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Y ahí estaba él, sentado en el mismo pupitre verde de siempre, con esa expresión tan relajada y despreocupaba que tanto me gustaba. Su nombre no era otro que Gonzalo, y era un chico de sexto curso que me había llamado la atención desde la primera vez que le vi entrar en la clase. Era alto, de ojos verdes y sonrisa perfecta. Tenía el pelo castaño, como su segundo apellido, y despeinado, lo cual le hacía lucir más sexy de lo que él ya era de por sí. Era algo moreno, aunque no tanto como yo, y tenía el rostro más bonito que mis ojos vieron nunca. Como os habréis podido dar cuenta, sí, Gonzalo se convirtió en mi amor platónico durante 2 años desde que le vi. Era un chaval que vivía despreocupado con el mundo, y lo único que le importaba de éste era su sola presencia en él. Sus andares reflejaban la seguridad con la que siempre hablaba y actuaba, esa seguridad que sé con seguridad que más de uno en clase envidiaba. Gonzalo era el típico chico que hablaba con todas, y que todas caían a sus pies debido a lo guapo que era y esa voz tan sexy que tenía. Todas las chicas de clase, o casi todas por no generalizar, morían por tener algo con él, y él siempre decía que no a todas las que se atrevían a proponérselo. Sé con seguridad que la mayoría de las chicas que se atrevían a proponerle algo no lo hacían de corazón, sino por convertirse en la envidia del resto de chicas. Sin embargo, para mí, era algo completamente distinto. Gonzalo era un chico que me gustaba de verdad, y su sola presencia en clase, ya fuese cerca o lejos de mí, me hacía ponerme nerviosa. Sentía de vez en cuando su mirada en mí y eso ocasionaba que el rubor de mis mejillas apareciese traicionándome. También, anulaba mis sentidos y la timidez que siempre me ha acompañado a lo largo de mi vida, apareciese con más fuerza impidiéndome darme la vuelta y dedicarle una sonrisa, o devolverle la mirada. Soñaba tanto con que pasase algo entre los dos, con encontrar a una persona que por fin lograse sacarme de este calvario que me había tocado vivir desde el primer momento en que pisé este estúpido colegio… Recordaba perfectamente cuándo entró Gonzalo en clase, y cómo me sentí al verle. Desde ese momento volví a tener ganas de volver a clases y dejó de importarme los insultos, patadas o comentarios denigrantes que recibiese por ser tan morena y tan diferente del resto de mi compañeros de clase. Hasta yo me sorprendí, porque… ¿cómo podía tener una ganas de regresar a clase si sabía perfectamente lo que la esperaba? Pero con él era todo tan distinto… que dejó de importarme todo, los comentarios denigrantes hacia mi persona, las patadas, las burlas… en fin, todo por lo que estaba pasando desde que puse un pie en este colegio.
Recuerdo la primera vez que tuve el valor de mirarle a la cara durante un tiempo, me di cuenta de que era mucho más guapo de lo que parecía y eso aumentó sin darme cuenta el cariño que le tenía. En el recreo siempre se juntaba con los de nuestra clase, u otros chicos del mismo curso. Jugaban al fútbol y su equipo la mayoría de las veces ganaba el partido. Me gustaba sentarme en un banco apoyada en los barrotes que rodeaban el enorme patio y observarlo correr y moverse de un lado para otro por el campo. Creo que era de los pocos a los que les gustaba de verdad el fútbol y se esforzaba siempre en mejorar. Siempre se mostraba tan concentrado jugando, que no había nada que pudiese despistarle, ni siquiera las chicas que entraban en el campo persiguiendo a su víctima para hacerle cualquier pregunta chorra en un intento de ligar. Tenía siempre una pose firme y segura y nunca mostraba ningún tipo de debilidad en el campo, por lo que era prácticamente imposible pillarle desprevenido y atacarle. Era un jugador excelente y algo me decía que si seguía jugando así, de esa manera tan entregada y estando siempre tan concentrado, llegaría muy lejos.
