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Tú
¡¡La playa está cerca!!, grita alguien. ¿Será verdad? ¿Será fruto de la imaginación en momentos desesperados? ¿Un espejismo, entonces? No, no es irreal. Es cierto. La tierra firme está muy cerca, más de lo que ellos creen. Pero la oscuridad de la noche, el agua salvaje, las bárbaras olas y el miedo, no les deja ver nada más allá de un par de metros. Y Assim, Assim está demasiado preocupado por no soltar a su niña. Tiene la cabeza apretada sobre el hombro de su hija, a quien agarra con todas sus fuerzas, dejándole marcas sobre la fina y delicada piel de la pequeña. Assim tiene los ojos cerrados. Piensa que es el fin. Piensa que es mejor no haberse montado ahí. Piensa que fue una mala idea. Piensa que todo esto es culpa suya.
El viento. El viento trae una brutal fuerza. Como si fueran cientos y cientos de brazos que se han empeñado esta noche en que esa patera no llegue a su destino, cientos y cientos de brazos que quieren impedir que Assim y Ahlam tengan algo a lo que aferrarse, cientos y cientos de brazos que se han empeñado en decir que esta tierra –que está solo a unos metros- no es para ese padre y su hija. Pero no son tus brazos, ¿verdad? Pues díselo a Assim, por favor. Dile que él tiene más fuerza que todos esos cientos de brazos juntos. Dile que esta tierra también es de él. De él y de su niña Ahlam. De él y de todo aquel que la necesite. Díselo. Dile que hay muchos miles de brazos más que le esperamos para tenderle una mano, para darle un abrazo si es lo que necesita. Para darle calor. Para decirle que no está solo. Díselo. Necesita que alguien le dé un poco de esperanza. Necesita saber que no le hemos abandonado.
Lo que pensabas que iba a suceder, sí, ahí está. Patera derribada. Cuerpos en el agua. Manos intentándose aferrar al filo de la embarcación. Piernas que se mueven a toda prisa intentando buscar un punto de apoyo. Corazones que ya no aguantan más. Cuerpos pesados que caen lentamente hasta el fondo del mar. Gritos a los sordos dioses. Lágrimas mezcladas con el agua del mar. Nombres que se pierden con el viento. Manos que se han soltado. Assim que lucha por nadar. Assim que no encuentra a su niña. Ahlam que le da miedo el agua. Ahlam que llora. Ahlam que no ve a su papá. Ahlam que ha dejado de gritar.
Assim casi no tiene fuerzas. Sigue acostado sobre esa fría tabla, tapado con una sábana, ahí donde lo obligaron a tumbarse hace ya algunas horas. Tiene frío, pero ese frío no viene del exterior, el aire está caliente. El frío viene de su interior, es como si estuviera congelado por dentro, como si le hubieran vaciado, como si no le quedara nada. Y el vacío, el vacío siempre da frío. Por eso siente un escalofrío inmenso que le recorre todo su cuerpo: primero sus pies, pasando por sus piernas, su cintura, su pecho, sus brazos, sus hombros, su cuello y sus ojos.
Cierra los ojos. Quiere dejar de ver todas esas caras desconocidas que no le dicen nada salvo que ninguna de esas caras es la que él busca. Hay decenas y decenas de camas con frías sabanas como la suya, con cuerpos congelados sobre ella como el suyo, numerosas personas con batas blancas que van de una cama a otra, con aparatos, con mantas, con caras de angustia y dolor. Así que cierra los ojos. Quiere dejar de ver todo eso. Ya no puede más.
