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PARTE IV: LA GUERRA PARTA
(Nada de lo narrado debe ser tomado como verídico u ocurrido)
Afortunadamente, los macedonios solo lanzan voces al aire.
Al ser la guerra parta la más larga de todas la describiré exclusivamente (continuando EL PODER DE ATENAS), sin olvidar que entre medias de esta guerra hubo otras, que narraré después.
Por mandato del consejo ateniense, sería Cromo el que condujese al ejército que estuvo al mando de Irene, otrora Quersidamante.
Cromo era un hombre paciente, moderado, precavido, por lo que algunos decían que era el más valiente de entre los encargados de la artillería. Se equivocaban. Rápidamente se dirigió a la ciudad de Dura. Dura. Dos generales muertos costaste. Parecía que cada parto tenía familia allí. Se combatió tres veces a gran escala.
Cromo demostró su arrojo en la toma de la ciudad, aunque hay quien apuesta que era Creso. La atenización de Dura fue más dura por los civiles, que por la defensa de los soldados.
Cuando, pasado el año, parecía que se llegaba a un acuerdo con los civiles, se manchó el horizonte de jinetes partos.
Los soldados, acostumbrados ya al combate urbano casi diario, se mantenían preparados.
Se luchó duramente, durante largo tiempo. Al final Caronte se llevó al valiente Cromo con un tajo en las carótidas y a un gran número de entre los orientales.
Y se reavivaron los conflictos. Un tal Cereo se armó y, junto con Creso, puso orden hasta la llegada del nuevo general.
El nuevo, llamado Crisaor, sabía cómo dialogar, así es como tomó el mando, y pacificó el ambiente. No tenía habilidad marcial y “solo iba a clases de pancracio para ver los cuerpos de los luchadores” (es lo que decían sus enemigos políticos).
Crisaor confió en que Aclepiades, su segundo al mando, se encargara de los partos que volvían a formar el horizonte.
Crisaor se encargaba de las finanzas mientras Aclepiades se dedicaba a tomar posiciones.
<<Acabada la batalla me lo dijeron, no podía creerlo, había en la ciudad malditos políticos de los que creímos haber dejado atrás en Atenas. Su suicidio nos afectó a pocos, en especial a mí. Mi amigo y amante se había suicidado y ¡¡¡SERÍA VENGADO!!! >>
A Crisaor le llegaron noticias falsas de la derrota de Aclepiades, por lo que prefirió morir por su mano que por la ingesta de oro fundido[1].
La habilidad marcial de Aclepiades era innegable, había combatido bajo las órdenes de Irene y de niño ya se le veía cosido a cicatrices por trifulcas con los marineros del Pireo[2].
Por estos motivos, un hombre así debía tomar el mando de ese ejército que ya conocía y le respetaba. Bajo estas circunstancias, el consejo le dio plenos poderes.
Acusando traición y de falsear documentos, fueron ajusticiados los enemigos políticos de Crisaor.
Los partos temblaban con solo oír Aclepiades, por lo que Dura encontró la paz.
Como hombre de guerra, Aclepiades no podía estar en la paz más de lo necesario, por lo que llevó a sus tropas hacia Hatra, introduciéndose en Mesopotamia[3]. Los partos seguían rehuyéndole, por lo que los de Hatra estuvieron solos. Corto fue el combate, pues vieron que Aclepiades saldría vencedor.
Se encargó de atenizar la ciudad y adiestrar a sus tropas. Los desiertos orientales no son cosa de broma, por lo que los adiestró para que supieran desenvolverse en esos desiertos, ya que la guerra los terminaría llevando allí.
Cuando todo estuvo dispuesto, partieron en dirección a Seleucia del Tigris, la mayor ciudad moderna del lugar. Sabiendo Aclepiades que una parte de la ciudad estaba protegida por el Tigris, decidió cruzarlo, ya que si no, tendría que hacerlo con flechas partas, algo incómodo, cayendo.
