Tiempo estimado de lectura: 2 min.
Actuar como si tu vida fuera bien cuando todo en tu interior está completamente roto, es algo verdaderamente jodido. Toqué fondo una vez, hace ya algunos años. Tenía esa sensación de estar muerta en vida, de que nada importaba, de que tenía un vacío tan grande en mi interior que nunca podría volver a sentir nada. Después de muchos meses a base de un montón de pastillas diarias logré recuperarme en parte. Pero aquello era sólo la punta del iceberg. Escondido en mi interior, como si de un cáncer se tratara, la base de aquella montaña de hielo me iba consumiendo poco a poco. Simplemente esperaba de nuevo el momento oportuno para volver a salir.
A principios de otoño, después de mi crisis, empecé a trabajar de nuevo, en algo completamente diferente a lo que hacía antes. Sinceramente todavía me costaba bastante encontrar una motivación, un aliciente, una distracción que me evadiera de los pensamientos que querían apoderarse de mí. Pero lo intentaba y para el resto del mundo, parecía estar recuperada. Al menos, dejé de tener pensamientos suicidas. Una tarde, de esas en las que a las seis ya es de noche, volvía a casa por un camino entre campos, con la música a todo volumen para no pensar y a demasiada velocidad, motivada por la canción que sonaba en aquel momento. Empezó a empañarse el cristal y agaché la cabeza para encender el botón de la calefacción. No le vi. No llevaba ni casco, ni luces, ni chaleco reflectante. Tampoco le vi después del golpe, simplemente noté un gran impacto en el parachoques, la rueda delantera del copiloto elevándose para superar un obstáculo y después gritos incesantes que se confundían con la música. Temblorosa, frené de golpe. Tras pensarlo unos segundos cogí el móvil, encendí la linterna y bajé del coche. Me situé delante y vi la bicicleta en el lado izquierdo del camino, a varios metros detrás del coche. Con la música y los gritos de socorro de fondo, me agaché poco a poco y me asomé debajo del vehículo. Sólo vi su cara ensangrentada, la mandíbula desencajada y su boca gritando de dolor. Subí de nuevo al coche. El camino estaba oscuro, no había nadie, sólo la luz de la luna que iluminaba tenuemente. Arranqué con fuerza, la rueda trasera del copiloto superó el obstáculo y yo aceleré rápidamente, mientras la música, seguía de fondo.
Acerca del autor
Escrito por: Verónica Marco Jordán
Escritora aficionada.
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Deja un comentario