PARTE II: PERIODO ATENIZANTE
*Nada de lo aquí contado pertenece a la Historia de la Humanidad, por lo que no hay que tomarlo como verídico o cierto.
Ahora que el sol brilla con todo su esplendor, y con los griegos tranquilos, continuaré con mi labor, partiendo del VALOR ATENIENSE.
Todos esos días de festejos alrededor de un noble rey muerto y sin honrar a los dioses, provocaron la furia de Atenea. Del cielo cayó una piedra con un mensaje tallado:
<<Aquí yace Pirro, gran general, hombre de gran valía, rey de Epiro>>.
Atenea había enterrado a Pirro y robado la lanza de la estatua que la representaba en Atenas. Entonces los atenienses, desesperados por recuperar el favor de su diosa, esculpieron estatuas de su protectora en grandes cantidades. Delfos se atenizó, Dodona se atenizó con estatuas de Atenea. Y los héroes de la guerra fueron recompensados, destacando el virtuoso Creso (aunque no se presentó). Destacó en cada conflicto de la guerra (fueron muchos, pero dos de gran importancia). Algunos decían que era el mismo Alejandro ateniense… La guerra epirota había acabado, pero la desmedida atenización de la Hélade provocó conflictos sociales. No fue fácil reconciliarse con los griegos, pero se consiguió con la solución de un mercader con un nombre ya olvidado:
<<Atenienses, estaréis de acuerdo en que nuestros valientes hoplitas no serán solución para esta crisis. La solución que yo os presento, oh atenienses, supone un doble beneficio. La calidad de las estatuas de Atenea es magnífica, por lo que podemos venderlas y así, atenienses, podremos reinvertir los beneficios en el recién conquistado y devastado Epiro, que necesita inversión urgente>>
Cuando los hombres oyen “beneficios” en relación al dinero, los buscarán. Y los atenienses no eran distintos. Se abrieron nuevas rutas comerciales fructíferas por todo el mundo[1]. Aquí se mejoraron las relaciones con Egipto y, con los olímpicos contentos, Atenea Pártenos volvió a tener lanza.
Por entonces, los egipcios tenían dos frentes de guerra: al norte, los seléucidas y al oeste, los nasamones. Éstos últimos formaban un pueblo belicoso mal armado y con gran valor y número y se dedicaban a hostigar la frontera egipcia. Sé lo que piensas, ¿por qué no se envió al ejército del faraón? Muy sencillo. Los egipcios consideraban más valiosa Siria, y sus ejércitos combatían allí, por lo que se llamó a los atenienses. Conocían el valor ateniense y los atenienses, envalentonados y orgullosos y confiados por la toma de Epiro, aceptaron con una condición:
<<Solo combatiremos a los nasamones si nos podemos asentar en el territorio conquistado>>
Y los egipcios aceptaron.
Con las cosas así, los atenienses eligieron a Aristóteles como estratego para someter a los nasamones. Desconocido hasta este momento, el neoplatónico Aristóteles procedía de buena familia de Apolonia. ¿¡Cómo un epirota comandaba a los atenienses!? Resultó que el epirota apoyó de diversas formas la atenización de Apolonia, y que fue próximo de Pirro y aprendió de él, por lo que los atenienses confiaron en él (Demochares ya había muerto). Sabido esto, los atenienses navegaron de Apolonia. Un hoplita escribió:
<<Con la victoria en Epiro, nos creíamos héroes, así que aceptamos atacar a los nasamones si nos quedábamos con lo suyo. Esperábamos una rápida campaña fácil… y conocimos el terror y el calor, la rabia y la humillación. Entonces entendí la Anábasis de Jenofonte…>>
Desembarcaron en África y se dirigieron a Amonios, ciudad fronteriza con la frontera egipcia (tenía buen ojo el muchacho). El epirota demostró su habilidad marcial capturando la ciudad rápida y fácilmente. Celebró un gran triunfo (por tan poca cosa) y permitió que los soldados se relajaran. El ejército nasamón no se encontraba allí, hasta que tuvieron noticias del gran triunfo. Por lo que la mitad de los salvajes del desierto marcharon hacia su ciudad perdida. Aristóteles, que los veía como salvajillos mal armados y sin disciplina creyó que poco haría falta para vencer, por lo que descuidó el entrenamiento ateniense. La ὕβρις epirota seguía en él. Y entonces llegaron. El mismo hoplita escribió:
<<Estábamos felices con las bebidas y mujeres y hombres y otros placeres. Hasta que sonó la alarma. ¡¡¡NASAMONES, MILES DE ELLOS!!! Estábamos recuperándonos de los excesos de la noche anterior, yo fui precavido y me acosté pronto (un viejo soldado sabe lo que debe hacer). Me vino bien, porque la furia de los del desierto era peor que la de los elefantes de Pirro, y eso que yo maté uno. Apenas pudimos salir de allí, derrotados y humillados y con dolor de cabeza, pero lo peor estaba por llegar…>>.
