Tiempo estimado de lectura: 10 min.
Me contaron, que en el siglo XV durante el reinado de Juan II de Castilla se impuso la obligatoriedad del sustento del ejercito real mediante una aportación económica (los ricos) o contribución de sangre (los pobre) de uno de cada cinco mozos que cumplieran ese año la mayoría de edad debía de servir en el ejército.
Y la forma de seleccionarlos se realizaba por sorteo y si te tocaba podías excusarte pagando por ello o presentando a un sustituto que cumpliera la obligación por ti. Pero esto es solo anecdótico porque solo ocurrió en Castilla durante su reinado y hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII el ejército español se nutría de enganches pagados. En esa fecha se copia el sistema francés, fiel plagio del castellano, y se introduce el “reclutamiento por quintas” que perduró en España hasta 1931 donde pasó a ser obligatorio para todos los varones. Y según estaba el país de revuelto algunos de esos últimos quintos tardaron más de cinco años en licenciarse.
Unos años antes de esta fecha nuestro protagonista se incorporó a filas porque “Jonás tuvo la mala fortuna de salir elegido quinto”. Así que al joven cuando le llegó la hora porque cumplió los veintiún años y salieron los jóvenes con sus garrotes en mano a cantar sus coplillas aquella tarde tan soleada del mes de mayo y se “sortearon sus quintos” tenía claro que era cuestión de suerte (1 de 5), pero que le iba a tocar sí o sí, porque tenía muy mala suerte y que lo único que allí se sorteaba era el destino donde habría de cumplir su destierro. Por lo que a pesar de sus sueños, y de las ganas de casarse con su Reme y del miedo a la separación la boda no podía celebrarse hasta que regresara el novio licenciado y libre para iniciar una nueva vida.
Reme era el amor de su vida.
Casi muere cuando unos años antes, antes de poder cortejarla, la moza se prometió con “el Sebastián”. Pero no habría podido hacerlo, ella era unos años mayor y su primo le cogió la delantera porque él aun no tenía barba, pero la adoraba. Y continúo haciéndolo en secreto incluso después de casada.
La noche antes de partir, bajo las estrellas, fieles y mudas testigos de sus juramentos, abrazada fuertemente Reme a su Jonás, sentada sobre su regazo, cobijada sobre su pecho y por sus fuertes brazos lloraba desconsolada mientras Jonás, angustiado y conmovido acariciaba su pelo y prometía casarse con ella y, pese a no ser el padre, comportarse como tal con la niña que ya quería tanto como a la madre. Acababan de jurarse amor eterno, con un largo beso de amor refrendaron su deseo porque vivían en un pequeño pueblo, en la sierra, lejos de gobiernos y disputas pero sabían que el país estaba revuelto y la amenaza de guerra era una certeza desde hacía un tiempo. “Promete que me esperarás” pidió Jonás ahogando un sollozo. “Te esperaré siempre” contestó Reme. Entonces él juró volver con vida para casarse con ella.
A la mañana siguiente unos minutos antes de salir el sol subió a la plaza Reme a despedirse de su amado y tras la conmovedora despedida pese a las lágrimas le vio partir junto a sus compañeros. Jonás en el último instante, cuando ya echaba a andar el carro, de un salto se apeó y corrió hasta ella. La arebujó entre sus brazos y le dio un tierno beso de amor.
El último.
Luego delante de novias y madres de sus camaradas le recordó su promesa “Espérame Reme ¡que yo vuelvo!”. “Toda la vida” le contestó ella cuando ya salían los guardias que habrían de obligarlo a subir de nuevo a la carreta.
Al principio mantuvieron contacto por carta pero pasaron los años y Jonás no se licenciaba y durante mucho tiempo tampoco pudo escribir, solo mantenerse con vida como había prometido, mientras su Reme perdía la fe y su juventud esperando en el pueblo sin poder ella tampoco ponerse en contacto con él, porque no sabía ni siquiera su destino.
