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Desplegó encima de la cama el mapa de carreteras en el que había marcado todas las réplicas de la estatua de la libertad existentes en los Estados Unidos. Llevaba tanto tiempo estudiándolo que casi se lo sabía de memoria, pero a Sachs le gustaba el ceremonial de poner el mundo a sus pies y decidir a dónde se dirigiría a continuación. Lo encontraba poético, en cierto modo.
Había pasado más de un mes desde la última explosión, en Indianápolis. Con el fin de pasar desapercibido en aquella ocasión había conseguido un trabajo de repartidor de periódicos en la localidad durante el tiempo que duró la preparación de la acción hasta su ejecución. El ataque a la estatua fue el motivo esgrimido para dejar el trabajo. Había optado por adoptar la personalidad de un hombre taciturno, introvertido y asustadizo. Sin barba, gafas de montura grande y flequillo sobre los ojos que le ocultaba de las miradas escrutadoras. El trabajo le daba una excusa perfecta para estar en la calle muy temprano en la mañana y poder así anticiparse a los imprevistos que se pudiera encontrar, con el objetivo de que nadie resultase herido. A aquellas alturas, sin embargo, tras la explosión de tantas bombas, nadie se arriesgaba a permanecer en las inmediaciones de ninguna réplica durante la noche.
En las últimas semanas se había sentido más cansado de lo habitual, por eso quizá había decidido hacer un descanso más largo de lo acostumbrado en Chicago. Allí tenía su refugio. Bajo el nombre de Bernie Solomon, disponía de un apartamento en una zona tranquila de la ciudad y por un tiempo, se permitió llevar una vida normal. Los cuatro primeros días que estuvo en Chicago apenas salió del apartamento. Tras aprovisionarse de latas de comida, cereales, leche y café, se dispuso a llevar a cabo una cura de sueño. La humedad de la ciudad hacía que se resintiesen sus articulaciones; ya no estaba en forma y tenía algún kilo de más, por lo que sus rodillas se quejaban cada vez que tenía que subir o bajar escaleras. Se sentía mayor y eso le hacía pensar en su pasado más de la cuenta.
Durante los últimos años su vida había girado en torno a su misión. Nada existía fuera de ella. Se decía que era su forma de no pensar en lo que había dejado atrás, en lo que había perdido. Pero era más bien a la inversa: había tenido que sacrificar su vida con Fanny para comprender cuál había de ser su obra maestra.
Los proyectos artísticos de María Turner le habían hecho reflexionar sobre quién era y acerca de la idea de trascender. El fiasco de la película de su libro le había afectado más de lo que había dejado ver, pero pronto comprendió que la decepción era en todo caso fruto de su necesidad de reconocimiento, mera vanidad. Los tiempos estaban cambiando la sociedad de manera profunda y sentía que como individuo estaba perdido. Vivía en una constante crisis existencial, enfrentado a un mundo que se movía a diferente ritmo que él, un mundo que cada vez le era más ajeno.
Durante los meses transcurridos desde su recuperación tras el accidente hasta su separación de Fanny, Benjamin Sachs había seguido trabajando pero sentía que lo que hacía carecía cada vez más de sentido. La muerte de Reed Dimaggio se presentó como el acicate que necesitaba. Eso y la necesidad de hacer algo grande, inspirado por el entusiasta discurso de María y su creencia en el poder del arte. De esta forma, la necesidad de trascender se convirtió en algo desligado de la vanidad, conectado al deseo de ser valioso, de provocar un cambio, por leve que sea en el curso de los acontecimientos. Y así llegó a la performance, a la postre, definitiva. Desde el principio sabía que hacer desaparecer todas y cada una de las réplicas era algo imposible, pero como punto de partida le valía. El simbolismo de atacar lo que la estatua de la libertad representaba en aquellos tiempos en los que el papel de Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras estaba lejos de rendir homenaje a tal ideal, era lo que le movía.
