Con tu punto exacto de locura, con tu pequeño gran misterio, con tu puerta siempre abierta a la fantasía, con tu voz tan cercana y real. A ratos cariñosa; otros, arisca o brutal en tus palabras. Los más, fiel y leal compañera. Horizonte claro en tiempos oscuros (cuando te escondías detrás de las cortinas invisibles con acceso imposible para la mayoría sometida); lazo de unión en días rotos por la incertidumbre, creadora de sueños, acompañante en los desvelos, en las nostalgias, en las separaciones, en los reencuentros. Entrañable, querida. Mi gorrión de cabecera. Tan imprescindible en cualquier momento del día, o de la noche, como una taza de chocolate con picatostes en los fríos invernales. Atrevida, mágica, locuaz. Herramienta de ilusión masiva. El personaje de los personajes. Ilustrada, prudente, insensata. Volátil cuando me hablas de la historia de otros seres de los que huyes en mi presencia. Mudable según el punto del dial en que te escuche. Tú decides las formas, el tempo, la canción o el poema, el kilómetro en el que hemos de parar a tomar café. Sí respondo, o no, cuando llaman a la puerta. Cruenta y esquiva cuando desatiendes, porque no te interesa lo más mínimo, lo que ocurre dentro de unas pupilas insatisfechas. Algunas veces caes en brazos del mejor postor; en otras, desabasteces tu caja de caudales y me regalas lo más íntimo de tu decimonónica sustancia. Clásica, rompedora, irreverente, ortodoxa. Con tu punto exacto de locura. Navegante en las ondas donde crecen meteoritos que dificultan el buen descanso de los que prefieren parar los relojes. De los que agasajan el paso atrás en el calendario. Insustituible en el baile de máscaras que cierra el fasto de los carnavales. Con tu punto exacto de locura. Que siempre armoniza con el mío.
Escrito por: Concha Morales
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