Pasó el tiempo y la joven aun temiendo que su amado hubiese sufrido algún accidente o perdido la vida siguió esperando y releyendo por las noches las palabras que la mandara cuando lo pudo hacer porque el corazón le decía que no podía estar muerto. Y todas las noches al acostarse Remedios sacaba del cajón de su mesilla su pequeño tesoro, aquellos tan sobados y manidos papeles a los que se les habían borrado ya algunas letras y se rompían por los pliegues, envueltos en una cinta roja y recitaba, porque se las sabía de memoria, las ajadas palabras de amor de su adorado Jonás.
Y que le daban fuerzas para seguir esperando.
Y esos padres, que ya no eran jóvenes, viendo impotentes perder la juventud de su hija en vano; porque no nos engañemos Remedios no era ya ninguna niña, hacía un tiempo que había enviudado y tenía que mirar por su hija que crecía sin un padre.
Ellos temían seriamente que su niña continuase sola el resto de sus días a causa de una tonta promesa, por esperar a ese chico que ni señales daba de vida. Además nunca estuvieron muy de acuerdo con aquel noviazgo porque siempre pensaron que su hija podía aspirar a más. Así que un día decidieron tomar partido y solucionar el problema. Aprovecharon que uno de los hijos del tío Jesusazo, Joaquín, bebía los vientos por su Remedios, acordaron la boda con el padre del chico y comenzaron a convencer a la hija.
Durante meses le metieron el miedo en el cuerpo asegurando que muchos militares volvían al menos con algún permiso y que si no escribía era porque la había olvidado o porque estaba muerto. Le recordaban que su hija estaba creciendo sin un padre y le pasaban siempre que podían por el morro lo felices que eran sus amigas con sus relucientes maridos. Luego le aseguraban que el hijo del Tío Jesusazo era un muy buen partido y que si ella no lo quería aprendería a hacerlo pero que él de momento la querría por los dos.
Un día llegó una carta. Era de Jonás. ¡Había escrito!, cierto es que estaba fechada de hacia un tiempo pero la había escrito. En ella le pedía paciencia, que ya faltaba poco para licenciarse y le aseguraba que no había olvidado su promesa y que esperaba que ella tampoco. “¡De esto a la niña ni una palabra! Ordenó Catalina, la madre de Reme. ¡Puede que a estas horas hasta este muerto! Así que ¡A callar! ordeno la mujer.
¡Mira que oportuna la jodida cartita! Dijo Catalina dando por zanjado el debate y metiéndose mal humorada el documento entre su refajo. Ya estaban cerrados los acuerdos con el “tío Jesusazo”. ¡No se iban a echar atrás por una carta después de tanto trabajo!
Reme que nada sabía se vio en un brete, y le llegó el momento de dudar del regreso de su amado porque había pasado demasiado tiempo y porque su madre no paraba de dar la lata. Al final escuchando tantas bondades de Joaquín aceptó el compromiso y pusieron en marcha el bodorrio.
Y Catalina que ya había hablado hasta con el cura y tenía fecha le pudo enseñar al fin a su hija el precioso vestido de crudo raso que le había cosido ella misma a escondidas copiado de una revista que le habían traído desde Madrid y hasta le puso al tanto de los platos que había pensado hacer para ofrecer en el convite que iba a ser el más grande que se había hecho nunca jamás en el pueblo. Y Reme ni siquiera se dio cuenta de que todo estaba ya hecho antes de dar ella su consentimiento y se sentía super-orgullosa de que su madre hubiera podido hacer todo aquello en tan poco tiempo. Y si no enamorada si ilusionada llego a la noche antes de su boda porque gracias a su madre iba a tener la boda más bonita del mundo.
