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Todo había cambiado. Desde entonces Mariela era feliz. Sus problemas no existían. Ese hombre había dejado de engañarla y se marchó de casa. Siempre se estuvo preocupando por los demás y, nosotros, sobre todo yo, no nos dimos cuenta de que ella era la que necesitaba ayuda.
Cuando me enteré de la enfermedad que padecía quise morirme al momento. Ella lo era todo. Sus ojos me daban vida. Su sonrisa era muy dulce, y su voz, y su rostro… Me tenía locamente enamorado.
Me senté a su lado. Le di un beso en la mejilla, y preguntó qué hacía yo allí:
-Quiero estar a tu lado –contesté.
-No. Tienes que irte. No debes estar aquí.
-Quisiera decirte tantas cosas…
-Me estoy muriendo. No quiero que me veas así.
Mientras la miraba con ojos de tristeza, ella estaba ahí, en aquella cama del hospital, llena de cables que recorrían su hermoso cuerpo. Con una cara en la que se podía leer una tremenda rabia y esas ganas de querer vivir, de salir corriendo, de sentir.
-Sólo quiero ayudar a que esto te sea más sencillo.
-Es tarde, ¿no crees? -hizo una pausa, nos miramos y prosiguió-. Tal vez pienses que te he fallado. Debí haberte confesado mi enfermedad; la tengo hace años, y poco a poco sé que me ha consumido. Perdóname, pero si jamás te conté nada fue porque para mí eras más importante tú que mis problemas de salud.
-No me has fallado -le cogí la mano-, has pensado demasiado en mí, y eso en cierto modo me agrada -retiré la mirada para que no me viera llorar.
-Quiero que sepas que… –ella se me iba.
Nos habíamos conocido a los doce años. Y desde ese mismo instante la quise. Vivimos juntos muchas cosas: el cambio del instituto a la universidad, fiestas, bailes, pérdidas de familiares, e incluso tuvimos numerosas discusiones siendo aún muy jóvenes; recuerdo que la primera de ellas casi nos cuesta nuestra amistad, pues fui yo quien le abrió los ojos para que dejara al hombre con el que iba a casarse. Él le era infiel. Toda su felicidad se partió por la mitad. La boda no se celebró, y ahí estuve yo, ayudando como amigo a la que consideraba el amor de mi vida.
Pasaron los años como una exhalación. No me daba cuenta de que transcurría el tiempo porque Mariela conservaba intacta su belleza. Significaba todo para mí. Su felicidad era la mía. Pero, todo empezó a estropearse cuando volvió a estar enamorada. Sus palabras, al decírmelo aquel día, me hicieron mucho daño:
-Nunca había sentido esto antes, ¡soy tan afortunada de tenerlo!
En ese instante no quise decir nada que le hiciera sospechar mi sensación de que se me escapaba de las manos. Que deseaba apartarla del resto del universo, y de ese nuevo amor. Quería llevarla conmigo al fin del mundo, como si en esta vida solo existiéramos nosotros dos.
-Espero que seas muy feliz -fue lo único que le dije. Agaché la cabeza y cambié de tema intentando disimular mi dolor.
¿Cómo decirle que en ese momento me sentí morir? ¿Cómo pedirle que no me dejara y que se quedara conmigo hasta el fin de los días? ¿Cómo gritar que sus palabras eran espinas que me atravesaban el vientre? No pude confesarle cuánto la quería, lo que la necesitaba entre mis brazos, lo mucho que deseaba besarla cada mañana al despertar… Es tan fácil enamorarse y tan difícil actuar como si no sintieras nada.
Desde aquel día, el tiempo pasaba mucho más deprisa para Mariela, y mucho más lento para mí. Los minutos sin ella eran eternos; me faltaban nuestras charlas, echaba de menos su sonrisa, sus ojos oscuros, su voz… Algunas semanas nos veíamos un par de días, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba junto a él. Hasta que un día me dio la noticia: se casaba, mi Mariela se casaba.
¿Qué hice yo durante esos años? ¿Sólo llorar por su amor? ¿Cómo pude callar mi secreto? La rabia me consumía, y tantas preguntas me hacían sentir aún más estúpido.