Una vez cruzado el Tigris, los partos formaron el horizonte. Pensaron que estarían cansados de nadar y no pensaron en otras opciones. No se les ocurrió pensar que Aclepiades utilizaría la madera del campamento de campaña para hacer balsas y, así, cruzar rápido el río y luego montar el campamento rápidamente. Contaba con buenos ingenieros (no nuestros, pero buenos). Los partos veían cómo sus flechas eran casi inservibles contra estos hombres (quizá por el amplio número de honderos atenienses). La batalla fue cruenta, sobre todo para los partos.
Retirándose ya el ejército de éstos, un rezagado llamado Surena disparó contra Aclepiades tres veces. Las dos primeras las esquivó y, cuando estuvo a punto de darle muerte, Surena atinó a acertarle al pobre caballo una vil flecha. El animal, malherido y viendo su doloroso futuro, se desplomó sobre el Tigris relinchando y salpicando. La mala fortuna hizo que Aclepiades diera con una roca en la cabeza, se desmayó y probablemente hubiera sobrevivido de no haber estado el imparable Tigris. Murió ahogado. Dicen que así murió Amílcar, el padre de Aníbal, ahogado. Así se acabó la vida del último de los de Irene.
Ocurrido esto, el ejército, descabezado, volvió a Hatra, esperando a que llegara el nuevo general.
Mientras tanto, en Aksum, Irene probó a darle a una prostituta frente a su pasado, en el que él había recibido.
Mala suerte tuvo el prometedor muchacho. La prostituta era, sin saberlo, portadora del sífilis. Acabó contagiado. La situación se complicó, los sistemas sanitarios de Aksum aún no estaban atenizados, y acabó muriendo por la enfermedad. El nombre de Irene le trajo “suerte” durante algunos años, hasta que Atenea se cansó de él. Fue a la única que no pudo satisfacer.
Atenión, ya mayor, aconsejó que un valiente oficial joven tomara el mando del ejército del sur. Leoncia. Sabedores del buen juicio y ojo de Atenión, el consejo aceptó y le dio el mando y, además, envió una carta:
<<A Leoncia, el nuevo στρατηγός del ejército del sur.
Los de Quidri, nuestros más recientes aliados, sufren el acoso de los partos sin temple ni cuartel también, por lo que debes navegar por el mar Eritreo[4] y tomar la fortaleza de Gerrhaea. ¡¡¡Y date prisa, o los de Quidri se aliarán con los partos!!!
Consejo ateniense>>
La carta la traía un prometedor ingeniero que venía de la Siria de los Ptolomeos, Apolodoro de Damasco. Fue un regalo del faraón para sus queridos aliados atenienses. Las primeras palabras que le dedicó a su ahora general fueron:
<< ¿Leoncia? ¿Es un nombre o tu apodo? >>
Sabiendo Leoncia del valor de este hombre (lo necesitaba), respondió amablemente:
<<Me apodaron así. Ocurrió en mi boda con mi mujer Cariátide. Yo nací en Tracia[5], pero viví en Atenas. Un buen día conocí a una joven prometedora, se llamaba Ftía, alejandrina de nacimiento. En el ágora nos veíamos continuamente y, finalmente, conseguí conquistarla. Tenía Ftía ganas de ver mi tierra de nacimiento, por lo que, en compañía de mis padres, nos casamos allí. En la boda, una leona irrumpió y me lancé contra ella. Cansada, herida y hambrienta la leona debió asustarse de mis gritos anormales y mi peinado exótico. Luego apareció su dueño dando berridos, Ciro, exigiendo que le compensara por lo hecho a su leona y, como debía partir para combatir, le aseguré que favorecería sus mercancías comerciales en el territorio conquistado. Ciro tenía “gustos extraños” hacia los animales (de ahí que hubiera una leona en Tracia). También tenía una visión estupenda para los negocios. Su antepasado que se mudó a Tracia era un mercader persa llamado Artavasades aprovechando la Guerra del Peloponeso para comerciar con seguridad con todos. Y, por tanto, como la leona de Ciro, me llamaron Leoncia, a pesar de ser varón. >>
Narrado esto, partieron hacia Gerrhaea. Apolodoro supo sacar buen partido de la velocidad de los barcos mejorándola, de modo que el mar Eritreo pareció el Jónico.