Recuerdo aquel día, nuestra primera conversación. Fue en clases de apoyo de matemáticas, algo que siempre se me ha dado fatal. Él estaba sentado en la otra punta de la clase, y yo me encontraba en uno de los asientos de la ventana, observando la nieve desde la clase. De pronto, sentí que alguien me llamaba, era una voz muy conocida, y al girar mi cabeza y volver mi atención hacia esa persona que me reclamaba, me quedé sorprendida. ¿Qué hacía él hablándome? Comencé a ponerme nerviosa y mis sentidos se alteraron casi al segundo, mi corazón iba muy deprisa, tanto que parecía que llegaría a salirse del pecho. Su voz era algo ronca, pero seguía siendo igual de sexy. Se encontraba sentado enfrente de mí apoyado en la ventana y mirándome con esos ojos verdes como si quisiese saber algo en concreto de mí. Empezó por preguntarme como me llamaba, siguió con un “¿de dónde eres?”, y acabó con un “espero que volvamos a hablar”. Sentí una gran necesidad de pedirle que se quedase ahí y siguiese hablando conmigo, pero por miedo a que se diese cuenta de que me gustaba tanto no lo hice.
Desde aquella extraña conversación no volví a tener la oportunidad de hablar con él, me miraba de vez en cuando en clase o por el pasillo, pero nunca volvimos a cruzar palabra. Comencé a pensar que fue algo que pasó porque tuve suerte de que pasase, pero que sería algo que nunca volvería a ocurrirme. Además, los recientes rumores que había sobre una posible relación entre él y una chica de la clase de enfrente llegaron a mis oídos, y minaron mis ganas de acercarme poco a poco a él y entablar una conversación con cualquier excusa barata. Volví a sentirme mal conmigo misma y con el mundo, pero en el fondo sabía que era algo normal y de esperar, ¿por qué iba un chico tan guapo a fijarse en una chica como yo que no tengo nada de bueno? Mis días comenzaron a volverse grises, por no decir negros. Volvía a pasarme las noches llorando y el día sola. Fingía una sonrisa siempre delante de mis padres y siempre que me preguntaban qué tal me iba en el colegio respondía con un “bien”. Me volví una persona más solitaria y subí todavía más esa coraza que me protegía de los ataques del resto de niños. Nadie se daba cuenta, ni siquiera los profesores de mi rostro y mis ganas de morirme. Nadie sabía nada, excepto yo, y yo no iba a abrir la boca para empeorar las cosas, sólo me quedaba volver a habituarme a ese dolor que sentía con cada ataque y humillación, aunque sin la presencia de Gonzalo cerca se hacía más difícil de llevar.
Llegó ese día, ese día en el que más humillada me sentí, pero también más protegida. Fue en el patio, a la hora del recreo. Un grupo de chicas de mi clase se acercaron, me miraron de arriba abajo y comenzaron a burlarse de mi aspecto y de mi rostro. Una de ellas cogió mi brazo y me obligó a levantarme, mientras que otra comenzaba a tirarme del pelo. Fue esa misma la que me tiró al suelo y comenzó a darme patadas en los tobillos y las piernas. Sentí ganas inmensas de correr y ponerme a salvo, pero en ese momento llegó aquel ángel y todos esos insultos y patadas dejaron de importarme y pasaron a segundo plano. Delante de mí se encontraba Gonzalo, quien miraba seriamente a aquellas chicas y comenzó a tacharlas de superficiales, amenazándolas con avisar a alguien si esto volvía a ocurrir. El grupo de chicas se quedaron atónitas y rápidamente, avergonzadas, se marcharon dejándonos a Gonzalo y a mí solos. El cogió mis manos, me ayudó a levantarme y me sentó a su lado en aquel banco del que tan cruelmente me habían despojado. Me miró atentamente examinando cada parte de mi rostro, y para mi sorpresa, me abrazó. No sabía bien cómo reaccionar, pero sin darme cuenta le devolví el abrazo y me eché a llorar. Él mismo me confesó que llevaba tiempo observándose y que ese día se dio cuenta del calvario al que estaba sometida siempre que pisaba aquel colegio. Me hizo la promesa de estar para mí y hacerme más llevadero todo, siempre cuando yo pusiese de mi parte y comenzase a aprender a defenderme y no dejar que me pisasen. Era mi ángel, aunque su verdadero nombre era Gonzalo. Y era ese ángel que hizo que todo fuese desapareciendo poco a poco hasta que decidí yo misma marcharme.
Lo más triste de todo, es que a día de hoy, ya no tengo contacto con él.
Photo by Feliphe Schiarolli on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Alpana Zurdo Perezagua (@directi97)
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