Esa tarde, como todos los días, Jesús había llegado a la oficina después de comer, y sobre su mesa una nota le indicaba que su hermana Bernarda le había telefoneado. Se preguntó una vez más, por qué nunca le llamaba al móvil aunque fuera importante. Al devolver la llamada, la hermana le comunicó con las palabras justas que su padre había muerto.
Tras varias horas de autovías y carreteras secundarias llegó al pueblo. Pasó por delante de la casa de su familia, esa casa que ahora le resultaba tan ajena como el resto de las casas y calles de ese pueblo, al que sólo volvía cuando la culpa se hacía insoportable. Y así, ya entrada la noche, llegó al pequeño tanatorio junto al cementerio. Pasó los primeros minutos saludando a la familia y a la multitud de vecinos que habían ido llegando a lo largo de la tarde. Y según iba hablando con unos y con otros, y según iba respondiendo a los interrogatorios de todos sobre su vida en la capital, fue sintiéndose cada vez más extraño.
Entró en la sala contigua, su madre, sus hermanas y algunos familiares se hallaban sentados frente a la cristalera que mostraba a su padre; Don Manuel Hidalgo Rey. El hombre tan venerado y respetado por todos en el pueblo, el esposo tan perfecto, el padre de familia tan educado y trabajador, el ejemplo para sus hijos. La madre, Benigna Bueno, le había besado con la misma ternura y cariño que recordaba de su niñez. Jesús retiró la cara intentando no prolongar ese beso más de lo estrictamente necesario. Su madre le acaricio la cara mientras la mirada de Jesús se perdía entre los detalles de la sala: un extintor, un perchero, una revista usada sobre una mesa baja. Benigna Bueno estaba triste y sus ojos eran los restos de las muchas lágrimas caídas.
– Hijo, cuanto has tardado.
– He venido en cuanto he podido- se excusó Jesús.
Después, al saludar a sus hermanas y a su cuñado Anselmo, se detuvo en Esperanza. Se besaron con fuerza y se acariciaron con la incontinencia del que añora algo perdido. Mientras mantenían sus manos agarradas se contaron cosas de hermanos en voz baja. Más tarde, tras intercambiar las frases que marcan los guiones de todo buen velatorio, el tanatorio se fue vaciando, y los cinco se quedaron solos delante del padre. Jesús, pensando que ya no había más demora posible, se acercó al cristal que le separaba de él. Posó su mano sobre el frío vidrio y pudo tocar la distancia que les apartaba, y sintió que ese cristal siempre había estado allí, manteniéndoles a cada uno en su sitio, ajenos y extraños. Mientras, dentro de los bolsillos del pantalón sus manos jugaban con el móvil y las monedas. Pensó que aquel cadáver que descansaba tranquilo y paciente, era lo menos parecido al recuerdo que siempre llevaría de su padre. En ese momento, Bernarda, bajo la mirada vigilante de su marido, se acercó a Jesús por detrás y le indicó que saliera con ellos de la sala, estaban preparando una mesa fuera para cenar.
Como era tradición, pese a que ahora se velara a los muertos en ese tanatorio, las vecinas habían llevado a lo largo de la tarde comida y bebida, para que los familiares y amigos no tuvieran que preocuparse por las necesidades de la carne y se ocuparan sólo de las del alma. Así, los cinco se sentaron alrededor de una mesa de la sala de entrada y comenzaron a extender sobre ella las viandas traídas por los vecinos.
– Toma mamá- dijo Bernarda a su madre mientras iba repartiendo pan para todos.
– Venga hijo coge tortilla, es de la tía Carmen, te gustaba mucho- dijo la madre mientras centraba su atención en él.
– Bueno ¿y tú que tal?, ¿ya eres jefe de la empresa?- le dijo su hermana Bernarda, con la convicción de que su hermano nunca pasaría de ser un vulgar contable.
– De momento no. ¿Y los niños?
– Con mi hermana, con la Juani. Ya sabes que aquí, los paletos, lo tenemos más fácil pa eso- se adelantó desafiante a contestar su cuñado. – Bueno Bernarda cuéntale a tu hermanito lo de tu padre.
– Anselmo, ¡por Dios!, os he dicho que de momento no quiero oír hablar de eso y menos aquí- dijo la madre.
Esperanza se volvió hacía su hermana y su cuñado con la cara desencajada.
– Sois dos sanguijuelas- les espetó a los dos.
– ¡Esperanza, un respeto! ¡Que soy tu hermana mayor!
Esperanza, bajó los ojos al bocadillo que tenía entre las manos y lo mordió con rabia pero sin hambre, mientras sus ojos buscaban la complicidad de Jesús al otro lado de la mesa.
Bernarda dejó la comida sobre la mesa y se limpio varias veces con la servilleta de tela, se remangó la rebeca negra y dijo:
– Jesús, queremos que sepas que papá nos ha dejado las dos casas del cruce y los campos a Anselmo y a mí- soltó la frase sin ninguna pausa, con un tono de suficiencia al que acompañaba el movimiento del cuerpo. – Y que Esperanza y tú tendréis que compartir el molino y la nave vieja. Por supuesto la casa sigue siendo de mamá, de momento. Es lo que quería papá, él sabría muy bien por qué hizo ese reparto- remarcó para finalizar en el silencio del tanatorio.
– Sabes muy bien que yo no quiero nada- dijo tranquilamente Jesús. Mientras, sus ojos y su cuerpo mostraban un cansancio de siglos por aquella situación tan parecida a todas las anteriores.
