Po pom, po pom, po pom, po pom…le gustaba escuchar el latido de su corazón, le gustaba sentir el calor de su pecho concentrándose en su mejilla, su cabeza anidada en la oquedad de su hombro, sus ojos a ras de su desnuda piel ; observar cómo se eriza su vello cuando el índice de su mano izquierda recorre su costado, sentir cómo se acelera el latido, cómo se estremece su cuerpo. No ver su rostro pero saber de su sonrisa y su placer, escuchar el ronroneo de sus labios que piden “más”, y finalmente sentir sus dedos en su propia espalda, cerrando el círculo del minuto más feliz. Y suspirar.
Repetía ese minuto en su memoria y retenía las lágrimas, fijaba su mirada en una sola flor de la corona y evadía el riguroso negro que la rodeaba; convertía el eco de las voces apesadumbradas en aquellos “más “ inocentes plenos de gozo, y podía ver cómo el cuerpo inmóvil tras el cristal le tendía la mano y le sonreía.
No habría nuevos minutos perfectos.
Una decisión mil veces tomada, mil veces descartada en su inicio o casi en su final. La palabra cobarde le atormentaba de nuevo, y se aferraba al consuelo de aquella mujer que con la cabeza cobijada en su hombro, mejilla en su desnudo pecho, acariciaba su costado y suspiraba amor sobre su piel, estremeciendo sus sentidos, cerrando la puerta a los voraces lamentos, entre ronroneos de placer. Un espíritu roto pidiendo “más” en voz baja, en un grito de socorro que ni con ella podía compartir.
Y forzaba la sonrisa que ella no miraba pero sabía que esperaba, aquella en la que dejaba sus últimas fuerzas, debilidad que distraía con la caricia en su espalda, signatura del fin de su escapada.
Con claridad vio su decisión tomada, su ejecución y su marcha. Y suspiró.
Escrito por: Mamen Rodrigo Sánchez
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Quién no ha tenido, tiene o tendrá «su minuto más feliz» … Mamen lo ha descrito de una forma estremecedora y sutil. Tristemente es en el momento en que lo perdemos cuando le otorgamos su máxima validez, añorándolo y agradeciendo la suerte de vivirlo.
Mónica muchas gracias por dejarnos un comentario de una belleza a la altura del relato de Mamen Rodrigo. Un saludo