La labor de Apolodoro no acabó ahí, sin pedírselo innovaba. Diseñó artilugios para facilitar la toma de la fortaleza.
Los soldados decían que le recordaban a Arquímedes en Siracusa[6]. Gerrhaea cayó y la confianza de los de Quidri aumentó en los protegidos de Atenea.
Ocurrido esto, Ameinias tomó el mando del ejército oriental. Continuó con lo que había iniciado Aclepiades y pudo tomar Seleucia del Tigris. Surena se había hecho con el mando del ejército parto opuesto a los atenienses (por haber matado a Aclepiades). Luchó duramente por mantener la ciudad en manos partas, pero el poder ateniense era indiscutible, tanto que solo la fatiga de Creso permitió que el arquero parto huyera hacia Carax[7].
Era Carax la última ciudad importante de los partos en Mesopotamia. Era clave tomarla. Y fue Leoncia quien cerró la toma de Mesopotamia. También aseguró las fronteras de Quidri al tomar el puerto de Carax.
Pero, ¿cuál es el nombre real de Leoncia? Agatocles. Eran sus padres los que aún lo reconocían así, los demás lo llamaron hasta el final Leoncia. En lo que a organización se refiere era un desastre más allá del ejército, por lo que Ftía fue la segunda al mando y se encargaba de organizarlo todo. De ahí que la llamaban Cariátide, porque era el sustento del ejército.
Habiendo sido vengado Aclepiades con la muerte de Surena y con la toma de Mesopotamia,
marchó a Susa a tomarla. Era (como se vería más adelante) una ciudad clave. Los espartanos habían tomado por completo Media Magna, que se encuentra entre Mesopotamia y el Hircanio[8] por lo que la pareja tenía que conquistar antes de que se les adelantaran los aliados. Pero antes, la pareja y Apolodoro pasaron por Babilonia para inspirarse.
Terminado el periodo de inspiración, marcharon a tomar la fortaleza de Persépolis. Tal era la genialidad de Apolodoro, que algunos aseguraron ver cómo las máquinas tomaron la ciudad, derrumbaron las murallas, mataron a los soldados.
Persépolis resultó ser una enorme ciudad con una ingente cantidad de comerciantes, y personas en general. Una gigantesca ciudad, a escala de dioses:
<<Los soldados se sentían grandes héroes como Aquiles o Heracles tras la conquista de tan magna ciudad>>
Ameinias había vengado a Aclepiades y se había internado más allá de lo que cualquiera hubiera imaginado en la tierra de los partos. Pero el destino hizo que los cobardes partos envenenaran con éxito los alimentos del estado mayor. Murió Ameinias, el que sometía a los partos. El ejército estaba descabezado. Cundió el pánico entre las tropas. Un suboficial, llamado Alejandro, dejó por escrito:
<<Iban a ascenderme, por lo que me dirigí a la comida del estado mayor. Suerte que me excedí en tiempo arreglándome para la ocasión. Cuando me disponía a entrar, el cielo se oscureció. Instintivamente me llevé la palma de la mano a la empuñadura y entré. He visto cosas feas, pero esto fue brutal. Parecía… que… se servía… ¡¡¡estado mayor para comer!!! Sollozando los esclavos, me dirigí hacia la cocina y descubrir la verdad. Decían los cocineros que compraban los alimentos a unos nativos, así que los encarcelé (por si acaso) y fui a dar caza a los verdugos. Salí del salón y agradecí que la ciudad tuviera murallas, porque fue lo único que evitó la desbandada general…>>
Las noticias vuelan, y volaron hasta Atenas. Se buscó a un nuevo general. Tres candidatos se quedaron finalistas y ninguno conseguía ventaja. Emnesto (de estirpe tan humilde que es generoso llamarlo estirpe), Leónidas (el perfecto Miles Gloriosus de Plauto[9]) y Amintas (sólo dinero tenías).
