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Tumbada en aquella camilla, tras tres días horribles, solo podía pensar en que vivía a pesar de todo. Agradecía aquella vigilia sosegada, producto de los sedativos y relajantes musculares. Apenas podía sentir nada, solo un zumbido que subía de la tráquea y que era más notorio en cuanto abría la boca. La cerró.
Si moría ahogada o de un paro cardiaco, si declaraban su estado irreversible, se alegraba de haber tenido el valor suficiente para reinventarse en los últimos dieciocho meses. Tal era su lamentable situación que en tres días ya había tenido tiempo de pensar en el final. Ansiaba la paz para su cuerpo; su mente y su conciencia estaban tranquilas.
MÉDICA 1: La paciente está ahora estable. Propongo que la mantengamos en observación durante veinticuatro horas más. Es evidente que estamos ante un cuadro insólito. Es mejor ser precavidas. Podríamos estar ante una nueva patología. Necesitamos recabar toda la información posible antes de tomar una decisión definitiva.
Le habían colocado suero por una vía. Llevaba tres días sin comer ni beber agua. El monitor multiparamétrico indicaba que no corría peligro. Controlaban su presión arterial, le tomaban la temperatura; le hicieron varios análisis de sangre y varias radiografías. Al parecer, la familia vivía lejos, así que por precaución, y a falta de un diagnóstico, decidieron no alarmar a nadie.
Los primeros síntomas se produjeron el sábado por la noche volviendo de su cita. Poco antes de alcanzar su portal, la rodilla derecha le falló y cayó de bruces contra la fría acera. El estómago le dio un vuelco repentino. Solo había tomado un par de copas de vino. Se levantó del suelo sorprendida. Al entrar en casa notó que tenía mucho calor, se desvistió y desnuda se metió en la cama sin cenar.
El calvario empezó a las tres de la mañana. Hasta entonces estuvo soñando con su cuerpo, con abrazarla. Se habían besado. Le había tocado el pelo ondulado. «Qué suave», le había susurrado. Hubiera pegado la nariz contra su cuello, la hubiera agarrado de los hombros, y se hubiera apretado fuerte contra ella, hasta fusionarse.
MÉDICA 2: Es absolutamente urgente que aislemos a la paciente del resto del hospital. Insisto en que debemos aplicar un riguroso estado de cuarentena. Podría tratarse de una epidemia mortífera. Quizá es una plaga enviada para castigar nuestros abusos contra el planeta. ¿Por qué no hemos logrado inducirle el coma? ¿Nos escucha?
Así que la trasladaron a un ala del hospital fuera de servicio. El acceso solo se permitía a personal autorizado. En la entrada al pasillo de aquella ala pusieron seguridad. Se tomaron medidas muy estrictas en el contacto con la paciente. Había entrado en un placentero duermevela, pero cuando la dejaron sola en aquella habitación, el ruido constante que procedía de su interior le recordó que no estaba a salvo. Le pusieron una sonda por la nariz, un tubo tan estrecho como un cable de teléfono por el que introdujeron una cámara microscópica para ver mejor la causa del problema.
De madrugada había empezado a vomitar. Parecía que su estómago saltaba e intentaba salir por la boca. El dolor era tan intenso que no podía evitar llorar y quejarse en voz alta. Había vuelto a casa feliz e ilusionada. Le entró pánico, no sabía qué le estaba pasando. No era acidez, no eran retortijones, nada que hubiera experimentado antes. El estómago se sacudía salvaje. Entonces había empezado aquel odioso ruido que al principio le había hecho tirarse de los pelos. Intentó ahogarlo con múltiples vasos de agua. Le subió la fiebre. Tenía miedo porque no sabía cómo actuar.
Sobre las nueve de la mañana llamó a Emergencias. Le pidieron que intentase llegar por su propio pie al hospital, aunque el dolor de estómago le dificultaba caminar. Se vistió como pudo. Se sentía sucia. Pero se vio incapaz de meterse en la ducha. Antes de salir de casa vomitó de nuevo. Expulsó un par de mariposas muertas junto a la bilis. El estómago lo había conseguido. Más tarde los expertos se lamentarían: aquellas mariposas eran dos ejemplares de mariposa monarca (Danaus plexippus), una excentricidad en aquellas latitudes, y una especie protegida.
Cayó en la cuenta: el insoportable ruido se trataba del aleteo.
MÉDICO 3: Es por humanidad. Debemos abrir cuanto antes y aliviar a la paciente de esta carga. Esperar a que expulse todas las mariposas mediante el vómito es muy cruel. No sabemos cuánto tiempo le podría tomar. Debemos tratar los cuerpos invasores como tumores. Debemos extraerlos y rezar porque no se reproduzcan como una metástasis.
Era un médico joven, entregado, defensor acérrimo de los paliativos. Sus colegas de profesión le echaron en cara que los indicadores tumorales no daban positivo. Y que dentro del estómago de aquella chica había vidas que conservar.
