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Duerme a mi vera.
Está separado un poco de mí, no me roza ni me abraza. Sabe que me duele todo el cuerpo, por nada del mundo se atrevería a lastimarme más de lo lastimada que ya estoy.
Por eso se ha dormido, porque no quiere mirarme a los ojos y decirme que no puede hacer eso que le he pedido. Él me quiere demasiado. Siempre ha sido así. Y una vez le hice prometer que haría siempre todo lo que yo le pidiera, por mucho que le doliera. Seguro que se arrepiente de esa promesa.
Puedo observar su rostro, aunque no con tanto detalle como quisiera. Mis ojos me traicionan, confunden las líneas y distorsionan los colores.
Pero no importa. Puedo imaginarme su cara, cada punto de su piel, aún no se me ha olvidado. Sus cejas son grisáceas. Su nariz es puntiaguda y tiene una pequeña verruga que me recuerda a un enanito de un cuento que mamá siempre me contaba cuando yo era pequeña. Un enanito que era un refunfuñón, pero tenía un corazón muy grande. Como él. Tiene los labios muy pequeños y rosados. Su frente y sus cachetes están arrugados. Seguramente, ahora, están más arrugados de lo que yo los recuerdo.
Me gustaba pasar mis dedos por esas pequeñas ondulaciones, me imaginaba que seguía los puntos de un dibujo. El mar, era el mar. Sus arrugas eran como las olas que iban y venían, una tras otra.
Pero ya no puedo. Hace mucho tiempo, demasiado tiempo, que no toco ese mar. Ya no puedo verlo. Ya no puedo alzar mi brazo. Ya no puedo extender mis dedos y tocar esas cortinas de arrugas. Solo está a diez centímetros de mí. Esos simples centímetros son los que me separa de mi esposo, de Ángel, de vivir.
Diez escasos centímetros a los que no puedo llegar, por culpa de los que no puedo sentir. Diez centímetros.
Sí, me prometió que haría lo que yo le pidiera. No ha podido olvidarse de esa promesa.
Mi carita arrugada que duerme para no mirarme a los ojos.
Parece un ángel…
Puedo notar sus ojos llorosos fijos en mí.
Yo finjo que duermo. Finjo que duermo.
Noto su acelerada respiración, noto como el aire de sus suspiros llegan hasta a mí. Quisiera retenerlos conmigo siempre. Y su fragancia. Huele a rosas.
Seguro que está mirando mi rostro, mirando mi pequeña verruga en la nariz. Siempre le gustó, decía que me parecía a un enanito de no sé qué cuento. Nunca lo entendí. Pero yo la dejé ahí solo para ella. Solo para ella.
Sigo fingiendo que duermo. Sé que todavía me está mirando.
A lo mejor ahora se está imaginando mis arrugas, ya no puede verlas con tanta claridad como antes. Es una pena que no pueda ver como mis arrugas se han multiplicado, ahora tengo muchas más que antes. Olas, como ella decía que sentía que eran, cuando las acariciaba. «Olas que van y vienen», me susurraba bajito al oído mientras pasaba sus delicados y dulces dedos por ella. Echo de menos su textura, su piel sobre la mía.
No puedo abrir los ojos. No puedo.
Le prometí un día que haría todo lo que me pidiera, aunque me doliera. Y no puedo mirarla a los ojos y decirle que “no” a lo que me ha pedido. Tengo que cumplir con mi palabra, tengo que cumplir con su deseo.
Quiero a mi mujer. Amo a mi mujer. Pero ella está sufriendo. Ella me lo ha pedido por favor, me lo ha suplicado. Yo no puedo negárselo.
No puedo mirarla a los ojos.
No, no puedo abrir mis ojos.
Aún no quiero despedirme.
Aún no, mi reina.
Mientras ella me sigue mirando, dormiré un ratito, de verdad, si fingir.
Solo un ratito.
Y soñaré que ella alza su brazo con facilidad, sin dolor, soñaré que extiende sus dedos hasta acariciar mis arrugas, soñaré que se acerca a mí oído y me dice en voz bajita:
“Como las olas que van y vienen, como las olas que van y vienen…”.
Por todas esas personas a las que se les ha negado una muerte digna y el Estado ha preferido dejarlas sufrir y agonizar infinitamente, mientras miraba a otro lado.