Se acercaban los juegos de Olimpia y se decidió que “el vencedor más justo no ganaría la prueba, sino el ejército oriental”. Así que se compitió en la carrera con la panoplia militar puesta[10] una vez que los atletas habían acabado. Por poco ganó Emnesto y, de inmediato partió hacia Persépolis.
Llegado este a aquella, quiso saber qué había ocurrido allí y, como Alejandro el suboficial de mayor rango era, centró su atención en él Emnesto. Con todo sabido se dieron las primeras órdenes:
<<Los suboficiales cubrirán los rangos libres, y estos designarán a los suboficiales. Por otro lado se buscan voluntarios para que cacen a los propartos. >>
Alejandro se ofreció a tomar el mando de la caza en los campos y Emnesto arrebató la cierta independencia que tenían los persepolitas[11] por traición.
Encontró a los culpables Alejandro y fueron ajusticiados tanto los agricultores (que hicieron de intermediarios) como los cocineros previamente encarcelados.
<<Por culpa del salvajismo parto morís hoy, lo único sensato es el culto a las ciencias atenienses. ¡Os hablo a vosotros, atenienses! ¿¡Me respondéis, atenienses!? >>
Las palabras de Emnesto hicieron que (ya por miedo, ya por clarividencia) los persepolitas se sintieron como helepolitas. Incluso erigieron en bronce una estatua que llamaron Atenea Medapolita[12]. Jamás se atenizó tan rápido y tan bien.
Con esto arreglado, nombró por su labor eficaz a Alejandro como segundo al mando y marchó hacia Gur. Con pruebas de que los partos estaban dispuestos a llevar a cabo la guerra sucia, Alejandro ordenó que se creara una red de espionaje, para evitar disgustos.
Los grandes muros de Gur no aguantaron la violencia del bombardeo ateniense y se derrumbaron y con ellos, la milicia urbana. Dolió esto mucho a los partos, pues los atenienses profundizaban en el Imperio Parto y atacaron.
Los espías cumplieron su función e informaron de que se acercaban caballos a Susa y, a marchas forzadas la defendieron. Muchos valientes murieron por ambas partes. Esta ferocidad y salvajismo inusitado es lo que temieron siempre los del Ática. Vencidos los partos, se retiraron y enlazaron con el otro ejército.
Mientras, los atenienses se lamían las heridas rápidamente. Fuertemente querían los partos Persépolis. Y Emnesto también.
Partamasiris llegó con su ejército a las puertas de Persépolis. Nacieron riachuelos e infiernos al verse en lo alto un templo a la griega y una magnífica estatua en su interior. La construyeron donde estuvo la gran de Jerjes, que el Macedonio negó reconstruir[13].
<< ¡Mirad! Profanan a nuestros héroes, a nuestros líderes, a nuestras costumbres. ¿Así pagan que permitiéramos que se cantara la Cólera de Aquiles[14]? Veis con vuestros ojos que no quieren mejorar el mundo, sino dominarlo, o peor aún… ¡¡¡ATENIZARLO!!!
Cada nación tiene derecho a cierta autonomía dentro de un estado mayor, más poderoso y magnánimo. Dado eso y los jonios gritaron espada en mano[15]. Ésta no es la guerra por la libertad parta, sino por un sano comercio y respeto por las otras culturas. ¿Acaso no debe ser la seda para todos?
¡Confiad en mí, porque hice lo que no Ciro, el Grande! Masagetas asaeteados con saetas por mí y los míos. Ahora es el turno de los escudobonito[16] occidentales >>
Así dijo el parto. Su mano derecha, Darío, pasaba lista de los recursos disponibles.
