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(…) Yo soy tan pobre, tan pobre, que solo tengo una limusina. Una limusina rosa. Parece de coña, ¿no? Una paradoja que se dice. ¿Qué no te lo crees? Luego te doy una vuelta. Parecía el negocio perfecto. Joder si lo parecía. Las chicas, los chicos, las despedidas de soltero, de divorciado, de viuda. Los actores que vienen a la ciudad a recoger premios. Las estrellas de rock que actúan en el Vicente Calderón. Los U2, los Rolling, las Madonnas. Hay mucha gente que necesita una limusina en una ciudad como Madrid, ¿no? Se la pagué a tocateja al dueño de un puticlub de la carretera de Andalucía, a la altura de Talavera de la Reina. Gwyneth Paltrow, joder, ¿cuántas veces se ha paseado Gwyneth Paltrow en limusina por Madrid? 36.000 me pedía. Como estos. Y aún me sobraron quinientos. Aunque me duraron nada y menos. La culpa fue del dueño del puti que insistió en invitarme a una copa, el principio de una buena amistad y esas cosas. Claro que los treinta y seis quinientos me llegaron del cielo. El cielo se llevó a mi abuelo y a cambio me tiró un montón de euros. El pago por haberle querido tanto. Hay alegrías que te dejan un sabor muy raro en la boca. Va por ti abuelo. Tenía que haber pagado la entrada de una casa. Mi hermano hubiera hecho eso, seguro. O lo hubiera invertido en bonos del estado de un país emergente. Jodida hormiga. ¿Quieres otra, verdad? Y lo divertido del asunto es que es la inversión más cabal que he hecho en mi vida. Jamás ha pasado un duro por mis manos que no haya terminado en las de un camarero, una fulana, un camello o en las de uno de esos que tienen máquinas tragaperras. Un tragaperrero, ¿qué no? Me acaba de venir a la cabeza lo que me contaba mi colega Poli, el boxeador sí. Cuando volvió de disputar el título mundial de los ligeros contra Pernell Whitaker… ¿Que el negro le dio la del pulpo? Ya lo sé yo, pero lo que tú no sabes es que Poli llevaba tres días con sus noches de fiesta. Pero de fiesta, fiesta, de la de aquí. Y para colmo en el tercer asalto va y se rompe la muñeca. Joder, qué dolor. Yo lo sé porque me lo ha contado. Somos colegas, en serio. Y aún así le estuvo buscando los doce asaltos como un pitbull. Era como los boxeadores de los 60, antes muertos que vencidos. Bueno, a lo que iba, le preguntó un periodista a la vuelta: “Poli, ¿qué hiciste con el dinero del combate con Whitaker?” Porque Poli perdió, pero aún así se embolsó una buena pasta como suele ocurrir en Estados Unidos donde el boxeo es un deporte como Dios manda. Bueno, pues, ¿sabes lo que le contestó el Poli? Yo lo sé porque me lo ha contado él. Es colega. “Una parte me lo fundí en alcohol y drogas, otra parte en pibas, y lo que me sobró… lo malgasté.” Hay que ser muy crack para contestar algo así. Ojalá le hubiese ganado. Pero lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Whitaker era, lo que llaman en Estados Unidos, un “Sweet Pea”. Un tipo que estudia al contrincante a fondo, que se escurre, que esquiva casi todos los golpes. Un científico del boxeo. ¿Tú sabes que yo boxeé una temporada? Bueno, coño, como lo vas a saber si nos acabamos de conocer. Pues sí, y no era malo, no te creas. Era lo que llaman un fajador. Si hombre, el fajador es el boxeador que entra con huevos al intercambio de golpes, que no le importa que le den con tal de dar. Dice “A las que toquemos” y pin pan, pin pan. Luego está el pegador, ese pega muy fuerte y depende muchas veces de un golpe para ganar, pero si no sabe encajar estamos en las mismas: a lo mejor ese golpe es el que le hace morder el polvo a él. George Foreman era un pegador con “dinamita en los puños”. Y luego está el estilista. El superclase. Tú lo has dicho: Mohammed Ali. Esos se cuentan con los dedos de una mano. Se saben mover, tienen técnica, tienen pegada, velocidad. El estilista gana al fajador y al pegador, te lo voy a decir: 8 de cada 10 veces. Muy bien razonado, sí señor. Apollo Creed era un estilista y Rocky un fajador. Y no es por casualidad colegui, Apollo Creed está basado en Ali y Rocky en un pavo… ¿cómo se llamaba? Bueno, no me acuerdo. Era feo como un demonio y con el pelo así a cortinilla. Ali le dio hasta en el carnet de identidad. Le dejó con la cara de otro. Pero no le tumbaba. O mejor dicho, le tumbaba pero el hijo de puta se levantaba. Como los zombies. Y el Stallone se fijó