Pero ahora sus oídos se vuelven demasiado finos. Se concentran en todos los ruidos que vienen de su alrededor, de los que están cerca y de los que vienen de un poco más lejos, escucha las múltiples voces que hablan en una lengua que él no entiende, oye lamentos y llantos en esa lengua que todo el mundo comprende. Incluso le ha parecido escuchar la palabra “¡Papi!” en boca de Ahlam. Que curiosa es la mente humana…
Se acabó, piensa para sí mismo. Ya no merece la pena seguir, ya no tiene sentido seguir resistiendo. No sin su niña. Sus ojos siguen cerrados. Pero su mente se llena de imágenes de su pequeña niña Ahlam, con su gran sonrisa, con ese diente que le falta, con sus ojos oscuros, con sus grandes pestañas, con sus mejillas siempre sonrojadas, con sus inquietas manos… su niña que no sabía nadar. Su niña que hizo un dibujo de un barco enorme con muchas ventanas. Su niña a la que le daba miedo el mar. Ahlam, Ahlam…
Ahlam
Me da mucho miedo el agua, pero papá me ha dicho que no tengo nada que temer. Me explica que temer es lo mismo que tener miedo. Así que no tengo que tener miedo del agua. Un gran barco, viajaremos en un gran barco con muchas personas más, puede que incluso vengan algunos niños del barrio. Me gustaría que viniera mi amiga Fatima pero papi me dice que ella no puede venir con nosotros. Me dice que será muy bonito y que me lo pasaré muy bien. Será por la noche y podremos ver desde el barco las estrellas y la luna. Dice que es algo precioso. Papá dice que será un viaje bonito, pero veo como sus ojitos se llenan de lagrimitas cuando me lo dice. Le pregunto qué le pasa, que por qué sus ojitos se llenan de lágrimas y me dice que es porque hay mucho polvo y eso hace que él llore mucho. Se va corriendo para la cocina. Miro los muebles de mi habitación. Es verdad que tienen un poquito de polvo, pobre papá, así que cojo un trapo y lo paso con mucho cuidado por la mesita de noche. Seguro que así deja de llorar…
Papi no me ha dicho la verdad. Pero será porque se ha confundido. Él es muy bueno. Él nunca me engaña. Papi dice que mentir está muy mal. El barco no es tan grande como me contó. Yo había hecho un dibujo de un barco muy muy grande, blanco, con muchas ventanas y él me dijo que lo había hecho muy bien. Puso mi dibujito pegado en la pared. Pero el barco de mi dibujo no se parece a este barco. Este es muy pequeño. Y muy feo. Pero si es verdad que hay mucha gente con nosotros. Estamos todos sentados juntitos, unos al lado de los otros. Dice papi que así es mejor porque nos damos calor. Y es verdad. Aunque todavía tengo un poquito de frío. Pero no pasa nada. Tampoco se está tan mal. Sentado a mi lado hay un niño de ojos muy grandes que tiene mucho miedo. Su mamá no se ha podido montar en el barco. Viene solo. Le digo que nosotros cuidaremos de él, que no pasa nada. Y se ha puesto un poco más contento. Hay otra cosa que me contó papi que también es verdad: podemos ver las estrellas y la luna. Es muy bonito…
He perdido mis zapatos. Mis pies aún están arrugaditos por el agua. No quiero seguir aquí sentada. Quiero buscar a papá. Seguro que él también me está buscando. A lo mejor él tiene mis zapatos.