<< ¡Señor, o tomamos Persépolis o nos quedamos sin suministros. El invierno ha sido duro, hemos perdido mucho y los escudobonito no han dejado nada >>
La situación era mala y no había opción de refuerzos. Además, el nombre de Creso colgaba cual espada de Damocles sobre los enemigos de la polis. Aun así, mandó racionar y cazar lo que se pudiera comer… incluso esclavos. Tres meses duró el asedio, el miedo era universal, si se perdía Persépolis, los del Ática tendrían más problemas que soldados. La nación parta dependía de lo que ocurriera…
Se acababa la secunda vigilia[17], la luna brillaba más que su enorme círculo, la brisa masajeaba frescamente a las palmeras, los grillos animaban la noche con su chirriar. Una buena noche para dormir, por lo que Partamasiris se dispuso a atacar la ciudad. No mucho antes, Odontes y Darío estaban de guardia y vieron a alguien corriendo, que parecía griego.
<< – ¡Odontes, has visto a ese, parece griego! ¿Qué te parece si lo emboscamos, ya que va a través del camino?
–Vale (dijo Odontes), yo estaré al otro lado >>
Desgraciado el griego, que paró a beber un trago justo en el lugar de la emboscada. Quedó pronto rodeado por ambos.
<< – ¿Quién eres y qué buscas aquí?
-Soy Ahmed, he salido a correr con la fresca, que si no, no salgo de la ciudad.
-¡Darío! ¿Crees lo que dice? Porque no creo que sea un atleta con insomnio.
-¡Más te vale decir verdades o este bronce verás en mano de Darío!
-¡Está bien, pero no me matéis, por favor! ¡Tengo hijo y esposas!
-¡Llorica (dice Odontes), más te vale no cabrearme! No me cuentes tu vida, sino tus deberes para con nosotros esta noche.
-Emnesto me envió para espiaros, buscar puntos débiles y pedir refuerzos. Soy sirio de nacimiento, no elegí combatir, pero como disturbaron mis círculos[18], me uní a los atenienses para sobrevivir.
-Está bien… Ahora te cortaremos la lengua y las manos por traidor.
-¡¡¡AHHHH!!!
-¡Vuelve tras tus murallas! >>[19]
Por esto se atacó de noche, ya que los griegos intentaban salir.
Empezó el bombardeo de la primera línea de muralla. Sonaban campanas y cornetas en la ciudad. El fuego parto iluminaba la ciudad. La ciudad estaba vacía casi, ante el asombro de los orientales, por lo que Partamasiris consideró apropiado ahorrar munición para la siguiente fase.
Tanto polvo se desprendió de la difunta muralla, que nubes surgieron tapando la bella luna. Entraron en la ciudad. Solo el anterior fuego iluminaba las calles.
<<Esto está demasiado tranquilo, estad atentos (se decían unos a otros)>>
Formaron en la enorme ágora, desde donde se veía la acrópolis.
<< Que raro (dijo el parto), tienen extraños edificios a la entrada de la acrópolis… ¡¡¡ESCUDOS!!! >>
Por un instante se hizo de día ante la lluvia de fuego, suerte que no fue constante. Cargaron los partos colina arriba, mientras los arqueros se ensartaban con los flecheros griegos.
<< ¡Artilleros! Disparad allí y allá >>
Una larga línea de picas a la acrópolis cerraba el acceso, flanqueada por esos extraños edificios. Bombardeados, se derrumbaron, pero no sobre los piqueros, sino sobre los partos desventurados.
<< – ¡Señor, nuestros infantes se estampan contra las picas!
-¡Señor, la munición de la artillería se ha acabado!
-¡Señor, los arqueros no saben qué están matando!
-Que disparen a las picas los arqueros.
-Darío, coge a los masagetas y buscad por la muralla más munición.
