciable: todas las virtudes pueden ser volátiles sin cambiar su composición, pero la “lealtad” no puede serlo sin perder su nombre. Sea lícita una llamada de atención al lector para que no confunda a este individuo con “el vanidoso” en cuyo planeta se detiene el “Principito”. Por regla de tres, se le antoja que la atención a trueque de afecto es para el alma tan necesaria como el pan para el cuerpo. Para evitar pronunciar en vano la palabra “amistad” cuya abstracción provoca vértigo prefiere llamar al concepto “comunicación” y quiere partir del versículo bíblico que pronunciara Jesús en el desierto: ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra o disposición que sale de la boca de Dios’. Consciente de que Dios tiene incontables quehaceres más importantes que rescatarlo del mar de soledad en el que apenas sabe bracear, ha permutado a Dios por el hombre en la función de socorrista y lanza a los cuatro vientos laicas plegarias de socorro que sofoca el bramido ruidoso del oleaje, mientras se pregunta si habrá alguien que lo escuche.¿ Habrá alguien que lo entienda y se detenga a hablar con él?¿Habrá alguien que lo visite? Conviene añadir que no estamos hablando de un individuo dotado de un paladar exigente, pues no estando a su alcance pan dulcemente horneado, se ha lanzado repetidas veces a la búsqueda de un mendrugo de pan mohoso en el desordenado cajón de la vida. La privación de calor humano se remonta a los inicios de su historia, aun antes de que supiera narrarla. Su ilusa creencia infantil o una esperanza infundada en que el Tiempo, como juez inexorable y pretendidamente justo, compensaría su sufrimiento con alguna suerte de recompensa o restablecería el equilibrio que perdió en el cuadrilátero existencial frente a un adversario de mayor talla lo ha mantenido vivo. Sí, tiene las necesidades materiales básicas cubiertas, pero le acucian las espirituales. Lo realmente pavoroso no sucede necesariamente solo cuando el hombre avista la llegada de los caballos del Apocalipsis sino cuando se tiene la certeza que el jinete de la esperanza está ausente por motivo documentalmente justificado y se tiene a la soledad por testigo ¿ Eres el responsable? – inquiere la sociedad y él no sabiendo de veras qué responder se acoge a la quinta enmienda con su abogado defensor declarado en rebeldía tras la acusación de colaboracionista y un fallo inapelable de condena perpetua.
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Acerca del autor
Escrito por: Maria Angeles Cervilla Gualda
No he publicado previamente
Breve curriculum
Soy profesora agregada de latín de Bachillerato
Licenciada en filología clásica, hispánica y derecho
doctorada cum laude en Crítica literaria. Temática :Tesis sobre Roland Barthes
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Me parece magnifico este artículo sobre la vida solitaria que nos ha tocado vivir, pero a veces es peor la soledad en compañía.
Interesante!! Espero leer mas cosas suyas.
Felicitaciones!!