Me duelen un poquito las piernas. Estoy muy cansadita. Pero tengo que hacerlo. Me bajo de esta alta cama y dejo la sábana sobre ella. Empiezo a andar muy despacito hacia una cama. Tengo que hacerlo con cuidado. Hay mucha gente que está durmiendo y no quiero despertar a nadie. Todos están muy cansaditos, como yo. Un pie y luego otro, de puntillas. Me acercaré a cada cama hasta que encuentre a papi. Primero la que está a mi lado. Oh, es un señor muy viejo, este no es papá. Pobrecito, está llorando. Otra cama. Esta tampoco es mi papá: es una señora con una barriga muy grande que se la acaricia sin parar. A ver si es esta otra cama. No, tampoco. Aquí hay un señor muy mayor, está tosiendo. Me ha recordado al abuelo. En esta otra tampoco veo a papá, es una mujer con el pelo negro con muchas trencitas. ¿Estará en esa otra cama? No, tampoco. Es un niño que se parece mucho al primo Farid. Me paro un poquito a descansar. Me duelen las piernas. Andar de puntillas es muy cansadito. A lo mejor si grito “¡Papi!” muchas veces, me escucha y lo encuentro. Sí, eso haré. Cojo un poquito de aire. “¡Papi! ¡Papi! ¡Papi! ¡Papi! ¡Papi!”. Nadie dice nada. A lo mejor papá no se ha enterado. Seguiré buscando de cama en cama. Oh, ahí hay una cama que está tapada entera con una sábana. Me acerco. Muevo la sábana con mucho cuidadito. Pobrecito, es el niño que estaba sentado a mi lado en el barco, iba solito porque su mami no pudo montarse. Le toco el brazo. Intento despertarlo. No sé su nombre. Le digo que no es hora de dormir, que ahora tiene que tener los ojos bien abiertos y que, si me ayuda a buscar a papi, podremos irnos los dos con él. Pero creo que está muy cansadito. Tendrá mucho sueño. No se despierta. Y está muy frío. Su piel parece un hielo de esos que se echan en las bebidas para ponerlas fresquitas. Así que lo vuelvo a tapar con mucho cuidadito. Antes de seguir buscando a papi tengo que hacer otra cosa. Voy a la cama de al lado. Hay un señor con un gran bigote sentado que mira con una sonrisa. Me pregunta si estoy solita. Le digo que estoy buscando una manta para el niño que duerme porque está muy frío. El hombre del gran bigote no dice nada, me sonríe nuevamente y me acaricia la cara. Entonces se quita su manta y me la da. Me dice que él no la necesita. Vuelvo hacia donde está el niño sin nombre. Lo tapo con la mantita, seguro que pronto se le quitará el frío. No quiero dejarlo solito, pero tengo que seguir buscando a papá, digo. Y el señor del gran bigote me dice que siga buscando a papá, que él cuidará del niño hasta que se despierte. Camino unos pasitos hacia otra cama, pero me doy cuenta de que se me ha olvidado una cosita. Me doy la vuelta hasta donde está el señor del gran bigote. Con mi dedo toco su espalda y él me mira. Le digo “¡muchas gracias!”. Papi me dice que siempre hay que darle las gracias a las personas que se portan bien, hay que darles las gracias a las personas que son buenas. Sí, hay que darles las gracias.
Pies de puntillas. Otra cama. No, tampoco es papi. Es una mujer muy guapa con unos labios muy grandes que está bebiéndose algo muy calentito porque el vaso echa un poquito de humo. A lo mejor es un caldito. Qué bueno, un caldito. En cuanto encuentre a papi le diré que nos tomemos un caldito. Voy a otra cama. Aquí hay una mujer que tiene en brazos a un bebé. El bebé también está dormido como el niño sin nombre. Pero la mujer está despierta y llora mucho. Mucho. Otra cama más. No, no es. Puede que esta de al lado. Tampoco. Le pregunto a una mujer alta con bata blanca si ha visto a mi papi. Le digo que se llama Assim. Pero la mujer alta parece que no entiende lo que le digo. Tendré que seguir buscando yo solita a papi. ¿Papi, dónde estás?
Me acerco a otra cama más. Es alguien que está de espalda, durmiendo sobre la cama. Puedo notar como tiembla. Le toco la espalda, está muy fría, pero no se da la vuelta. Tendré que ir al otro lado de la camita. Voy con mucho cuidado. No quiero despertar a nadie. Un momento. ¡Es papá! Tiene los ojitos medio cerrados, intenta abrirlos un poco más cuando me ve. “¡Papi, papi, papi, papi! ¡Te encontré, te encontré!”. Le doy muchos besitos en la cara. Pero papi no se termina de despertar. “Papi, ¿qué te pasa?, ¿Quieres que te traiga un caldito?”. Pero papi no dice nada. Le cojo la mano, la tiene muy fría. Se la acaricio con mucho cuidadito y le doy muchos besitos. Entonces papá abre un poquito más los ojos. Parece que sus párpados pesan mucho y no puede abrirlos más. Con su mano aprieta un poquito la mía. Parece que no tiene fuerzas. “¡Papi, no te duermas!”.