-Que los infantes retrocedan un poco para coger piedras y arrojárselas a los piqueros, bajar esas escaleras afectará a la falange. >>
Los soldados, inspirados por el liderazgo de Partamasiris, pudieron ganar terreno a los griegos.
<< ¡¡¡SEÑORRR… DARRRIO… EMBOSCADA… JINETES MILES!!! >>
Con la nube de polvo en el aire, la caballería griega pudo rodear a los partos.
<< ¡Se acabó (dijo dando un mazazo sobre su escudo), mi espada y mi casco! ¡Catafractos, conmigo! ¡¡¡BUARRRGGG!!! >>
La cólera de Creso llevó un venablo al pecho, donde el corazón, de Partamasiris y su rugido final moribundo hizo temblar los cimientos, los caballos relincharon y tiraron de sus monturas a sus jinetes. Los griegos pudieron volver a los caballos rápido, mientras que los catafractos parecían escarabajos del revés. Fueron pisoteados y lo que quedaba del ejército fue encerrado y masacrado. Los partos no habían perdido la batalla, sino la libertad.
Aún quedaban ciudades por tomar, pero ya habían perdido la guerra los partos, su mayor ejército había sido aplastado. El poder de Atenas era indiscutible.
Con esta victoria que hizo temblar al mundo, espartanos, rodios y Ptolomeos corrieron por conquistar ciudades partas. Atenas no podía ser tan grande.
Como Emnesto dio un gran golpe a la capacidad militar parta, fue a Atenas y celebró un gran triunfo, tan, fue tan grande que se enviaron emisarios desde las naciones aliadas de Atenas. Armaduras catafractas, arcos partos, la cabeza de Partamasiris, la artillería que robaron a vete tú a saber quién, el botín de las campañas de Partamasiris. Todo se exibió y Emnesto se convirtió en un héroe de la patria. Volvió pronto y dio sepultura con todos los honores a Partamasiris completo.
Pero no todo fue júbilo, la Acrópolis era lo bastante grande como para acoger a la población pero no como para alejar a los civiles de la batalla, por lo que la población civil tuvo que ver, oír y sentir la batalla. Cadáveres amontonados, flechas que no discriminaban entre soldados y civiles, aullidos de dolor de los moribundos. Todos los niños de la ciudad acabaron traumatizados por el horror y brutalidad indiscriminada de la guerra. Estos serían los que formaran los reemplazos del futuro, de un estado que se negaba a reconocer límites.
La prosperidad de Persépolis no murió. Costó un tiempo, pero se pudo reconstruir la ciudad. Pasado ese tiempo, se agrupó a las tropas. Emnesto tomaría su última ciudad importante.
Pura se convirtió en la ciudad emitente del pánico parto para con los atenienses. Los que sobrevivieron a Persépolis, llegando siendo pocos y traumatizados todos. Los horrores vividos fueron exagerados por el trauma a un nivel elevadísimo más allá de la realidad (horrible, por supuesto, pero no a un nivel así).
Los de Pura buscaron arquitectos, ingenieros mercenarios capaces de emular a Arquímedes para salvar la ciudad. Solo pudieron reclutar levas bisoñas y montar frágiles parapetos. La moral era frágil y débil, y Emnesto lo sabía. Un parto, luego esclavizado, narró el ambiente:
<< 20 años de servicio y me pusieron al mando del miedo, porque no eran soldados, ni personas, solo miedo con patas. Es habitual vaciar los intestinos antes del combate, pero esto era una pocilga descuidada. Se creó un lodazal con heces, orina y lágrimas. No me preocupé por la disciplina, ya que ni siquiera sabían cómo se escribía. Eran jóvenes. Muy jóvenes. Demasiado jóvenes. Deberían haber estado en casa o con el mentor. No tenía, por desgracia, el monopolio del asunto. El consejo tendría que haberme escuchado, haberse rendido era la mejor solución. Se habría evitado tanto sufrimiento innecesario. Pero que loco escucha a un cuerdo y, como era el único, fui loco para los locos que se creían cuerdos. Tanto era el miedo que pesaba y enmiedé, la locura me había desbordado por primera vez en 20 años. Me uní a la locura haciéndome cuerdo para el resto. Acto seguido, llovió fuego y opté por subir a la cima más alta del lugar y proteger a los pobres desgraciados que debían combatir bajo mi mando. Fuimos capturados sin resistencia ni violencia. Acabamos vivos y me esclavizaron. Así salvé a unos jóvenes muy jóvenes demasiado jóvenes. Ahora podrían tener una vida feliz… >>
Emnesto mandó fabricar máscaras diabólicas y ordenó arrojar proyectiles ardientes. Pocos mataron, muchos huyeron o se suicidaron o se rindieron.
