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Mucha ramera, y esto en pleno siglo XIX, que como sigamos así no sé hasta dónde vamos a llegar. En fin, ¿qué puedo hacer sino perderme en su mirada mientras aguarda, con su eterno silencio y paciencia, el descubrimiento del asombroso misterio que nos ha traído en Concorde desde el aeropuerto de Londres a París? Estoy segura de que más de una dama ha subido por este moderno ascensor a propulsión. No me cabe la menor duda de que más de una inmaculada, limpia y pura mujer de bien ha salido de este lugar con la dignidad a la altura de los zapatos y transformada en toda una madame de altos vuelos. Y eso que hoy en día no se utiliza ropa interior, que más de una de esas frescas no la llevaría bajo la gabardina de cuero. Esto es una vergüenza. El ser humano se ha degradado a unos niveles aberrantes. Vivimos en una época en la que la ficción penetra en la realidad con escrupulosa exactitud. En fin, que cada uno aguante su candil. A ver si llega ya al vestíbulo del Hotel Poirot el dichoso artilugio. Tan pronto abra sus puertas el detective desentrañará este caso y regresaremos a casa para intercambiar impresiones. Me parece tan guapo, tan inteligente, tan hombre. Muchas veces he pensado que enamorarse es sinónimo de padecer; sin embargo, todo cambia a mi alrededor cuando estoy junto a él. Su historia forma parte de la intrahistoria de mis afectos y pasiones más profundas. Desde el mismo día que le alquilé mi casa, en el número 221 B de Baker Street, me hizo revivir sentimientos que ni con Tim llegué a conocer. En ocasiones resulta un tanto brusco en el trato, pero es cortés con las mujeres a pesar de su desconfianza hacia nosotras. Detesto que haga bromas acerca de nuestra inteligencia, pero últimamente no le he oído hacerlo. Me alegra imaginarle derrotado ante el ingenio de una mujer como yo. Este viaje relámpago me hace sentirle enganchado a mis deseos. Juntos en el latido de un mismo corazón. Ahora recuerdo que olvidé decirle al imbécil del doctor Watson que debía recargar a mi perro mecánico cada doce horas. ¡Vaya por Dios! Tengo que estar en todo. Cerbero necesita vapor para permanecer en funcionamiento. ¡Lo que me faltaba! ¡Llegaré y me encontraré la casa desordenada, sucia y mi perrito desconectado! Lo que más me revienta es que ambos me vean como una simple casera o ama de casa. ¡Ni hablar! En Londres volveré a ponerles los puntos sobre las íes. Ni quiero ver la casa convertida en un establo ni quiero sufrir experimentos científicos extraños y malolientes ni volver a notar comentarios jocosos cuando me llaman señora Turner. ¡Antes me acuesto con el profesor Moriarty! ¡Oh, Dios mío, qué fatalidad! ¡Perdóname por mi osadía, Dios mío! Me repugna ese hombre, pero no aguanto las injusticias en torno a mi vida. ¿Acaso mi destino es morir vieja y abandonada a mi suerte?
Y mientras tanto, el destino me arrastra en este viejo Paris gris, frío y maloliente para acompañar a este hombre cuya profesión se basa en deducir cosas a partir de minúsculos detalles. La vida resulta irónica e inexorable como él.
—Señora Hudson —se dirigió a mí con penetrante agudeza visual, la noto muy pensativa.
—Me siento indispuesta después del trayecto que hemos realizado en el automóvil que nos ha traído hasta este hotel… —inventé una excusa a mi obnubilación.
—Siéntase una privilegiada, señora Hudson. Apenas existen 80 unidades de ese Peugeot en todo el mundo…
—¿Privilegiada, Sherlock? —Me sorprendió su conocimiento acerca de esos monstruos de acero—. La modernidad en su boca es pura certeza…
—Elemental, querida señora Hudson. —Se reafirmó—. No todo el mundo puede presumir en 1891 de haber realizado un maravilloso trayecto en Concorde, desde Londres a Paris, esperándole el último modelo de tecnología sobre ruedas en la pista de aterrizaje para llevarle hasta un hotel de cinco estrellas como el Poirot.
