Tres helicópteros escrutaban desde el aire las quinientas ochenta hectáreas del Parque Lobo Gris alborotando las aves que descansaban sobre los olmos aquella mitad de mañana. Entre el estrépito de las aeronaves se podían oír los ladridos de los perros policías que parecían olfatear a la adolescente desaparecida. Una ola de agentes de la policía nacional se había dispersado por un perímetro de doscientas hectáreas, pues esa era el área accesible a pie, en la que había lagunas naturales y laberintos de senderos. El cordón amarillo inscrito con la frase “No Pase” en letras negras, bordeaba la zona en la que se había encontrado el suéter de Andrea Matt con una gran mancha roja que no podía ser otra cosa más que sangre.
Apostado frente al parque, Damian Ritz, miraba al vacío mientras mordía sus uñas sumido en un frustrante recuerdo. La noche anterior a que Andrea desapareciera él la había abrazado, quizás por última vez. Tenía vívidas en su mente aquellas rosadas mejillas debido el frío de la noche, y el lacio cabello rubio bañándole la espalda. Lo torturaba la llamada perdida que tenía de ella justo a la hora en que debió ser raptada, y en la que él absorto dormía. La imaginaba sufriendo atada entre alguno de los cientos de matorrales, con la cara llena de golpes y sangre, con sus sollozos ahogados por la mordaza.
Tres agentes con guantes escarbaban la grama de la zona acordonada, salpicada por los rayos del sol que se adentraban entre los árboles. Damian se sobresaltó cuando su celular repicó y en el indicador de llamadas titilaba el nombre de Andrea «¿Será posible?» tardó en reaccionar pero logró presionar el botón:
—¿Andrea?
—No —respondió una voz masculina que parecía arañarle el oído—y no te importa quién soy, sino lo que te diré.
—¿Sabe dónde está ella?
—Que inteligente eres jovencito. Ella está en la orilla de la Laguna La Paz, tomando el sol; cómoda y fresca. ¿Sabes? Desde la primera vez que vi su angelical rostro quise compartir este tiempo con ella. Y lo considero aún más satisfactorio de lo que imaginé. Andrea fue diferente, ella no tuvo miedo, me miró con más enojo que mi padre drogadicto cuando me golpeaba. Pero todo el mundo se doblega ante el dolor.
Aquellas palabras eran como balas directo al pecho de Damian, quien temblaba carente de valentía para acotar cosa alguna al monstruo que lo llamaba.
Cortó la llamada y corrió hasta los investigadores.
Se le ordenó a un helicóptero buscar en la Laguna La Paz, y allí Andrea convertida en la décima víctima. Desnuda, tendida boca abajo sobre la arena, muy cerca del agua. Con los brazos abiertos y un agujero de bala en la nuca. Sin embargo, ella sonreía dentro de sí, pues dejó los rastros suficientes para ser la última víctima y también una heroína. El asesino no imaginó que durante su lucha con él, Andrea se tragaría varios cabellos que le logró arrancar.
Escrito por: Jhoanna Bolívar Rivero
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