Tú
Parece que Assim necesita fuerzas. Sí, ya no le quedan fuerzas. Pero no lo culpes, es algo lógico. Lleva toda su vida luchando para tener una vida tranquila junto a su esposa y sus dos hijas. Su esposa se vio obligada a viajar hace algunos años, otra fría noche. No sabe nada de ella, desde entonces. Su otra hija, murió en sus brazos de esa enfermedad que la estaba consumiendo y contra la que él no podía hacer nada porque con su dinero no podía llevarla a un médico. Lo único que le queda es su otra hija, Ahlam. Y la perdió hace unas horas en medio del mar. ¿No crees que es lógico que no le queden fuerzas? Necesita cientos de brazos y manos que lo ayuden. Aunque, en realidad, ahora mismo basta con un solo brazo, con una sola mano. La tuya. Vamos, acarícialo. Dale calor. Ayúdale a levantar esos párpados que tanto le pesan. Por favor. Acércate y dile al oído que no está solo. Que tú estás ahí. Y que él y su pequeña saldrán adelante. Tienes que hacerlo. Te necesita.
Ahlam
Creo que papi no se va a despertar. No podremos tomar ese caldito calentito. No le podré preguntar si tiene mis zapatos. No podremos ir a buscar a mamá en esa gran ciudad. Mis ojitos se llenan de lágrimas. Me hacen cosquillitas cuando bajan despacito por mi cara. Ahora sé porque la mujer que vi antes lloraba mucho. Ella no quería que su bebé durmiera. Yo tampoco quiero que papá duerma.
Alguien me toca la cara y me seca una de las lagrimitas que han salido de mis ojos. “¡No llores mi pequeña!”, me dice papi. La mano es suya. Sus ojos están muy abiertos. Como si sus párpados no pesaran. Se sienta en la cama. Parece que alguien lo ha ayudado a tener fuerzas de nuevo, a que no se duerma. Y me coge en brazos. Se queda mirándome la cara. Muy cerquita. Sus ojitos me miran muy cerquita. Parece que no puede parar de mirarme. Y sonríe. Sonríe mucho. Creo que está muy contento. Yo también lo estoy. Me dice que todo va a salir bien. Todo va a salir bien. Me da un gran abrazo, de esos apretaditos que tanto le gustan. Aprieta sus manos sobre mi espalda con mucha fuerza. Con más fuerza que nunca. Papi me aprieta con tantas fuerzas que parece que son muchas manos las que me abrazan. Muchas manos que me dan calor.
Tú
Espera no te vayas aún, por favor, una última cosa. Ahlam quiere decirte algo:
Gracias.
Acerca del autor
Escrito por: María José Robles Pérez (@marijoseeh)
En Espacio Ulises cuento ya con varios relatos cortos publicados como “Las cenizas de una peonía”, dedicado a Hypatia de Alejandría; “Bajo el mar”, dedicado a una gran violinista cuyas notas musicales aún resuenan en la brisa; “Anaan”, que nos hace reflexionar sobre la verdad y la mentira; «¡Corre enanito, corre!», dedicado a la carrera que Ana pudo ganar a diferencia de su madre, «El pilar de la vida», dedicado al regalo que Ashqian nunca pudo hacerle a su madre; «Mentira, mentira», sobre las fronteras, O «Uno, dos, tres, cuatro…» sobre el abrazo de un padre y una hija.
Además, también tengo la suerte de que haya publicado un microrrelato llamado “¡Vamos pajarito!”, sobre la esperanza; una carta dedicada a Virginia Woolf “Te devolverán las olas a mí” y otra carta que Aanisa le dedicó a Obama, llamada «El amor salvará vidas».
Ediciones Hades publicó un libro de relatos cortos, dentro de los cuales se encuentra “Los restos” de mi autoría, además de mi primer libro llamado “Perdónanos”.
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Perfecto