Tiempo estimado de lectura: 2 min.
A Miguel Elías Ercolino
Esa tarde, como todos los martes, me dejé seducir por la evocación de los lomos de los libros, por el olor que expelían los incunables creando una atmósfera sacrosanta. Todo llegaba, me acompañaba un tiempo, crecía, devenía en podredumbre y moría, repitiéndose así incansablemente el ciclo: todo detritus termina siempre en el mar. Sin embargo, el adagietto, ese cuarto movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler, seguía allí: escucharla todas y cada una de las veces, era siempre la primera vez. [La escuché, por primera vez, noctámbulo, en esa estación que radiaba veinticuatro horas de música clásica; la escuché luego, durante muchos años, a través de un disco de vinilo de etiqueta roja; la escuché, a través de un reproductor de carretes de cintas magnéticas de alta fidelidad; la escuché, en el automóvil, en aquellos cartuchos de cintas sonoras sin fin; la escuché, en ocasiones, en la fonoteca de la Biblioteca Metropolitana, último refugio en aquella devastada ciudad; la escuché, a través de cassettes de corta duración; la escuché, en los primeros discos compactos de colecciones musicales encartados una mañana en el diario; la escucho hoy, cada día, al ingresar a la estación del subterráneo y su final coincide, muchas veces, con la llegada del tren a su destino.] No sabía por qué extraña razón, de manera asidua y sin rumbo fijo, no exactamente a la manera de la caminata de Kant, yo transitaba la ciudad adquiriendo libros y pequeñas obras de arte. Mi biblioteca era ya una síntesis de esos momentos. En aquella ocasión, hace ya mucho tiempo, desandando la ciudad, decidí que en adelante sólo releería, porque cada vez que volvía sobre un libro, lo hacía siempre por primera vez, tal como Mahler volvió continuamente en vida sobre su Quinta Sinfonía, terminada pero jamás concluida. Hoy pienso que, como los libros, cada día somos otro, siendo exactamente el mismo y la relectura no es más que la evidencia de aquella presunción de otredad a través de un ejercicio de eternidad: todo evento se hace eterno pero a la vez se extiende, paradójicamente, sólo por los diez minutos y cuatro segundos de duración del cuarto movimiento de aquella sinfonía.
Photo by Roman Kraft on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: César Rodríguez Barazarte
Sociólogo y narrador venezolano, profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido colaborador de las secciones literarias de periódicos venezolanos. Su último libro: «Cartas desde Casablanca», Caracas 2008 y en pronta publicación «Soliloquios Urbanos / Ejercicios Narrativos».
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Siempre he sentido una particular fascinación por los textos que aluden o se inspiran en temas asociados a la música. Este escrito reanima mi interés y mi sensibilidad particular en ese campo y me confirma que esa relación música- literatura es inagotablemente rica, estimulante y prodigiosa. Sobre todo, cuando lo narrado se expresa con fina y exquisita sensibilidad, como memoria que evoca e integra fragmentos aparentemente dispersos y como recurso útil para confrontar e interpelar la cotidiana existencia.