Y con el vestido planchado y colgado con mucho esmero de un clavo que su padre había clavado a propósito sobre las vigas del techo porque aunque no era blanco era largo y tenía cola y mantilla, y medias, ligas, alhajas y perfume dispuesto todo y colocado sobre la coqueta y los bigudíes bien dispuestos sobre su pelo, su prima, que había subido con ella a la habitación para ver lo bonito que era el vestido que había cosido su tía, al ver la cinta roja que colgaba del mal cerrado cajón de la mesilla supo que su amiga había estado leyendo sus cartas y pesarosa por ser partícipe de aquel terrible engaño cogiendo a la joven de las manos confesó. “Reme, Jonás te escribió”.
La chica se quedó pálida, sin palabras.
“Hace meses que escribió. Y te pedía que esperases. Yo he visto la carta. La tiene escondida tu madre” volvió a hacerlo casi zarandeando a la joven que seguía sin reaccionar, mirando a su prima directamente a los ojos escrutando si aquello que había escuchado era realmente cierto.
“¡Vete!” Ordenó al cabo de eternos segundos, con prisa ya y casi empujando a su prima para que saliera de la habitación. “¡No digas nada!” Ordenó decidida cerrando la puerta tras ella.
La joven se atrincheró en su cuarto, amontonó baúles, mesillas y armarios tras las puerta; todo para evitar que entrase nadie por ella.
En casa todos oyeron bajar a la prima, y cerrar la puerta sin despedirse y alguno incluso oyó moverse los muebles; pensaron que la chica tenía prisa y Reme estaba nerviosa y no le dieron importancia, ni subieron a ver qué pasaba. Pascual y Catalina se acostaron temprano, estaban cansados pero apenas durmieron pensando en todo lo que había que hacer. La novia tampoco.
Por la mañana las campanas de la torre clamando a boda. Novio madrina e invitados esperando pacientes en la iglesia ajenos durante mucho rato a lo que estaba pasando en la casa, y la familia en el pasillo pidiéndole por favor a la novia que saliese de su cuarto, que ya estaba todo listo y preparado. Que como le iban a hacer ese feo al novio, al pueblo y a la familia del chico y Reme atrincherada gritando tras la puerta “¡Que no! ¡Que no me caso!” “¡Pero hija! y ¿toda esa comida?” preguntaba la madre desesperada.
Pascual cansado y viendo que por las buenas no iban a conseguir nada amenazando ya con echarla de casa, pero Reme se mantuvo en sus trece: “¡Que no me caso!” y no abrió la puerta, ni ese día, ni muchos después tampoco.
El pobre Joaquín aun dolido y humillado tuvo que seguir con su vida y nunca supe que fue de él, si consiguió olvidar a Remedios, enamorarse y rehacer su vida.
Seguro que sí.
Sí sé que al final Jonás regresó y se casó con su novia. Montaron una taberna, pero al cabo de unos años tuvieron que irse del pueblo porque no les dejaban en paz.
Ni sus padres, ni la familia del novio le perdonaron jamás a Remedios que aquella mañana no consintiera en abrir la puerta.
En Madrid no sé si comieron perdices pero sí sé que fueron felices.
Pero no nos engañemos, la época no estaba de cuento de hadas, más penas que alegrías hubo en España durante mucho tiempo. Antes, durante y tras la guerra pasaron años negros. Años de pena, rabia, miseria y desolación.
Años de hambre, pero sobre todo de miedo.
Y no fuimos más valientes ni mejores que ahora por sobrevivir y salir adelante, tan solo eran otros tiempos.
Y como teníamos tan poco a poco había que mejorar.
El hombre, como los animales, siempre ha sabido adaptarse a las circunstancias y al igual que hoy vivimos cómodamente mañana si hay otra guerra, que dios no lo quiera, y otra dictadura, que no lo consienta, se adaptará y sobrevivirá como entonces, como lo hicimos nosotros.
Eso es un hecho.
Photo by Stijn Swinnen on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Rosa María García Palacio (@gprosam)
Novelas publicadas: El Regreso y Los Baches del Camino ambas en Amazón en papel y ebook
Blog donde publico cuentos e historias cortas rosarumrosasrosas. Me gusta escribir de los problemas sociales y de la mujer.
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Deja un comentario