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A Eliodoro Rodríguez
Cuando joven, fue siempre el pastor de un rebaño de cabras entre las dunas; de adulto, un peatón itinerante de ciudades y en su vejez, sólo una voz que balbuceaba historias. El abuelo había nacido el día de la Cruz de Mayo el último año del siglo diecinueve. Vino a la ciudad desde aquel caserío de occidente en un largo viaje por aproximaciones sucesivas que duro diez años: desde los suburbios agrestes a su caserío, de allí a un centro poblado, luego a la ciudad más cercana, hasta llegar, diez años después, a la capital. Frágil, de baja estatura, toda su vida fue un peatón de grandes distancias, un animal silvestre, eternamente fiel al extinto partido amarillo. Siempre usó traje en casa y, al salir, se colocaba un sombrero de fieltro negro; sus bolsillos, una tienda de abarrotes: clavos, alambres, trozos de cuerda, bandas elásticas, mondadientes, escapularios, una diminuta cruz de palma, raídos billetes de lotería y llaves, siempre llaves que jamás abrieron puerta alguna […tal vez el abuelo, sin saberlo, compilaba llaves con el objeto de liberar el cerrojo de algún candado colgado en Ponts des Arts que le permitiese descubrir un anagrama oculto para adentrarse en Rayuela, en cuyo párrafo inicial yo leería, por primera vez y casualmente, acerca de ese puente, aun ausente de precintos, candados y cerrojos]. Era amante de las tortugas de tierra, cuyas cuadrículas concéntricas, fractales, eran teñidas de colores diversos. En ocasión de alguna fiesta, serían pintadas las paredes de la casa con cal coloreada y él, el abuelo, sólo en esos momentos retocaba el caparazón de las tortugas, hoy no sé si como invitadas especiales a las celebraciones o como una ingenua y extraña expresión de arte decorativo. Muchas veces observé, bajo la lluvia, la decoloración de las tortugas, quienes debían esperar hasta la próxima celebración para mostrar, con énfasis, su cinetismo natural, entretanto, no era más que la vivificación desdibujada de una imagen rupestre. A la hora de comer, todo alimento fue siempre transformado por sus manos en un amasijo, con el objeto de ser compartido con loros, perros y tortugas. Décadas después yo visitaría aquel poblado inicial: caserío aún de una sola e interminable calle, cruzada de riachuelos moribundos, casi secos, a corta distancia uno de otro; en algún lugar, hacia el este, habría un vértice donde se bifurcaba el delta. Casas en ruinas, polvo, zancudos, vegetación xerófila; raquíticos caballos que exhibían a su paso las costillas, como barcas abandonadas de costado, mostrando sus desvencijadas cuadernas; dunas ya inexistentes, transfiguradas en ventiscas que, describiendo arabescos, transmutaban la materia del estado sólido al gaseoso en una recurrente e infinita nube de polvo. Ese viaje fue la reconstrucción lejana de aquellas historias en las cuales el abuelo, marcado por la distancia, sólo era capaz de transmitir una fábula, una ficción, un relato. La última vez que lo visité era casi centenario, rezandero, susurrando historias. Su cabello era ya una pelusa blanca y sus ojos grises, extraviados en antiguas ficciones, confundidas con pasajes de oraciones que sólo abandonaba para alimentar a los perros, las tortugas, los loros y probablemente a él mismo. Repito, cuando joven, fue siempre el pastor de un rebaño de cabras entre las dunas; de adulto, un peatón itinerante de ciudades y en su vejez, sólo una voz que balbuceaba historias.
Photo by Alexandre Debiève on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: César Rodríguez Barazarte
Sociólogo y narrador venezolano, profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido colaborador en las secciones literarias de distintos periódicos venezolanos. Su último libro: «Cartas desde Casablanca», Caracas, 2008. En pronta publicación «Soliloquios Urbanos / Ejercicios Narrativos».
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Excelente relato sobre mi abuelo gran hombre me transporto a los tiempos que compartimos con el abuelo además que me dio a recordar anécdotas que no conocía del abuelo . Gracias Cesar por ese regalo sobre el abuelo … Un abrazo
Gracias!!! Hace días recordaba mis raíces, de dónde vengo, de dónde soy y en la conversación realizada el nombre de mi abuelo Eleodoro de la Cruz Rodriguez, recuerdo los días que tuve la dicha de convivir con el y mi abuela Ramón a Rodriguez de Rodriguez, dos personajes dignos de admirar y de escribir algunas historia y anécdotas vividas a su lado. El relato tan real e identifica a todo un ser muy especial, el abuelo Eleodoro hasta para salir al jardín se colocaba su traje y su sombrero para saludar gentilmente todas las personas que transitaban por la Av. Moran en Barquisimeto y en especial a las muchachas jóvenes con su galantería, jamás olvidaré esos días y sus anécdotas cuando salía a vender el rebaño de animales encomendado por mi abuela, despertarme a las 5:00 al en mis vacaciones al oír sus musica a todo volumen, sus últimos días con una mirada a veces fija en mi rostro y otras pérdidas en sus recuerdos….Gracias César, gracias primo por este hermoso homenaje a mi a abuelo Eleodoro . Briceide Rodriguez Orozco
Q bello relato César muy nostálgico.
Te felicito q lo hayan publicado así se inmortalizan los recuerdos y a las personas q queremos.
Laura tu esposa
Comentario q le escribí a mi esposo por Whast app
Rodri, TE felicito por ese relato del abuelo, muy bonito. Como dice la cancion «recordar ES vivir».
Segura de seguirte leyendo en Muchas mas publicaciones.
Un abrazo amigo Querido .