Asomada por el postigo la silueta femenina, lánguida deambula casi inapreciable, escondida y enlutada, detenida en el tiempo y pérdida en el espacio, como penitente huye de la realidad en busca de su alma, el rostro grisáceo y encerado, de ojos oscuros, hundidos, y escondidos, sin atisbo de la más mínima vida asoma por sus cuencas.
Con tristeza indisimulada la figura se desplaza, levita a escasos milímetros del suelo, de la tierra mortal que se resiste abandonar, deambula acompañada por la soledad ruidosa de la modesta, de la querida y odiada al tiempo corrala madrileña, la misma corrala que la vio nacer, la misma que apago sus sueños juveniles de prosperidad, su soñada huida de juventud se oscureció para siempre, el futuro fenece como le sucede a la luz que emana de la alcuza vacía del farolero.
Cada día quedan más lejos los recuerdos de cuando ella resignada participaba del jolgorio vecinal, cada día más lejos! y cada vez más sola! Ya casi no reconoce a la gente de su alrededor, ya casi nadie se acordaría de ella, posiblemente quede alguna anciana decrépita que la recordara vagamente de oídas. Tantas horas perdidas en corrillos criticones, lapidando entre risas maliciosas los supuestos hechos realizados por la incauta de turno, «terribles» acciones a las que se les otorga una trascendencia solamente explicada por el aburrimiento y la falta de ilusión en el futuro, al abandono en la pobreza de su tiempo. Ay! De la que falte, la que cometa el error de ausentarse, a esa le hacen un traje en la conocida sastrería del cotilleo, y sin escapatoria, siempre tarde o temprano a todas se les media de la sisa al entalle.
Ya nadie le mesura los entelajes, la ausencia de poco más de un siglo, algo más, lleva vagando sin vida entre las paredes mil veces encaladas, quiere buscar el norte eterno, busca la luz, que a sus coetáneos y descendientes si les guió, pero sigue sin encontrarlo, sigue sin iluminarle la senda de La Paz eterna, y quizás, puede ser que nunca encuentre rumbo alguno, guiada en la desnortada brújula que la acompaña en el largo camino hacia el otro lado.
En brumosa neblina, angustiada ve desfilar hacia la luz eterna a todos y cada uno de sus familiares, de sus conocidos, a sus vecinos, a muchos de ellos los vio en su llegada a la vida, y también los ve en el transito una vez apagada la misma, y ella sigue allí, las miradas de pena de los que cruzan se clavan en los ojos de la que se queda, miradas de generosa indulgencia ante quién paga el peaje de hechos luctuosos.
Que arrepentida está, nunca debió participar, se dice ella misma una y otra vez, el remordimiento le castiga duramente cada segundo en la infinidad del tiempo detenido.
Si se hubiera negado la primera vez, ojalá no hubiera cogido el camino corto y falazmente fácil de saciar la necesidad, si hubiera pensado en las consecuencias del dolor que produjo a tantas mujeres, a las mujeres que les negó, que les arranco de sus brazos la vida reciente nacida de sus entrañas, la mayoría pobres muchachas, casi niñas solas y asustadas, juzgadas y escondidas por la hipocresía humana, castigadas sufrirán toda la vida. Si no hubiera arrebatado con fuerza el retoño sujeto por los débiles brazos de la primera infeliz, aún grita en su interior el pánico, aún siente la humedad de sus lágrimas en las manos, aún ve sus ojos inyectados en los suyos pidiendo clemencia.
Después del primero, vendría un segundo, un tercero, y así con el alma vendida al Diablo, perdió la cuenta de las veces que entrego a las hermanas los recién nacidos, prematuros huérfanos tomados sobre el habito, los llantos en breves segundos se apagaban por el angosto recorrido de los pasillos alicatados de oscuro azulejo blanco.
Escrito por: Jordi Rosiñol Lorenzo
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Al final de la vida, cuando ya no hay tiempo para el resarcimiento, nuestra humanidad nos enjuicia y nos sienta en el banquillo. Por un lado los sueños incumplidos. En el otro los actos consentidos en contra de nuestra naturaleza. Las horas más duras de nuestras vidas son sin duda las pasadas, ya sin futuro, en ese purgatorio terrenal que es nuestra conciencia, intentando conseguir la fuerza para pagar ese “peaje” del que nos habla Jordi Rosiñol Lorenzo…Y olvidarlo todo.
Orgullosos de contar en Espacio Ulises con la colaboración de una reseñadora de la talla de Josefina Llorente. Gracias
Muchas gracias Josefina, es un honor para mí recibir tus palabras, y contar con el apoyo de Espacio Ulises!!!
Saludos.