En recuerdo de María José C. y de todas aquellas personas que han estado o están en la misma situación que ella. No merecen nuestro silencio. No merecen nuestra indiferencia.
Todo el mundo debería tener derecho a una vida digna y a una muerte digna.
Acerca del autor
Escrito por: María José Robles Pérez (@marijoseeh)
En Espacio Ulises cuento ya con varios relatos cortos publicados como “Las cenizas de una peonía”, “Bajo el mar”, “Anaan”, «¡Corre enanito, corre!», «El pilar de la vida», «Mentira, mentira», «Uno, dos, tres, cuatro…» y «Gracias».
Además, también tengo la suerte de que haya publicado un microrrelato llamado “¡Vamos pajarito!”, una carta dedicada a Virginia Woolf “Te devolverán las olas a mí” y otra carta que Aanisa le dedicó a Obama, llamada «El amor salvará vidas».
Ediciones Hades publicó un libro de relatos cortos, dentro de los cuales se encuentra “Los restos” de mi autoría, además de mi primer libro llamado “Perdónanos”.
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Excelente relato, María José.
Breve. Cuánto dolor, amor y ternura en muy pocos versos.
Llevo leyendo desde hace tiempo tus relatos cortos y esas extraordinarias cartas que publicas aquí.
Tienes un don escribiendo: eres capaz de estremecer al lector a pesar de que se intuye claramente (al menos muchas veces) que es lo que nos depara la historia que escribes.
Tienes una fuerza impresionante para arrancar las palabras del interior de los personajes, tanto, que podemos sentirnos como ellos. Y eso no es nada fácil.
Espero seguir viendo por aquí tu nombre, sin lugar a dudas, te leeré con mucho gusto.
Oh Saúl…
Millones de gracias por leerme, es un placer.
Gracias por tus palabras. Sí, de vez en cuando sale algún que otro relato corto y las cartas es algo que a veces siento la necesidad de escribir. ¿Necesidad? Bueno, no sé si he utilizado la palabra correcta. De cualquier manera, me alegra que te hayan gustado.
Sí, lo cierto es que no suelo mantener mucho el misterio en las pequeñas historias que escribo, de hecho, muchas de ellas están basadas en casos conocidos por lo que el final no es que sea predecible, es que es más que evidente y conocido. No pretendo mantener en tensión al lector. Creo, que pretendo emocionar y de ahí, que haya una reacción.
No sé si lo consigo, claro.
Hay una frase que me gusta mucho que dice así: «No escribo para que te emociones, escribo para que reacciones». Aunque no lo consiga, lo seguiré intentando.
Gracias por eso de que dices que logro arrancar las palabras del interior de los personajes, pero no estoy muy convencida de ello aún, sí me noto cierta evolución y algo más logro, pero aún me queda mucho por trabajar. Por supuesto que seguiré haciendolo.
Yo espero que me sigas leyendo y espero tus comentarios y críticas con mucho gusto.
Un cordial saludo!
Excelente relato María José Robles Pérez.
Como todo lo que escribes.
Ohhh mi Sarita que siempre me dedica un ratito para leerme…
Mil gracias, esos minutos y esos ratitos tan simples que dedicáis a leer estas cosas que escribo es lo que me lleva a querer escribir algo más, siempre.
Gracias por tus bonitas palabras.
Eres un amor.
Un beso!!!
Impresionante. Sabes transmitir esa emoción, la vivencia de cada momento.
Muchas gracias Tania!!!
Gracias por leerme y por tus palabras!
Un beso!
Leí varias relatos tuyos y todos y cada uno de ellos me han dejado: alegre y triste. Impresionante este último, he vivido el amor, el cariño, el valor de las promesas, seas cuales fueran. Repito: impresionante.
Muchas Gracias Pilar, eres muy amable.
Sí, me lo dicen mucho: hago sonreír y llorar, no sé muy bien aún como.
A eso, siempre contesto: así es la vida, la combinación de ambas cosas, ¿cierto?
Un beso
Siempre que te leo me emocionas y a menudo me dejas sin palabras. Amo tu sensibilidad que me transmites con cada palabra, tu cariño para contar las cosas, tu crudeza a veces….. Me atrapan tus escritos querida amiga.