Dejé de verla. No podía soportarlo. Quise olvidarla para siempre. Así que decidí escribirle una carta… Sí, pensé en confesarle lo que sentía, pero solamente le dije que fuera feliz, y que me marchaba, que necesitaba cambiar mi vida; y me despedí con un simple “hasta siempre” y “nunca te olvidaré”. Quizás ese fue mi error, no decirle lo mucho que la amaba. Pero en ese momento no me sentí capaz de nada más; confiaba en que la distancia iba a ayudarme a acabar con ese dolor, pero el tiempo me demostró todo lo contrario. Estuve lejos de ella casi cinco años, y Mariela permanecía en mis entrañas. Era tan bonita que me fue imposible olvidarla.
Fue por eso por lo que un día decidí volver. Necesitaba verla. Saber que estaba bien, que era feliz; desde luego yo sin ella no lo fui, por eso también quise regresar. Y, en una de tantas casualidades que se dan en la vida, coincidí de madrugada en un bar de copas con su marido… Aquella noche no solo quise deshacer su matrimonio para así apartarlo de Mariela, sino que también deseé matarlo, terminar con su vida para siempre. Despertó un odio en mí que nunca antes había sentido, pero conseguí controlarme, y salí del bar al instante. Me tranquilicé, sin querer ver lo evidente. Puede que hiciera mal. Quizás debí llamar a la que después de todo seguía siendo mi amiga; pero me marché. Aquella mujer rubia que iba con él sólo sería una amiga; o quizás un pequeño desliz sin importancia, y no volvería a ocurrir… Quise creerme esta mentira.
No dejé de ir a aquel bar, y volvía a verlo junto a mujeres diferentes. Hasta que llegó un día en el que decidí contárselo a Mariela:
-Has estado alejado de mí durante todos estos años, y hoy esperas que crea lo que dices sin dudarlo. El amigo que yo tenía hubiera estado conmigo desde el principio. Lo siento, pero ya no confío en ti.
Su matrimonio iba directo al fracaso, pero ella seguía ciega. Sin embargo, no tardé mucho en demostrarle que yo tenía razón, y entonces él se marchó de casa. Ella me pidió perdón, ¿cómo no iba a perdonarla? Si la quería más que nunca y sólo deseaba que fuera feliz y que nadie más la engañara.
Meses más tarde, nos volvimos a convertir en los amigos que éramos. Ya no había problemas; tan solo dos almas gemelas reviviendo nuestra amistad. Durante ese tiempo, no paraba de preocuparse por mí, porque sabía lo mucho que me quejaba de mis dolores de cabeza, de mi ansiedad, de mi malestar a deshoras; tal vez todo era a causa de mi deseo por besarla, por tenerla más cerca… Tanta confianza, tanta sinceridad, y tantos recuerdos nos unían que yo estuve a punto de decirle todo lo que sentía. Pero, cuando llegué un día a su casa, ella no estaba. Entonces me informaron de todo.
Mariela estaba enferma y no había ninguna solución.
Quise estar en su lugar. Quise llorar. Quise amarla toda mi vida, y es ahora cuando me arrepiento del tiempo que perdí. Y cuando pienso en sus últimas palabras antes de abandonarme, solo pronuncio:
-Mariela… siempre te querré.
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Acerca del autor
Escrito por: Cristina M. Marín Casino
Soy una opositora que sueña con poder publicar un libro algún día.
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Bua te llega al corazón!!! Muy bonito Cris me ha gustado mucho, sigue así que tienes mucho talento, y sí, ese ese día llegará ya lo verás. Un beso muy fuerte. FELICIDADES!!!!!
Criss, pero que bien escribes, de verdad.
Me ha gustado mucho este corto relato, pero que tantas cosas dicen, lleno de emociones y sentimientos a la persona que quieres y que por avatares de la vida nunca la has tenido y que se ha marchado sin decirle todo lo que querías haberle dicho.
En fin, enhorabuena y sigue así de bien y no desesperes que algún día conseguirar que tu sueño se haga realidad.
Un abrazo