Las tres y diecisiete. Exactas. Aguardaba insomne la llamada una noche más. Esta vez sí se levantó a coger el teléfono.
– Diga
Contestó con una naturalidad impropia de la situación, su voz sonaba serena y enérgica, sin atisbo de somnolencia pese a lo trasnochado de la hora. Al otro lado del hilo telefónico una voz de timbre infantil demoró algunos segundos la respuesta.
– ¿Lo he despertado?
– No
– Entonces estaba esperando la llamada ¿verdad?
Notó acelerar sus latidos en un estremecimiento que aún era de inquietud y endureció el tono de su respuesta para conjurar que se convirtiera en miedo.
– ¿Quién es?
– ¿Esperaba la llamada sí o no?
– ¿Es una broma? ¿Quién es?
– Conteste por favor
– ¿Sabe qué hora es?
– Los dos sabemos muy bien qué hora es
– ¿Y le parece que es hora para andar con acertijos? ¡¿Quién eres?!
Inconscientemente había cambiado al tuteo, fuera por la excitación que comenzaba a desbordarlo o porque de pronto encontró incongruente tratar de usted a un niño. Ralentizó un gesto exasperado alzando los ojos al techo y su mano dejo caer blandamente el auricular de la oreja a la clavícula. Un desfallecimiento creciente lo llevo a sentarse en el taburete junto a la mesita del teléfono, la voz llegaba ahora con una proximidad afectuosa, casi familiar.
– Lo cierto es que esperaba la llamada, sino tampoco habría contestado está noche.
– ¿Eres tú quien ha llamado todas estas noches?
– Si
– ¿Por qué?
– Para que esté preparado.
– ¿Preparado? ¿Preparado para qué…?
– ¿De verdad no sabe quién soy?
Ahora si noto la irrupción incontenible del pánico como una descarga eléctrica, un latigazo que le recorrió la espina dorsal de abajo a arriba. Su pulso había dejado de ser firme y veía temblar el auricular en su mano.
– ¿Lo sabe verdad? Si, ahora se acaba de dar cuenta.
– No pensé que serías un niño.
– ¿Por qué no?
– No es esa la imagen que se tiene de ti.
– La gente tiene un gusto morboso y retorcido, también dicen que juego al ajedrez.
– De todas formas no esperaba un niño.
– Sabe que no lo soy, no se confunda por una cuestión de forma.
Una flema sombría templó su ánimo con el coraje de quién no tiene nada que perder. Trataba ahora de extraer alguna información útil tras la atrocidad de la revelación.
– Entonces… ¿será a esta hora?
– Si.
– ¿Pero cuándo? ¿Qué día?
– Decirlo no sería deportivo, puede ser mañana… o dentro de veinte años.
– ¿Qué necesidad hay de llamar entonces?
– Debo notificar la hora a los interesados, no la fecha. Es algo tedioso cuando hay que llamar tantas veces como en su caso, pero es mi deber.
– ¿Y si no hubiera cogido el teléfono tampoco esta noche?
– Ha hecho bien en contestar, habría seguido llamando hasta que lo hiciera. Algunos enloquecen por no responder y eso no cambia nada.
Un atisbo de esperanza se abrió paso en su desolación.
– ¿Cómo se que esto no es un sueño?
– No lo sabe.
– Entonces puede ser un sueño ¿no?
– Puede, pero eso no cambia las cosas.
– Las cambia mucho, si esto un sueño nuestra conversación no es real.
Una alegre carcajada brotó del auricular como un torrente sombrío. No había sarcasmo en la respuesta, solo benevolencia ante una conjetura ingenua.
– Mi pobre amigo, esa es otra cuestión de forma. ¿Cuantas realidades conoce? ¿Cree que los sueños no son reales? Eso no cambia nada
– Pero…
– Será a las tres y diecisiete en punto ni un minuto más ni un minuto menos.
La voz se despidió con un desenfadado “hasta entonces” y el tono de línea pasó a atronar la madrugada arrastrándolo todo.
Escrito por: Miguel Ortego
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Estamos ante un relato conciso, contundente, no exento de imaginación y muy bien estructurado, donde Miguel toca el recurrente tema de la muerte con mucho arte . El texto es compartido por dos protagonistas, que como los platillos de una balanza (el sujeto en uno, la muerte en el otro) intentan compensar peso, para que el lector constate su creencia, desde la última impresión de ese hombre que sólo descuelga el teléfono cuando está preparado, de que somos conscientes y cómplices del momento exacto de nuestra muerte.
Me ha gustado!
Gracias Josefina por tu comentario. Un saludo