La batalla fue costosa para los nasamones, lo que permitió que una expedición egipcia tomara la ciudad definitivamente. Expulsados de su ciudad, decidieron que era momento de cazar atenienses y, como dice el hoplita, así hicieron.
<<Acampamos donde pudimos, con comida escasa (yo me dedicaba a cazar lagartijas) y una pequeña fuente de agua para todos nosotros. Nuestro general estaba recuperándose mentalmente y volvió a sonar la alarma, esa condenada, desdichada, desgraciada, maldita alarma. Esta vez no recuperaban su ciudad, sino su honor. Y no hay nada que valoren más que el honor (acabada la campaña pude hablar con algunos nativos). Si antes sufrimos el terror, ahora sufrimos la muerte en vida. ¿¡Cómo imaginar que la arena estaría más manchada de orina y heces que de sangre!? ¿¡Cómo imaginar que nuestro general se haría general tras un caos así!? Aristóteles pudo robar unos caballos y dedicó 3 días sin descanso a reagrupar a lo que quedaba del ejército. Tras esto, no permitió descanso de entrenamiento, salvo para marchar sin rumbo por el desierto y dormir…>>
En otro escrito el hoplita dice:
<<Esa noche estaba de guardia, por lo que creí que era el momento de relevo, ya que no era posible lo que mis ojos me decían. ¡¡¡ERATÓSTENES de OE estaba vivo!!! ¡¡¡No había muerto con Cenobia!!! Hice correr la voz de inmediato…>>.
Los atenienses acogieron con agrado y ayudaron a Eratóstenes. Por la mañana, Eratóstenes dio un discurso contando sus desgracias:
<<Atenienses, no morí en el campo de batalla, pero sí como ateniense, como hombre libre. Aquellos de los que no quiero ni recordar su nombre me esclavizaron y me vendieron. Recorrí las colonias griegas de dueño en dueño hasta que me condenaron al desierto. Esos salvajes, oh atenienses, me obligaron a hacer el trabajo de 10 hombres con comida para medio. Acabé desmotivado, desmoralizado, deshonrado, humillado, injuriado hasta que pude oír la noticia del triunfo y, atenienses, os aseguro que llevé al límite mi habilidad oratoria para poder recibir comida digna de un esclavo y, conseguido esto, la noche me ocultó de los del desierto. Atenea, a ti me encomendé y a ti te sacrificaré un cordero, por permitirme llegar hasta vosotros. Atenienses, debe ser combatido el enemigo sin descanso ni cuartel. No debemos dejar un solo salvaje en este mundo, porque el trato dado a los esclavos no es digno de dárselo ni a los cadáveres. Tratan a los hombres libres y esclavos, como troncos de madera, como piedras del suelo. ¡¡¡Debemos atenizar este lugar para salvarlo!!! Como hicimos con Epiro ¿Por qué estos salvajes serán mejores que el gran Pirro? ¿¡Quién está conmigo!? >>
De poco sirvió (parece que este hombre era gafe). Ni los clamores a favor ni la renovada disciplina de Aristóteles cambiaron el curso de la guerra. Los pocos que quedaban fueron masacrados. Estos pocos no pudieron con los muchos.
La guerra nasamona había acabado (a pesar del valor ateniense) y con ello por primera vez en decenios perdía Atenas en el mundo con un ejército destrozado, pero se mejoraron las relaciones con los Ptolomeos de Egipto. Los supervivientes del desastre se ocultaron con gentes del lugar.