La guerra parta llegaba a su fin.
Burrus era ahora el que comandaba a los que un día siguieron a Leoncia. Éstos serían licenciados y se reclutaría a los traumatizados persepolitas. Muchas acciones extrañas pueden hacer los traumatizados por la guerra. Atenea hizo que, en mi opinión, tuvieran la reacción más extraña posible. El fervor militar, ¡se alistaban a miles! Y llegaron cuando cayó la ciudad de Merv. Los veteranos entrenaron a los bisoños y luego se retiraron a descansar lo que les quedaba de vida. Todo parto vivo se refugió en Artacoana. Burrus necesitó refuerzos y llegó Loquiano, habiendo vencido a los bactrianos.
De los partos de Artacoana solo uno de cada mil era soldado y el resto campesinos y mujeres y niños huyentes de la brutalidad de la guerra. Aun mal armados y sin experiencia, eran muchos tras las grandes murallas y, como un soldado cansado es más propenso a morir, se pidió que viniera Loquiano, con lo que también tranquilizaría a los persepolitas.
Pocas veces se puede decir que una nación ha muerto. Este es el caso. Fue una matanza. La metrópolis de Atenas necesitaba vaciar sus calles, por lo que muchos vieron la oportunidad de hacer fortuna y una nueva vida en Artacoana, ciudad fantasma. Así acaba esta guerra.
Los macedonios parecen relajados, pero no me fío. Duermo con un puñal bajo la almohada. Los cuernos de batalla sonarán, estoy seguro…
[1] Así se dice que fue muerto el triunviro Marco Licinio Craso (53 a.C.).
[2] El puerto de Atenas.
[3] Nombre dado en la antigüedad al territorio existente entre los ríos Tigris y Éufrates.
[4] Nombre dado antes al océano Índico
[5] Hoy se encuentra dividida entre Grecia, Turquía y Bulgaria en la costa del mar Negro, en la del mar de Mármara y al sur del Danubio.
[6] Sitio de Siracusa 212 a.C.
[7] Los Comentarios sobre la Guerra de Las Galias, Libro séptimo, LXXXVII (variado por mí aquí).
[8] Mar Caspio.
[9] Dramaturgo de la Roma republicana.
[10] Es una prueba real de los antiguos JJ.OO griegos.
[11] Invento mío
[12] Por lo que he podido averiguar, había una estatua enorme de Jerjes I, pero no de Atenea.
[13] Plutarco, Vida de Alejandro, 37, 5.
[14] La Ilíada.
[15] Comienzo de la 1ª Guerra Médica.
[16] Aquí, los atenienses.
[17] Cerca de la medianoche moderna más o menos.
[18] Plutarco, Vida de Marcelo, 19, 4. Difiere aquí con la suerte de Arquímedes según Plutarco.
[19] Inspirado en Ilíada, X, con suerte opuesta a la de Dolón.
Photo by Cristina Gottardi on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Pablo Santiago Martínez Pérez (@Pablo_Paulus)
Parte 1: Valor Ateniense; Parte 2: Periodo Atenizante; Parte 3: El poder de Atenas
La pastora de monos
Carta de un muerto
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