El resto de días que pasó en Chicago los dedicó a pasear, ir a exposiciones y a entablar conversaciones con desconocidos en parques, bares, bibliotecas, pero sobre todo en librerías. Fue en una de ellas en la que descubrió que la dependienta, cuando no estaba atendiendo a ningún cliente, aprovechaba para avanzar en la lectura de un libro que resultó ser un poemario de Peter Aaron. Como parte de un juego, en otras ocasiones se había hecho pasar por él, llegando incluso a dedicar y firmar algunos ejemplares, y no dudó en volver a utilizar a su amigo una vez más como medio para acercarse a ella.
—¿Biskane?
—Significa fuego ardiente y se lo debo a mi abuela materna, que es quien lo eligió para mí —aclaró la dependienta, cuyos rasgos delataban su origen amerindio. Era menuda, risueña y sus ojos parecían los de un niño: grandes, observadores, curiosos. De edad indeterminada, su forma de hablar dejaba traslucir una sabiduría innata, como si en Biskane convivieran generaciones de nativas americanas.
Sachs no pudo sustraerse a su influjo y durante varios días se dejó arrullar por la voz suave de Biskane, quien le mantuvo despierto con las leyendas transmitidas de madres a hijas en el seno de la tribu de los Menomini. De una forma muy natural Sachs pasó de narrador a oyente. Biskane le contó que, aunque oriunda de Chicago, su familia materna provenía de los alrededores del lago Namakagon, el lago de los esturiones, en el norte de Wisconsin. Se consideraba emparentada con un nativo americano que a mediados del siglo XIX se asentó en el lago y se hizo famoso debido al comercio de plata. Jamás compartió con nadie la ubicación de la fuente del preciado metal, por lo que su muerte, no sabiendo nadie el emplazamiento de la mina, dio lugar a una ardua búsqueda por parte de los habitantes de los alrededores y que aún era motivo de atracción, tanto para lugareños como aventureros que se acercaban al lago en busca de fortuna.
—Mi tío abuelo jamás reveló a nadie la ubicación de la mina porque creía que la codicia es la semilla de todos los males. Erigió además una serie de esculturas en homenaje a la madre tierra, que era quien le proveía según sus necesidades. Afirmaba que cualquier persona de naturaleza límpida sería capaz de encontrar la fuente de la plata y que dicho metal debería ser usado para fines nobles, nunca para el enriquecimiento particular. Estaba convencido de que el grado más alto de crecimiento del individuo se alcanza viviendo en soledad, de forma austera, dependiendo de uno mismo, porque únicamente así se consigue ser realmente libre.
Las fábulas de Biskane aún resonaban en la cabeza de Sachs cuando decidió poner rumbo al norte, hacia los grandes lagos. Rhinelander era una de las poblaciones marcadas en su mapa. Había recuperado fuerzas y era el momento de seguir con su misión. Condujo durante más de siete horas sin parar salvo para repostar, sumido en sus pensamientos y sin darse cuenta de que había dejado Rhinelander atrás.
Estaba a punto de entrar en el Parque Nacional Chequamegon-Nicolet cuando decidió que para convertirse en un hombre nuevo debía deshacerse de lo que había sido durante los últimos tiempos. Sacó la bolsa de bolos en la que transportaba la bomba y se debatía entre los posibles modos de inutilizarla cuando un pensamiento que llevaba agazapado las últimas horas se hizo presente: lo que pasaba en realidad es que se había secado por dentro, ya no era capaz de contar historias, ni le apetecía hacerlo, por eso sentía esa urgencia por alejarse del mundo, por vivir como un ermitaño.
Y entonces ocurrió. No fue un accidente, como tampoco lo había sido su caída al vacío del 4 de julio de 1986. En cierto modo, aquello fue una suerte de ensayo. La semilla ya estaba plantada, solo tenía que reunir el valor. O reconocer que carecía del todo de él para seguir adelante.
Acerca del autor
Escrito por: Quela Font (@quela_font)
Nacida en Miranda de Ebro (Burgos) en 1979 aunque afincada desde hace más de una década en Madrid, colabora como editora en Playa de Ákaba, editorial en la que ha publicado varios relatos en diferentes antologías: La Librería más bonita del mundo, Crímenes Callejeros y Cosas que nos importan. Aficionada a la lectura se encuentra en proceso de aprendizaje en lo relativo a la escritura y la edición.
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