La paz llegó a África (habiendo muerto tantos buenos atenienses), pero la Hélade volvió a oír los cuernos de batalla. Los ardiaeos, los más temibles piratas del Adriático, creyeron que combatirían tan bien en tierra como en su querido mar. Necios ellos. Su perdición se llamó Antífones. De noble linaje, fue considerado un desperdicio de vida, siempre mimado, desconocedor del “no”. Un buen día, mientras yacía con otros cuatro hombres, decidió que esa vida no era digna de su nombre.
Por aquel tiempo, Atenas no era una potencia comercial, por lo que sus beneficios eran reducidos. Antífones, sabedor de la invasión de los ardiaeos, vio su oportunidad de cambiar de vida. Y se dirigió al consejo:
<<Atenienses, no es ningún secreto mi lujuriosa vida, vida dedicada a conocer los cuerpos de hombres, mujeres, esclavos, animales… de primera mano. Pero, atenienses, sabéis tan bien como yo que Atenas no puede, de momento, pertrechar un ejército cuando quiera o, peor aún, cuando lo necesite… Y ahora los ardiaeos han puesto su mirada en Apolonia. Si estáis dispuestos a otorgarme el mando, yo mismo y en persona costearé los gastos, sin descanso puertos y suburbios recorreré para convertir a lo que llamamos chusma en soldados que ensartarán en el nombre de Atenas>>.
Era arriesgado para el consejo dar el mando de una guerra defensiva a un inexperto, pero tenía razón. Atenas tenía pocos recursos y había que frenar a los piratas.
Por tanto, decidieron que si usaba esa chusma como soldados y entretenía a los ardiaeos, tendrían tiempo de reclutar poco a poco un verdadero ejército y se eliminaría esa chusma problemática de la ciudad. Antífones obtuvo el mando.
Aun inexperto en el mando, los piratas ni siquiera tuvieron tiempo de cagarse encima. Fueron tan rápida y veloz y totalmente vencidos que nadie volvió a temer por los ardiaeos en el Adriático.
<<Pequeña victoria, consideró Antífones, la que hemos tenido hoy, pero enorme para Atenas>>.
No celebró triunfo alguno, pero sí que recompensó en su justa medida a sus valientes soldados, destacando de nuevo el nombre de Creso (que volvió a ausentarse), por su importante papel en la batalla.
Los piratas supervivientes formaron parte de este ejército (tan semejante a las malditas huestes de Aníbal, solo que Antífones no se valió de elefantes) que tanto atenizaba como mataba.
El nombre de Antífones ya no iba seguido de “el lujurioso”, sino de “νικηφόρος”[2]. Su vida ya no sería la misma…
Tras la victoria frente al invasor, los atenienses decidieron que era hora de empezar a someter la costa Adriática. Y como Antífones resultó victorioso recientemente, se le puso al frente de la guerra contra el Reino odrisio. Los tracios, que se encontraban divididos, decidieron formar un reino, el Reino odrisio.
Como Esparta y Macedonia los combatían duramente, Antífones se dirigió a Epidamnos, en la costa adriática[3]. Atenas volvería a comerciar por los mares que quisiera.
Con las tropas tracias luchando contra espartanos y macedonios, Epidamnos contaba con una débil defensa civil. La victoria fue rápida y fácil y se recompensó el valor ateniense. Volvió a destacar Creso. Creso. Siempre Creso. Nadie sabía dónde estaba, pero todos sabían de su participación y valor. Fue el último conflicto con los tracios.
Los seléucidas, que seguían en conflicto con los Ptolomeos, fueron objetivo del general mercenario Teodoro, el primero procedente de África. Pero como los seléucidas mantenían conflictos con sus vecinos, descuidaron la defensa de la isla de Chipre y allí fue el africano atenizado.
El propio Teodoro nos dejó escrito:
<<Fue más dura la travesía desde la costa siria hasta la isla que tomarla…>>.
Fue tan corto el conflicto que solo Creso fue recompensado por su valor (volvió a estar ausente).