en este combate para escribir el guion de Rocky. ¿Cómo que no? ¿Pero cómo va a ser de Spielberg? ¡Rober! ¿De quién es el guion de Rocky? ¡Pues claro, coño! Te lo dice el Rober chaval, este tío… ven, acércate que te cuento una cosa. Este tío podría haber sido empresario, ministro, presidente del gobierno, el Papa Roma, yo que sé, lo que le hubiese salido de la cojonera. Yo fui con él al colegio y, por mi madre, que miraba la página de un libro, así, cinco, diez, quince segundos como mucho. Bueno, pues le preguntabas lo que te diera la gana. Y te lo respondía. No, no. Que no era un empollón. Que era un niño prodigio. Un superdotado. Cómo se llama coño… ¡Memoria Fotográfica! Ahí le has dado. Que la tiene una parte pequeñísima de la población, no de España, ¿eh?: del mundo. ¿Pero sabes qué le pasó? ¿Por qué tiene esa pinta de tirado y de zumbado? Pues te lo cuento. Su hermana pequeña se puso mala con 18 añitos, una enfermedad muy rara, ahora no me acuerdo, de esas que te vas apagando como una vela. Ellos no tenían padres, vivían con la abuela y la mujer ya era muy mayor y casi no la podía atender. Bueno pues el Rober dejó el instituto para cuidarle. Dejó de salir con los colegas, dejó a una novia preciosa que tenía, lo dejó todo por la hermana macho. Mira: se me pone la carne de gallina y todo. Y luego para nada, se murió hace un par de años. Yo estuve en el entierro. Porque siempre le he tenido mucho cariño, y porque hay que estar a las duras y a las maduras. No como todos estos vinagres, ¡arrastraos!, que solo estáis donde hay bebercio… Bueno, que me encabrono. Éramos, sin contar el cura: el Rober, una tía abuela, el Tello el del bar y yo. Qué triste joder. Nos pasamos la vida preocupados por gilipolleces, aburridos viendo a fulanito y su puta madre en la tele, poniendo a parir a los políticos, jodidos porque no ha ganado nuestro equipo el domingo, pensando que tu jefe es un mierda, discutiendo con la mujer, tirando el tiempo como si nos sobrara y luego un día… ¿Sabes lo que le oí decir un día a un pavo bastante más listo que yo? Que lo único en esta vida que es exactamente igual para todos: ricos, pobres, viejos, niños, feos, guapos: es el tiempo. Y lo que cada uno hace con él es lo que te detalla como ser humano. Y lo que queda de ti cuando doblas la servilleta, ¿qué no? Y mira, por el camino se me ha venido otra muy buena a la azotea. A mi me gustan mucho los Stones, ¿sabes? Y un día me leí hasta la mitad o más un libro que hablaba sobre ellos. Su vida y milagros que se dice. ¿Sabes quién es Keith Richards? Sí, el que no es Mike Jagger, el que parece sacado de una etiqueta de Anís del Mono. Bueno, pues ese pavo siempre, siempre, lleva un anillo de plata. Una calavera. No se lo quita. Y un día le preguntaron por qué lo llevaba siempre. Y contestó que para que le recordara que debajo de la máscara somos todos iguales. Apúntatelo hermano. ¿Quieres otra?
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Acerca del autor
Escrito por: Sergio Ituero
Sergio Ituero (Madrid, 1976). De profesión «nombrador de empresas y productos» en el estudio de naming Damenáme, desde pequeño tiene una relación especial con la literatura iniciada por su aversión al fútbol. De los 0 a los 14 lee mucho más que de los 14 a los 41, pues en la adolescencia se adentra en el «wild side of life» de Segovia, si es que esta provincia tiene de eso, juntándose con otros seres marginales y formando el grupo de rock autóctono ALFALFA, actualmente ALFA ZERO, en el que compone varias letras y que supone su primer contacto con algo parecido a la poesía. En el año 2002 autoedita un poemario llamado DAR VUELTAS que tiene exactamente la misma repercusión que merecía. Este año ha publicado con Playa de Ákaba el poemario sobre desamor CORNADAS.
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Muy entretenido. Buen oído y buen trabajo artesanal con el lenguaje oral. Lo único que habría que pedir es una presencia más fuerte del argumento y la tensión. No descuidar un argumento central por dejarse llevar por la música de las palabras. Encuentre el equilibrio y su producción mejorara notablemente. De todas maneras es un gusto leer un texto ágil, sabroso y colorido. «Alí le dio hasta con el carnet de identidad», «el que parece sacado de una etiqueta de Anís del Mono». Qué buenas. Mi agradecimiento, y mis felicitaciones. Saludos.