Tenía el estómago lleno de mariposas. El asombro que le produjo recibir esta noticia era compartido con los facultativos del hospital. No lograron determinar cuántas mariposas había allí dentro. Por eso habían llamado a expertos de distintos centros. Exigieron a todo el personal médico y científico que firmara un contrato de confidencialidad. También lo firmó la paciente. Lo último que necesitaban ante esta crisis era cobertura mediática. Postrada en la cama, nerviosa, sintiendo un dolor intermitente, tuvo un momento crítico al conocer la causa de sus males. Hubiera salido corriendo y gritando de allí, solo pudo preguntar una y otra vez lo mismo: qué iba a pasar ahora, cómo la iban a curar. Y siempre le respondían:
—Bueno, veremos.
Nadie sabía qué podían hacer. Las reuniones médicas se eternizaban, decían que el café que se servía en aquel hospital era el mejor de la comarca. Gran parte del personal en contacto con la paciente llevaba tres días sin volver a casa.
ENTOMÓLOGA: Las ecografías no son lo suficientemente nítidas pero la visión es sin duda extraordinaria. Fíjense en esta mariposa de la derecha. Es increíble, es una Karner azul, una Plebejus melissa samuelis, también llamada Melisa azul. Está en peligro de extinción. Esta de más abajo es una Apolo roja, Parnassius epaphus, y vive en la India y el Nepal, a gran altura. ¿Se imaginan? Y esta de aquí… ¡Qué barbaridad! No me lo puedo creer. Es asombroso: es una Xerces azul, o Glaucopsyche xerces, y está oficialmente extinguida. No se había visto una desde los años cuarenta del siglo pasado. ¿La muchacha sigue dormida? Quisiera entrevistarme con ella y negociar la compra de las mariposas. Deben sacarlas vivas con sumo cuidado. No maten a las Xerces, se lo ruego, y la Melisa… ¡La Melisa es espléndida!
Tras las emociones desenfrenadas, cayó en un sueño profundo: se vio a sí misma flotar en un mar infinito, a la deriva; pensaba en ella de nuevo, en la cita, pero de forma abstracta. Días atrás hubiera podido describir con precisión aquella piel pecosa, los labios finos, el apetecible escote, porque se la había comido con los ojos durante horas; el pulso acelerado no quería dejar escapar ni un solo detalle. Pero tras días de sufrimiento ya se había olvidado de su rostro. No sabía, ni siquiera llegó a pensar, que entre sus pertenencias su móvil había estado sonando hasta que se quedó sin batería. Ella le había estado enviando varios mensajes. Al principio, muy cariñosos, quería que volvieran a verse. Quería probablemente convertirse en su amante, había estado tan cerca y había decidido esperar. Desconocía que aquel cuerpo deseado se encontraba en una cama de hospital en una situación extrema. Al no obtener respuesta, los mensajes se volvieron dubitativos, confusos, alarmantes incluso. Ella quería saber dónde estaba, por qué no contestaba, qué había hecho mal durante la cita. «¡Me besaste! Me invitaste a acompañarte a tu casa», le recordó en varios mensajes. Los dos últimos eran bastante osados, indignada le reprochaba su actitud, la insultaba enrabiada. Si ella supiera qué situación se desencadenó tras el encuentro… Ahora ya debía de estar hablando mal. Se reiría si supiera lo de las mariposas en el estómago, le parecería la peor excusa.
NABOKOV: Estas migraciones son sorprendentes. Es muy posible que se hayan gestado durante generaciones, que las mariposas hayan cruzado continentes en cadenas de ADN. Estoy convencido de que sus antepasados y el resto de miembros de la familia presentan predisposición genética. La Melisa azul del centro del estómago que aletea con semejante arrebato es de un tamaño muy superior al habitual. Desearía tener una imagen del interior de la muchacha más clara, para poder dibujar las mariposas bien. Es una combinación muy interesante, como ya apuntó la entomóloga. Y la explicación se encuentra en la genética. Estoy seguro.
Entró en coma por fin. Pero poco antes, y puesto que era donante de órganos, accedió a que extrajesen las mariposas de su estómago vivas. Le gustaba demasiado Nabokov. El compasivo médico 3 ideó el siguiente plan para extraerlas: recubrió el cuerpo de la paciente con gruesos vendajes, mantuvo las luces bajas. La convirtió en una larva. Aunque era médico no podía renunciar a tener fe. Quizá le construyó una crisálida por superstición, pero confiaba en que, después de todo, la operación saldría bien; la medicina cumpliría su función, aquella mujer se merecía renacer. La operarían dentro de dieciocho horas exactamente.
Ya dormida e inconsciente, recubierta en capas de tela, la boca se le había quedado ligeramente abierta. El aleteo era lo único que rompía el silencio sepulcral de aquella estancia.
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Acerca del autor
Escrito por: Jennifer Camacho Montes (@garymused)
Escribo cuentos extraños, de amor, gore y fantasía pop. He autopublicado dos recopilatorios en la plataforma digital Lektu. Otras tres historias han aparecido en las revistas mexicanas Penumbria y Miseria. Siempre que me enfrento al papel en blanco recuerdo las palabras que dijo Ródchenko: «nuestro deber es experimentar».
http://www.patreon.com/garymused
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Una caza ,fuera de la selva,,,,,,,,,!!
Debo leerlo un par de veces más,,,para entender, esa noche loca,,,fue un beso, fue el vino??!!!! ♀️fantástico..!!!!.