Hacer el payaso es un buen ejercicio.
Hay que reírse más de uno mismo y no tomarse tanto en serio.
Es sano.
Ara Malikian
Guille estaba tremendamente enfadado. Como su madre siempre decía a los niños hay que tratarlos como a los adultos que van a ser y terminaba su retahíla con la consabida frase de Simone de Beauvoir. «¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad». Su madre ese empeñaba en tratarlo como un adulto. Enseñarle la importancia del dialogo y la comprensión. Que todo tiene una causa efecto. Que las cosa debían de hablarse y que todos tenían derecho a su intimidad y espacio. La madre de Guille, jamás les preguntaba, desde bien chiquitos había intentado cultivar que sus hijos tuvieran la confianza suficiente para contarle las cosas. Incluso en los años de total y absoluta rebeldía en la que estaba Tatiana, respetaba este principio. Detestaba la etapa gótica que estaba pasado su hija de 15 años. Se tenía que morder la lengua para no chillar como una histérica cada vez que la veía con el pelo rojo, la falta negra hasta los pies. Esas horribles botas que hacían un ruido terrible al subir las escaleras. Le horrorizaba los piercings que su hija tenía en el cuerpo ¡Y el colmo! fue el tatuaje que se hizo. No fue un tatuaje pequeño, no. Un día apareció con todo el brazo vendado y le dijo su madre que se había tatuado el brazo.
Precisamente por esta educación recibida, Guille está profundamente ofendido ¡Como se había atrevido su madre! a decidir por él y su hermana, y aceptar sin consultarles la invitación del abuelo. Había vulnerado su derecho de decisión. Soy un niño de 8 años se decía Guille, mientras jugaba con el móvil todo enfurruñado, pero no se me puede hacer esto.
Desde el otro extremo del pasillo guille oía a su hermana como una leona enjaulada leer en alto el programa del concierto.
– El verano de Vidaldi … ¡Menudo rollo!grito Tatiana. Tan idílica escena fue interrumpida por la voz de su madre que los llamaba desde el rellano de la escalera
– Tatiana, Guille. El abuelo ha llegado.
Con caras largas, e intentando disimular lo mejor posible ante su abuelo, entraron los dos hermanos. Hernando miró a sus nietos y sabedor de que los les hacia ninguna gracia acompañarlo al concierto, sonrió con mirada picara.
Cuando llegaron al teatro, ya había mucha gente en la puerta esperando para entrar. En una esquina Tatiana alcanzo ver un cartel anunciando el concierto. Fue una gran sorpresa ver que el violinista lucía un cabello, negro rizoso y todo alborotados. Tenía una expresión cautivadora en la mirada y se fijó que en las manos lucia unos anillos nada convencionales para un violinista y que en su brazo izquierdo había un tatuaje. No puede ser este el violinista que vamos a ver pensó al tiempo que seguía a su abuelo y hermano al interior del teatro. Ya acomodados en sus asientos, en primera fila. Los dos hermanos se revolvían tremendamente incomodos y molestos. De repente unos acordes de violín comenzaron a sonar. Una silueta se adivinaba detrás de un inmenso tul negro. Se podía apreciar a un hombre con abundante cabello y muy alborotado, acariciando con suavidad el violín. No iba vestido de forma tradicional, pudo apreciar Tatiana. Daba la impresión que llevaba bota alta, pantalón de cuero ajustado, camisola blanca con chaleco. De repente el tul desapareció y ante ellos apareció el violinista misterioso. Los ojos de Tatiana no la habían engañado. Al tenerlo enfrente corroboró lo que había intuido cuando estaba detrás del tul. Pero lo que dejo perplejos a los dos hermanos fue, oír los primeros acordes del Verano de Vivaldi tocados por aquel maravilloso ser, que saltaba y daba brincos por el escenario poseído por la magia de la música.
Guille miro a su abuelo con los ojos como platos, se acurrucó a su lado y con voz soñadora dijo,
– Abuelo es el duende de la música. Lo has encontrado ¡Gracias abu! a la par que el regalaba una franca y sincera sonrisa de felicidad.
– Abuelo, dijo Tatiana intentando disimular la emoción que sentía. Gracias por regálanos este rato contigo y permitirnos vivir la magia de la música.
Enrique sonrió y sintió que una lagrimas asomaban a sus casados ojos, mientras Ara Malikian, se desplazaba por el escenario lleno de energía, seguido por sus músicos, fundiéndose con su violín y regalando a los allí presente su arte y magia. La mágica de la música.
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