—Quizá me haya impactado el hecho de que ese pájaro metálico aterrizase en vertical… —inspiré—. En este mundo cruel se suele confundir la buena suerte con reveses de la fortuna…
—La revolución en nuestro estilo de supervivencia se mantendrá en nuestras vidas hasta su extinción, señora Hudson —sonrió—. ¡Acostúmbrese a tomar el té junto a su perro mecánico! Sin la tecnología actual, jamás podría viajar en el espacio, a través del tiempo, como lo hace Cerbero.
—Considero que me he equivocado al aceptar acompañarle, Sherlock —contesté herida en mi orgullo sin venir a cuento.
—De no hacerlo, ¿hubiese podido conocer alguna vez la maravillosa Torre Eiffel?
—No me gusta esa estructura metálica… —Le miré cansada de no hallar frase que no fuese rebatida por el detective—. Tan cerca de Londres y tan lejos de Dios…
—Negativo, señora Hudson —volvió a contradecirme—. Lo cierto es que le encanta estar a mi lado… Noto su perfume Coco Chanel Nº1 en cada poro de su piel.
—¿Cómo? —me dejó sin palabras.
—Yo fui quién engañó al inspector Lestrade para que le hiciera partícipe de este caso tan particular… —me mostró sus ases en la manga.
—No entiendo a dónde quiere llegar, señor Holmes… —me sentí intimidada.
—Obvio, señora Hudson —volvió a sonreír sin escrúpulo alguno—. Necesitaba que viajase conmigo. Usted me mintió cuando el doctor Watson le cedió su asiento en el avión ultrasónico. En apariencia, ante su ingenuidad, desconocía la razón por la que mi acompañante prefirió quedarse al cuidado de su perrito a conocer su anhelado Folies Bergère… ¿Qué tal si lo dejamos en un mero jaque mate?
—No me consta nada de lo que está diciendo, Sherlock —respondí molesta al verme al descubierto—. Me ofrecí voluntaria a acompañarle y, créame, me siento muy arrepentida de haberme comportado como una dama.
—Evitaré entrar en detalles —matizó—, pero tenga en cuenta que a su regreso a Londres sería de dudosa honorabilidad que no cumpliese con su palabra ante la inocencia de mi querido doctor Watson… De sobra es conocedora de que él se siente tan atraído por usted como usted hacia mí —contestó presuntuoso.
—Jardín, señor Holmes. Le repito que soy una dama —me enojé—. No soy una cualquiera que va ofreciendo su cuerpo por un miserable viaje…
—Jardín, señora Hudson. Soy un caballero. —Sacó la pipa del bolsillo de su pantalón—. No deseo entrar en detalles escabrosos, al fin y al cabo, me honra que haya aceptado acompañarme a la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad. La necesito para resolver el caso del ascensor mágico.
—¡Atrevido! Espero que cuando llegue a mi edad se retire con el doctor Watson a Sussex, celebren un matrimonio entre caballeros y escriba un libro de apicultura. ¿Cómo ha podido mostrarse tan descortés con una dama como yo?
Engreído. Se me saltan las lágrimas sólo de pensar que haya descubierto mi plan para seducirle en esta horrorosa ciudad. ¿Cómo pude confiar en el inspector Lestrade? ¿Y cómo pude ser tan incauta al dar por hecho que el doctor Watson no era una marioneta de Sherlock? Con razón lo único que le convenció para quedarse en el número 221 B de Baker Street fue mi promesa de mantener relaciones sexuales con él. O sea, que todo este plan lo ha urdido Sherlock. Pero, ¿con qué fin? Hasta donde tengo entendido, el señor Abèlard Rocher, director de este establecimiento, le contrató para poner punto y final a las desavenencias ocurridas entre sus clientes y varias empleadas dentro del ascensor a propulsión. El artefacto llega en este preciso instante y abre sus puertas de par en par. El habitáculo está acristalado y posee una hermosa araña de cristal en el techo pero desconfío de las palabras que he tenido que escuchar. El espacio me parece muy reducido. Observo cada movimiento de Sherlock. No me pierde de vista ni un segundo. Sonríe. Me muestro indignada tras sus conjeturas. Todo esto es muy extraño. Siento calor. Antes de entrar al ascensor he decidido quitarme las gafas de acero y la gabardina. Desconozco que más quiere que le diga. Ni por asomo se me ocurre por qué ha querido que le acompañe a resolver este extraño asunto. A mi juicio, Sherlock se trae algo entre manos y no logro descubrir que tanto me afectará si decido entrar. Me debato entre pasar dentro del ascensor o huir hacia el Concorde.
