“Atended, este lugar donde vivimos es una cueva y fuera de ella existen muchas otras cosas, y muy distintas. Ahí fuera están pasando «cosas de verdad»”. Platón
Un viaje en tren puede ser emocionante o puede dejar tu cuerpo como el esqueleto de un viejo jamelgo, harto ya de trayectos redundantes, bisados mil veces y poco agradecidos.
Yo, como Neruda, también confieso que he vivido.
Y ahora, cuando la piel que me identifica tiene más de medio siglo, cuando me he ganado habitar ya en la zona apacible, punto de partida de un descenso sin riesgo, en ese duelo leal con la muerte que es la vida; cuando mis experiencias se asientan ya en la cuenta del activo; cuando mis amigos son mi patrimonio, y la contemplación del arte, la proyección de mi ética; cuando se habla de mí y no soy yo quien lo hace, me decido a quitarme la careta.
Subo al tren de la vida sin tapujos ni disfraces, y a partir de ahora el viaje será otro.
Es hora de seguir el duelo sin máscara, cara a cara. La vida se muestra, yo también. Poco queda ya de esa peste solapada que nos deteriora a medida que nuestra marcha se larva ya en un ritmo acompasado y elegante, calmo y sensato, decidido y seguro.
A través de la ventana del vagón, y con el acompasado ritmo de metrónomo de las vías, la vida se encuentra en todo su esplendor, zanganea suavemente tumbada con sus curvas al sol, tranquila, serena, sensual. Su aroma es como el canto de las sirenas, canto que, por más cera con la que tape mis oídos, penetra en mi interior para siempre, arrastrándome hacia el abismo de su energía.
Cuesta vivir en un intermedio que cojee con gracia, que hacia fuera solo se deje ver, pero que crezca en el interior de aquellos que me aprecian y valoran mi evolución sin doblez, mi mirada al mundo estrábica, que afecta, tal vez adversamente, a mi percepción de la profundidad, pero que brindo cada día sin pasar factura por el detalle.
Comencemos, aunque estemos ya a medio camino, el fantástico viaje de “vivir”.
Escrito por: Nita Sáenz
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