– Si te molesta, pregúntate por qué papá ha hecho ese reparto- volvió a la carga Bernarda, que no entendía como su hermano no se enfurecía.
– Papá era un hombre justo ¿no?- su tono era de pregunta pero él hacía muchos años que sabía bien la respuesta. – Él sabrá por qué lo ha hecho así.
– Venga cuñaó, confiesa que te jode. Don Manuel era un hombre muy respetable y bueno con todos, si hizo ese reparto tendría sus razones. Y yo puedo saber algunas…- y dejo la frase sin acabar en el aire.
Cuando Jesús se disponía a contestar, la madre, que había estado rumiando esas palabras y las de mil años de matrimonio, les interrumpió a todos con los ojos abiertos y clavados en Bernarda y Anselmo.
– ¿Bueno vuestro padre?- preguntó al aire, sin querer que contestara nadie. – Bueno de puertas para fuera. Don Manuel Hidalgo Rey…¡Ja!- dijo pronunciado ese nombre con una media sonrisa que dejaba ver años de resignación. – El hombre respetable para todo el pueblo, el tratante de ganado que sacó a flote a toda su familia y se hizo con media comarca para él. Siempre dispuesto a hacer favores. Sí, pero a los demás.
Esperanza miraba a su madre con miedo, nunca la había visto hablar así de su padre. Pero Benigna prosiguió:
– No sabéis ni la mitad de quien era verdaderamente vuestro padre. Nunca os he explicado la verdadera razón de que vuestra madre lleve casi cuarenta años cojeando por culpa de esta cadera- dijo mientras se señalaba el lado derecho. – Ni de todas las manos levantadas, ni de las palizas que esa bestia me dio. Ni como les quitó a mis padres el negocio del molino, dejándolos en la calle. ¡A mis propios padres!- añadió, todavía incrédula pero ya sin lágrimas que soltar. – No, vuestro padre no fue una buena persona, a lo mejor fue un buen padre, pero… ni siquiera de eso estoy segura- y dijo esto mirando esta vez a Jesús. Miró su pelo, sus ojos en los que ya no veía a su hijo, esos ojos que no le devolvían ningún amor, ningún cariño – Me separó de mi hijo- continuó sin dirigirse a nadie, dejando salir los pensamientos tantos años cautivos en su cabeza. – Él me lo quitó, él hizo que te fueras lejos de aquí. Y todo porque no quisiste seguir sus pasos, por no querer ser un indeseable como él- cogió entonces la mano de Jesús y la cubrió protectora con las suyas. – Pero tú, cariño, no querías hacer eso, ¿verdad mi niño?, tú si sabias que clase de negocios hacía tu padre y no querías convertirte en alguien como él… y te fuiste amor- y con estas palabras dos grandes lagrimas surcaron la arrugada cara de Benigna. – Qué causaba respeto, no estoy tan segura. Miedo sí, eso si sabía como hacerlo el muy canalla. Manuel Hidalgo Rey. ¡A ver quien le llevaba la contraria! Yo lo hice, y mirad el resultado, cuarenta años de golpes, de insultos, de desprecios,…cuarenta años de sufrimiento y cárcel en esa casa, cuarenta años, cuarenta años,…-. Las palabras de Benigna quedaron suspendidas sobre la mesa, mientras, Esperanza le pasó el brazo por los hombros para consolarla.
En ese momento, Jesús apretó con fuerza los labios y sintió de pronto como su piel se iba poniendo tibia, caliente. Levantó la mirada buscando esta vez a Benigna. Y recorrió su cara, sus arrugas y se detuvo en sus ojos. Y se asomó a ellos para descubrir a la mujer que había detrás y que quizá se había perdido entre la maleza de los años. Y a lo lejos, mucho más adentro de su mirada, dejó de ver a la mujer que tenía delante y comenzó a sentir a su madre. Y se vio de niño, y se comprendió en un beso y se reconoció en un abrazo de ella. Entonces Jesús, agarró con fuerza las manos de su madre entre las suyas. Y mientras acariciaba aquella piel desgastada, pensó que se sentía mejor que hace unas horas, y aquel descubrimiento le impidió notar dos lagrimas que bajaban por sus pómulos.
– Mamá no estás siendo justa con papá. Él nos lo dio todo, se sacrificó por nosotros.
– No me hables de justicia Bernarda. Todo lo que hizo lo hizo por él. Siempre pensando en lo que pudieran opinar los demás. Le importaba la opinión de todos, menos la mía-. Benigna elevó la voz que dejaba tras de si el luto. En ese momento, soltó las manos de Jesús, se giró sobre la silla para colocarse frente a su hija Bernarda, y mirándola a los ojos le dijo. -Y una cosa te voy a decir, hija. ¡Cuidado!, ten mucho cuidado, porque este- sentenció señalando a Anselmo- se parece mucho al respetable Don Manuel Hidalgo.
En ese momento, Anselmo salió de la sala y los cuatro quedaron en la mesa, terminando de simular que cenaban.
Luego, pasaron a la sala y se sentaron frente al cadáver. Y en silencio continuaron toda la noche. Jesús volvería al día siguiente a su casa, habiendo enterrando para siempre a su padre.
Escrito por: Pachi Fernández
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Fulminante…el repaso de la vida que se hace en las noches de la muerte, sale a borbotones de tus letras… Enhorabuena!
Gracia Jesús, me alegro que te haya gustado tanto. Y gracias por tu comentario.
Me ha estremecido….
Muchas gracias Carmen por tus palabras. Un placer saber que el relato provoca ese sentimiento…
Sin palabras.
Como la vida misma.
Enhorabuena
Muchas gracias Laura!!