María Ángeles, fantástica disección del Estado en el que yo también me reconozco, con esa insatisfacción que nos sitúa en lo incompleto. Sigue escribiendo y compartiendo, todo pesa menos
Que interesante y profundo relato profesora. Siempre la vi como una persona con un gran mundo interior, aunque escueta en el trato fuera del ámbito académico debido a su gran profesionalidad. Cómo seguro ya habrá deducido fui un alumno suyo, no fui el mejor porque por desgracia el estudio nunca me ha motivado lo suficiente, pero usted siempre me animaba y elogiaba mis capacidades de memorizar rápidamente mitos aunque en vano, algo que recuerdo con bastante cariño. De haber sabido que tenía ante mi una mujer licenciada en tres carreras, seguro me habría sentido más desagradecido con usted ya que perdía su tiempo enseñando a alguien que no muestraba interés en algo que era evidente que le apasionaba. Aunque no puedo comprender con exactitud este sentimiento inmenso y claustrofóbico al que se refiere debido a mí poca madurez emocional comparada con alguien como usted, si que puedo hablarle acerca de Dios. Estoy seguro que yo era uno de los pocos alumnos profundamente creyentes que se encontraría y a menudo coincidía con usted en temas teológicos, algo que me alegraba mucho. Nunca caiga en el error de pensar que Dios tiene algo mejor que hacer que escuchar a un hijo suyo, Dios escucha y responde siempre de la manera que menos esperamos o queremos. Pero sobre todo contesta con una cosa: Silencio. El inexorable silencio de Dios, es una gran respuesta. Este tipo de cosas las aprendí cuando pase una temporada en el seminario fruto de una creciente y fervorosa pasión de servir a Dios de la mejor forma. Allí, hombres formados y profundos me enseñaron muchas cosas entre ellas la que más les perturbaba era precisamente la soledad. Lo primero que entendí de ellos fue sobre la importancia de las relaciones formales ya que allí donde hay relaciones formales hay ritos y allí donde hay ritos reina el orden de la tierra. Después, con el tiempo algunos corazones se habrían en las más íntimas conversaciones. -Amamos a Dios porque es doloroso amar a los hombres-. Algunas incluso iban más allá y hablaban sobre cómo las relaciones como fuente de placer están sobrevaloradas en nuestra sociedad. -Las cartas de amor no entregadas son literatura-. Reseñaban con desdén. Demasiadas cosas para asimilar y entender siendo un pobre adolescente, de modo que decidí abandonar esa vía, pero me mostró una realidad a la que seguramente muchos nos enfrentaremos tarde o temprano, pero sobre todo uno, no debe dejarse llevar a las más alejadas orillas de este sentimiento, sino aceptarlo y valerse de pequeñas cosas o de grandes silencios con Dios.
Que interesante y profundo relato profesora. Siempre la vi como una persona con un gran mundo interior, aunque escueta en el trato fuera del ámbito académico debido a su gran profesionalidad. Cómo seguro ya habrá deducido fui un alumno suyo, no fui el mejor porque por desgracia el estudio nunca me ha motivado lo suficiente, pero usted siempre me animaba y elogiaba mis capacidades de memorizar rápidamente mitos aunque en vano, algo que recuerdo con bastante cariño. De haber sabido que tenía ante mi una mujer licenciada en tres carreras, seguro me habría sentido más desagradecido con usted ya que perdía su tiempo enseñando a alguien que no muestraba interés en algo que era evidente que le apasionaba. Aunque no puedo comprender con exactitud este sentimiento inmenso y claustrofóbico al que se refiere debido a mí poca madurez emocional comparada con alguien como usted, si que puedo hablarle acerca de Dios. Estoy seguro que yo era uno de los pocos alumnos profundamente creyentes que se encontraría y a menudo coincidía con usted en temas teológicos, algo que me alegraba mucho. Nunca caiga en el error de pensar que Dios tiene algo mejor que hacer que escuchar a un hijo suyo, Dios escucha y responde siempre de la manera que menos esperamos o queremos. Pero sobre todo contesta con una cosa: Silencio. El inexorable silencio de Dios, es una gran respuesta. Este tipo de cosas las aprendí cuando pase una temporada en el seminario fruto de una creciente y fervorosa pasión de servir a Dios de la mejor forma. Allí, hombres formados y profundos me enseñaron muchas cosas entre ellas la que más les perturbaba era precisamente la soledad. Lo primero que entendí de ellos fue sobre la importancia de las relaciones formales ya que allí donde hay relaciones formales hay ritos y allí donde hay ritos reina el orden de la tierra. Después, con el tiempo algunos corazones se habrían en las más íntimas conversaciones. -Amamos a Dios porque es doloroso amar a los hombres-. Algunas incluso iban más allá y hablaban sobre cómo las relaciones como fuente de placer están sobrevaloradas en nuestra sociedad. -Las cartas de amor no entregadas son literatura-. Reseñaban con desdén. Demasiadas cosas para asimilar y entender siendo un pobre adolescente, de modo que decidí abandonar esa vía, pero me mostró una realidad a la que seguramente muchos nos enfrentaremos tarde o temprano, pero sobre todo uno, no debe dejarse llevar a las más alejadas orillas de este sentimiento, sino aceptarlo y valerse de pequeñas cosas o de grandes silencios con Dios.