—¡Adelante, señora Hudson! —en esta ocasión me habló de manera cortés—. ¡El tiempo apremia! Debemos estar a las ocho de regreso a Londres…
Un silencio impenetrable reina durante veinte segundos ante el polvoriento espacio acristalado en el que me hallo. Este hotel de cinco estrellas se asemeja a mi casa invadida por cuervos atados a los hilos del telégrafo. Al escuchar tan temible indicación la cobardía se ha apoderado de mi, haciéndome temblar, pero yo; que soy sensata, centrada, racional y una dama, no voy a consentir semejante humillación. Me decido a dar el paso adelante. Cruzo la puerta con valentía. He logrado aceptar que en este momento, mi vida queda pendiente de un sinfín de fotogramas en blanco y negro. Ahora me encuentro en este recinto lleno de ángulos visibles por el ojo humano en toda su plenitud. Imagino esas señoritas caminando por cadenciosos senderos de vida alegre. El aire dentro del ascensor está lleno del fragor insoportable de esas mujeres y hombres entregados a la alegría de la depravación. Esta fragancia me incomoda porque se trata de Coco Chanel Nº1. Me gusta ser original y alguien ha utilizado mi perfume como ambientador. En el fondo todos los seres humanos buscamos lo mismo. Ser felices a través de alegrías efímeras como el delicado olor que se mantiene en la piel gracias a la fijación animal. Oramos a Dios pero no estamos atentos a sus dictados. Ensalzamos nuestro yo interior por encima del bien o el mal. El miedo a lo desconocido se ha apoderado de mí. Me siento intranquila. Tanto nerviosismo me pone el vello de punta. Sherlock mantiene una breve conversación con el señor Abèlard Rocher. Siguiendo el principio del suspense, las ganas por alcanzar el objeto de los deseos ocultos crecen pensamiento a pensamiento. Aprovecho para abrir el bolso y comprobar que mi billete de regreso a Londres permanece en su interior. Descubro la nota que olvidé entregar al imbécil del doctor Watson antes de partir hacia el Hotel Poirot:
Querido doctor Watson, Le dejo el vino en muestra de infinita gratitud por su generosidad. Disfrute de él, ya que nadie se lo merece tanto como usted. Hay más botellas en el sótano. Cuide de Cerbero. Hablaremos a mi llegada
Ante mis ojos, los colores se saturan, la luz se metaliza. La lámpara se transforma sobre mi cabeza en un mosaico de hielo antiguo y colores vivos reservados para el futuro. La nota me vuelve a castigar recordando que olvidé decirle al imbécil del doctor Watson que debía recargar a mi perro mecánico cada doce horas. Me fastidia que las cosas no salgan como yo planeo. Dejo de dar vueltas a la cabeza por un instante. Tengo mucho calor. Sherlock ha entrado en el ascensor a propulsión en camisa. Me observa con detenimiento mientras la puerta se cierra. No me he percatado de cuánto tiempo lleva perdido en mis pechos. El ambiente que existe entre los dos resulta extraño. Desconcertante. El aparato comienza a elevarse sin que ninguno de los dos hayamos pulsado nada. Resulta difícil entender el misterioso halo de seducción que esta situación provoca en mí ser. Los labios de Sherlock causan extraños escalofríos que me atraviesan de los pies a la cabeza a través de mi boca. Un irresistible deseo me empuja a desnudarle y entregarme sin pensar en la diferencia de edad. Dudo en un primer momento si continuar con mi intenso suicidio sexual o reaccionar de manera brusca, eliminando cualquier señal de la espontaneidad lanzada al universo de las relaciones humanas. El sueño hecho realidad me invade y me vuelve loca y me desata y me hace perder la ropa. El ascensor sube y baja como mi mano en Sherlock, como mi excitación, en el raro ambiente de un invento de la ingeniería humana, fuera de su propio alcance. El ascensor sube y baja cuando, de pasada, el señor Holmes consultó la hora en su reloj de bolsillo:
—¡Llevamos dos horas follando sin parar, señora Hudson! —mostró su asombro como si hubiese alcanzado un nuevo récord sexual—. ¿Entiende por qué razón quise que me acompañase? ¡Quería comprobar por qué razón se conoce a este elevador como el Jaque Mate! —gimió mientras hacía realidad el último sueño que me quedaba por alcanzar—. ¡Sepa usted que siento placer hasta en las pestañas! —No pude contestarle en ese momento—. ¡Un Jaque Mate en toda regla!
