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(Pequeño cuento para adultos)
Su barco lo era todo para él, allí vivía, aunque tenía una casa en el pueblo con mujer e hijos; allí se reunía con sus amigos, aunque también jugaban a dominó en el café del pueblo; allí fumaba su pipa, en cubierta, porque en casa no le dejaban. Y sobre todo, allí pescaba.
El barco era su sustento, su amante, su refugio, su pasión.
Julián era inteligente, trabajador, tranquilo y sensible, cuidaba los pequeños detalles y sobre todo, cuidaba a sus amigos, y tenía muchos.
La singladura del “María Luisa” era una rutina. A las diez de la noche salía del muelle, hacia oriente, hacia “los arenales”, a la pesca de la sardina, aunque si picaban caballas, boquerones o jureles, no “hacía ascos”, ¿cómo hacerlos?
Echaba la “teranyina” unos 10 kilómetros al sur, hacia el Delta, a 400 metros de la costa, desde donde apenas titilaban ya las luces de los pueblos vecinos. Y la acababa de fijar con ayuda de Manuel, que llevaba un bote de luz de 4 metros de eslora, y permanecía en él incluso cuando estaba atado a la popa y era arrastrado por el “María Luisa”. A Manuel, ya algo mayor, se le liaban a veces las relingas, pero se apañaba bien.
De vuelta a casa, ya con la panza del “María Luisa” en remojo a causa del peso, navegaban cerca de la playa, les gustaba disfrutar de la penumbra que inventaban las pocas luces de la costa, era íntimo, tranquilo, invitaba a pensar, a hacer balance de la vida, de la propia vida.
Julián desayunaba con Jorge en la pequeña isla del Faro. Este preparaba pan con tomate y tortilla de atún, o embutido, o ambas cosas, un buen vino,… y con el café, la charla. Manuel se quedaba en su bote, ya dormía antes de haber llegado allí.
Después Jorge le enseñaba, cada día de su vida, el faro,… su faro:
—… mira esta pieza de la lente cómo reluce, la base parece que esté cada día más fuerte, al torreón le he dado una capa de pintura, las piezas del Fresnel las he ido renovando, ¿te he contado ya la historia de este trozo de madera?
Y Julián le escuchaba con paciencia y cariño, hacía más de veinte años que se conocían y su luz –la del faro y la de Jorge– le habían salvado de muchas “tormentas”, unas marinas, otras… no.
Un par de horas después recalaba en otro pueblo, que tenía un pequeño muelle en el que malvivía Juan, un sintecho amigo de todos, un paria simpático, un paria de los de toda la vida. Y Julián le pedía consejo sobre diferentes cuestiones:
—… que si me puedes arreglar la puerta de este armario, que si engrasarme la biela que mis manos ya no aciertan como las tuyas, que si el generador, que si…
—Qué suerte tengo, Juan, de que sepas hacer tantas cosas, no sé qué haría sin ti, —le decía Julián, y luego lo invitaba a desayunar en el bar del pueblo como pago de sus “servicios”.
Pero llegó la crisis al lugar y Julián tuvo que acelerar sus ventas si no quería que las deudas le quitaran el barco, que, aunque ya suyo, tal vez debería malvender para sufragar otros costes y desempeños.
Ahora pescaba con otro tipo de aparejo. Instaló una serie de cañas para la pesca de pulso con plomo, que se ponían en marcha mucho más rápido y aunque se pescaba menor cantidad, aumentó las horas de trabajo y consiguió su objetivo.
¿Y Manuel?
—Puedes quedarte en casa Manuel, y descansa, que cuando todo esto pase volveremos a ser los de antes. Ahora lo “IMPORTANTE” es otra cosa.
Al volver de la primera salida para guardar el pescado en frigoríficos hasta la hora de la subasta, ya no paraba en la isla del Faro, no coincidían ni las horas ni le coincidía la vida. Volvía a salir a otra zona menos recebada para intentar llenar el cupo. Saludaba a Jorge desde el “María Luisa”, con la mano, sin palabras,… con la mano,…
Cuando todo esto pasara, volverían esos momentos, ahora lo “IMPORTANTE” es otra cosa.
Juan no sufría la crisis, para él nada había cambiado y esperaba cada día a su amigo en el muelle: algo se le habrá roto, —pensaba— algo necesitará. O tal vez esté haciendo cosas más “IMPORTANTES”, ya vendrá…
Pasó un día y otro día y otro día hasta que, poco a poco, Julián ya no vio la necesidad de tantas horas, tanto viaje y tanta pesca y fue en busca de su amigo el farero.
Hoy desayunaría con él, nada de saludarse con la mano. Hoy se estrecharían en un fuerte abrazo y pasarían el resto de la mañana charlando.
Pero Julián no pudo encontrar la isla, ni el faro, ni al farero, su amigo. No pudo encontrar el muelle, ni a Juan, su amigo.
Encontró a Manuel durmiendo en su bote de luz, pero ya no dormía.
Y él,… él ni se había fijado en que lo llevaba a popa todo este tiempo.
Photo by Ben Cliff on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Nita Sáenz Higueras
Licenciada en Filología hispánica, diplomada en Magisterio y diplomada en Germánicas.
Profesora de primaria y secundaria. Traductora y correctora como linguista en la UOC.
Escritora y poeta aficionada.
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