Entre egipcios, rodanos y partos no volvieron los atenienses a ver seléucidas.
Habiendo Teodoro hecho esto, Antífones νικηφόρος fue contra los dálmatas enviado. La fortaleza de Delminio fue el primer objetivo del curioso ejército de Antífones. Hacía falta algo más que lanceros para defender la muralla. Ὁ Νικηφόρος dijo:
<<Por fin una campaña algo interesante, una vez vencidos, el mundo lo sabrá…>>.
Ὁ Νικηφόρος fue el único enemigo de los dálmatas, para fortuna de Atenas. Tomó Iadera sin grandes dificultades y la defendió sin problemas ni quebraderos de cabeza. Con los dálmatas criando malvas y con la costa oriental del Adriático, Ὁ Νικηφόρος celebró un humilde triunfo, que defendió alegando:
<<Un triunfo debe ser tan grande como las victorias que conmemora>>.
Fueron los soldados recompensados según su valor, audacia, arrojo y volvió a resonar el misterioso nombre de Creso.
Ocurridas estas cosas en la Hélade, la fortuna sonrió a los protegidos de Atenea. Llegaron buenas noticias de Cartago, los comerciantes[4] se estaban debilitando, por lo que, al poco de ser concluida la guerra dalmática, se combatió a los rebeldes púnicos de Macomades.
Como los rebeldes son del agrado de nadie, nada se interpondría entre Atenas y rebeldes.
Como se encontraba en África, pocos quisieron ponerse al frente. El consejo escogió al humilde Sócrates. Más campesino que estratego, Sócrates era conocido por su rectitud y humildad. Los atenienses creyeron que el consejo estaba desvariando, hasta que vieron cómo se comportaba Sócrates. Tal fue su habilidad organizativa, que los atenienses quisieron nombrarlo arconte[5]. A lo que él respondió:
<<Actuaré conforme ha querido el consejo y, una vez cumplido mi cometido actuaré según quiera la mayoría>>.
Y se hicieron al mar…
Los rebeldes echaron a los cartagineses y Sócrates a los rebeldes tanto en el ataque por tierra como en la defensa del mar. Algunos dicen que fue este último anulado por el valor de Creso.
Con Macomades atenizada, la mayoría eligió, sin precedentes, que el próximo arconte fuera Sócrates, que se encontraba en África. Aquel, de buen grado, aceptó. No hubo mejor arconte (y eso que ni siquiera estaba en Grecia). Los hombres humildes también pueden ser grandes.
Nada más vencidos los rebeldes, los breucos se dirigieron hacia el puerto de Iadera, en el Adriático. Suerte tuvieron los atenienses, pues Ὁ Νικηφόρος se encontraba allí con su ejército singular. Los pobres celtas se estamparon allí y nuestro protagonista se dirigió a su capital, Segestica. Los pobres breucos, aun con sus genes guerreros celtas, sólo pudieron morir. Y como no, el lugar se hizo tan ateniense como la mismísima Atenas. Un desgraciado día, aquel que comandara a mendigos, marginados, marineros, piratas, tracios, celtas bajo el estandarte ateniense, murió. Antífones νικηφόρος, en Segestica abandonó la vida sin haber logrado celebrar un triunfo digno de su virtud. Aquel día pasó a ser día de luto nacional en honor de quien conquistó Iliria con su costa adriática, quien se introdujo en Panonia, quien acabó con los piratas. Y todo en nombre de Atenas, Atenas que engrandeció más a su nación que su mismo nombre. RIP.
De la Hélade, la guerra de nuevo pasó a África, donde los blemios atacaron a los Ptolomeos por el sur. Intentaron los atenienses aprovechar la ocasión… y así hicieron.
Debo dejar de escribir, los griegos empiezan a dar problemas… Continuaré con la paz.
[1] Con “todo el mundo” me refiero a las costas mediterráneas.
[2] En griego clásico, vencedor, el que trae la victoria.
[3] La costa bañada por el mar que se encuentra al este de Italia, el mar Adriático.
[4] En este caso, los cartagineses.
[5] Nombre que recibía un gobernador en la Antigua Grecia, especialmente en Atenas.
Escrito por: Pablo Santiago Martínez
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