Empezamos a bajar el ritmo de nuestras constantes vitales a tiempo. Las hemos igualado con las de un ser humano normal, en estado de reposo, sin dolor de espalda aunque con los cuerpos un tanto anestesiados por tanta elevación y declive carnal. Mis pezones aún le apuntaban con dureza, purpúreos, erguidos sin rencor por lo sucedido. Mi pelo está encrespado y Sherlock se queja de dolor genital. El viento del deseo, recalentado por nuestros cuerpos, nos ha atravesado con diferente intensidad. El movimiento del ascensor a propulsión se reduce a cero, pero nos hemos adelantado a la tecnología y para cuando la puerta se abre, ambos conciencias regresan al Hotel Poirot como si no hubiese ocurrido nada. La luz que nos envuelve hace que experimentemos una reflexión total. Surge entonces, en el horizonte que nos ofrece el vestíbulo del establecimiento, la engañosa imagen del espejismo terrestre:
—Señor Holmes, ¿ha resuelto el misterio de este caso?
—No, señora Hudson —me sorprendió su negativa—. No tengo ni la más remota idea de lo que ocurre en el elevador de este lujoso hotel. En cualquier caso, no me siento impresionado.
—Me deja sin palabras, Sherlock —mi perplejidad es absoluta—. ¿Cómo es posible? Usted es el mejor investigador de Gran Bretaña. ¡Hasta la Reina Victoria le ha felicitado por su impecable ayuda a Scotland Yard!
—La vida no se basa en un guión perfecto o un caso que siempre se resuelve de manera artificial, señora Hudson —compartió conmigo su pensamiento—. La vida es amor, verdad y la entrega que hemos practicado hace unos minutos en el interior del ascensor…
—Me ruboriza, señor Holmes —contesté mientras caminábamos hacia la recepción para despedirnos del señor Abèlard Rocher—. Me considero una dama, no una ramera que confunde la libertad con el libertinaje… —Tomé aire—. ¿Me ha traído hasta Paris para mantener sexo conmigo?
—Elemental, señora Hudson… —confesó sin escrúpulo alguno—. Londres era demasiado pequeño para hacer realidad nuestras fantasías… Siempre he sido muy observador, y lo sabes… ¿Usted ha disfrutado del viaje?
—Mentiría si lo negase —contesté en igualdad de condiciones.
—¿Usted lo ha pasado bien, señora Hudson?
—De puta madre, Sherlock. ¿Y usted?
—De puta madre, señora Hudson —me sonrió tras el arrebato de vulgaridad compartida—. Apuesto a que jamás olvidará este Jaque Mate que nos hemos pegado en el elevador…
—Por favor… llámeme Señora Turner si lo desea —fueron mis últimas palabras antes de despedirnos del director y regresar a Londres—. Tengo marcado en el pecho todos los días que el tiempo no me dejó estar junto a usted. Tenemos suficiente confianza.
Al llegar a Baker Street me adelanto a Sherlock. Quiero apresurarme a ver el estado de mi perro mecánico. El doctor Watson me sorprende con su responsabilidad. Ha mantenido todo en orden sin necesidad de mi nota. Cerbero me recibe como si hubiésemos estado separados una eternidad. Watson me confiesa que mi mascota ha regresado de un viaje en el tiempo por China. Ha aparecido en la casa con una mujer que está tomando un baño de espuma en mi propia bañera. No tomo en cuenta sus palabras. Me pide que hagamos un menàge a trois. Se olvida de que soy una dama. Voy a incumplir mi palabra por amor. Se enoja al escuchar mis carcajadas por toda la casa. Sherlock se alarma tanto que ha subido los escalones de tres en tres. Anochece en Londres y aquí todo el mundo se marcha a dormir. Y punto.
Publicado por Editorial Círculo Rojo para Espacio Ulises.
ISBN: 978-84-9115-022-0
DEPÓSITO LEGAL: AL 592-2015
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IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA
Acerca del autor
Escrito por: Juan Carlos Herranz
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