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A veces todavía me pregunto; ¿cuál es el mayor dolor en el mundo?
Evadí la mirada de mi abogado y el sacerdote continuamente. Había algo en lo que aún no había gastado ni un solo segundo de su vida en pensar; ¿de verdad soy culpable? ¿qué es realmente la culpa?
-¿Te leíste el último libro que te deje Jaime? –susurro el sacerdote buscando su mirada.
-¿Y para que voy a leer Padre? Apenas faltan unos minutos para que me ejecuten, ese libro no iba a cambiar nada, solo quiero ver a mi hija por última vez, y que si tienes la oportunidad de conocerla después de todo esto, hazle llegar un mensaje de su padre; <<De verdad soy culpable hija, culpable bajo los ojos de unas leyes que empatizan poco con el individualismo del ser y mucho con el colectivo. Soy culpable de estar loco de amor, soy culpable de quererte para mí, este último minuto me invade una duda, ya es imposible encontrar las respuestas que necesito en tan poco tiempo, pero te encomiendo que tú lo hagas cariño, ¿que es la culpa?.>>
Sonaban pasos aligerando por el pasillo, pasos que sonaban en mi cabeza como si fueran los primeros relámpagos de una tormenta, una tormenta que tan solo acaba de empezar…
Si no respondo ante esos valores, ante esas leyes, aveces injustas, porque he sido condenado como culpable, no todo gira entorno a mi me dijo una vez aquel psicólogo de presidiarios. ¿No es puramente racional y justo que matará al violador de mi pequeña? Pero este sistema, este juez, que seguramente desayune lo mismo que yo por las mañanas y vea el partido de las 9 en el mismo canal que yo, ha determinado que tengo que morir en una silla eléctrica porque soy… culpable.
No existe culpa en mi alma, no existe culpa más allá de la razón, no puede existir algo que ni nos hemos planteado en definir como sociedad, soy culpable de mucho, siento anhelos de una conciencia tranquila, pero no soy culpable esta vez.
-Jaime, ha llegado el momento –la voz del guarda de prisiones irrumpió en mis pensamientos bruscamente.
Me levante, levante las manos ansiosas de volver a tener unas cadenas, miré a los ojos del guarda y no pude contenerme a hacerle pensar, por lo menos un minuto de su vida, como yo en mi último minuto.
-¿Sabes que tu también eres culpable, verdad? Me estás llevando a mi muerte, consigues dormir por las noches imagino, desde luego no puedes decir que no has cambiado los caramelos del colegio por ansiolíticos de adulto, pobre diablo.
-Al menos yo no he matado a nadie, así que no me siento culpable de llevarte a tu muerte. -dijo el guarda con mirada desafiante.
-Ahí quería llegar yo, ni tú eres culpable bajo tu prisma, ni yo lo soy bajo mi conciencia, y seguramente para muchos ciudadanos de ahí fuera tampoco. Pero quien está determinando la culpabilidad cuando no hemos reflexionado lo suficiente ni hemos descrito todas las encrucijadas que nos deja la palabra «culpa». Obviamente esto no es un alegato, es mi último minuto de vida, y tan solo quería malgastarlo regalándote a ti algo sobre lo que reflexionar como mínimo el mismo minuto que yo he empleado. Suerte con tus ocho horas diarias, tu sueldo justo para seguir comprando ansiolíticos y suerte mucha suerte con tu próxima ejecución.
En una bolsa sin abrir quedo aquel libro que el sacerdote me recomendó leer, culpabilidad o muerte interior.
Acerca del autor
Escrito por: Diego Romero Ruiz (@jaquealarazon)
Escritor por convicción y obligación.
«A veces dejo a mi mente dilucidar por las palabras y conversar con versos… «
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