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“¿En qué momento empieza a ocurrir algo?”. Mientras miraba sin mirar a través de la ventana, la frase retumbaba en su cabeza. La había leído en una de las obras de su autor favorito, aunque en ese instante no recordaba en cuál. Un detalle menor, irrelevante, que poco le importaba en ese momento. Miró la hora y observó que apenas habían transcurrido diez minutos desde el último vistazo al círculo azul. El tiempo parecía avanzar más lento en los últimos tiempos. La ausencia de gente al otro lado del cristal influía notablemente en esa percepción acerca de un discurrir más pausado de las agujas del reloj. Una pausa que no se producía en el interior de su cabeza, un lugar que, de forma paralela a la pérdida de la mirada en el infinito, se llenaba de preguntas sin respuestas.
¿Sabemos realmente cuando algo empieza? Podemos decir que sí, que sabemos, por ejemplo, el día de nuestro nacimiento. Ahora bien, la historia no comienza del todo ahí. Antes hubo el encuentro entre el espermatozoide más hábil y el óvulo gestante. Pero tampoco ahí se sitúa el inicio. Dicho encuentro se fraguó en las palabras que llevaron a una decisión o a las copas que llevaron a una omisión. Y la rueda no se detiene, antes hubo muchos antes.
Supuso, por tanto, que definimos los inicios del mismo modo que categorizamos a las personas, a los objetos o a los animales, es decir de una forma arbitraría que facilite nuestros procesos mentales. ¿Acaso no es más sencillo? Imagínese una velada entre dos parejas que hablan sobre su origen. Ninguno de los ponentes quiere escuchar una larga respuesta sobre una fecha elegida por un pequeño simbolismo, pero que en realidad esconde mucho engaño detrás.
Un escalofrío estremeció su cuerpo al cruzar la palabra engaño su cabeza. “Acción y efecto de engañar, falta de verdad en lo que se dice o se hace”. Pensó en lo curiosa que era esa acepción, bastante concreta, como si fuera un término con unos limites muy bien acotados. No obstante, discrepaba, sentía que esa definición podía desglosarse enormemente y, sobre todo, no decía nada sobre el origen, no decía nada sobre cuándo comienza el engaño. ¿Cuál es la acción que lo pone todo en marcha?, ¿en qué punto se empieza a faltar a la verdad?
Son tantas las variables que influyen en la concepción sobre el engaño. Si hablamos, por ejemplo, de cualquier relación diádica, del tipo que sea, pareja, amistad, familiar (o incluso entre mascota y humano, un engaño no menor, piense usted en cuantos humanos han sentido un pellizco en su corazón al ver a su mascota saludar efusivamente a otros; o cuantas miradas de decepción no han dirigido las mascotas al ver incumplida la promesa de un paseo). ¿Cómo elegir que punto de vista determina el origen del engaño? Y si complejo puede ser alcanzar un consenso entre dos, que decir si la labor se amplia a un grupo con más partes implicadas. Huelga mencionar, que la tarea se torna en utópica si expandimos aun más el círculo a toda una población o contraponemos diferentes visiones generacionales.
No obstante, quería recorrer el camino de las utopías, no tenía nada que perder en el trayecto. Por ello, pensó en esa palabra de cuatro letras que es el origen de tantas cosas. Sí, el sexo parecía el candidato ideal, a fin de cuentas, suele ser la apuesta más cotizada por la sociedad. Afortunado aquel que no ha vivido ese momento social en el que la mención de la palabra engaño lleva a que el interlocutor sufra un deje tan automático como involuntario por el que dirige su mirada hacia el pelo en busca de dos nuevos bultos. Sí, el sexo parecía un buen candidato.
Sin embargo, más que facilitar la ecuación parecía hacerla más compleja. ¡Cuántas aristas no tiene el sexo! Si lo reducía a lo meramente fisiológico, ¿dónde trazar la línea? La entrada podía ser una candidata, pero ¿solo si es completa?, ¿qué pasa si solo entra la punta?, ¿y si no hay movimiento?, ¿y si se produce una retirada de arrepentimiento? Como si un partido de tenis fuera, su cabeza devolvía pelotas entre la respuesta afirmativa y la negativa a esas cuatro preguntas. Además, las cuatro cuestiones reflejaban un claro deje falocéntrico, ¿y si lo que se introducía era otra parte del cuerpo?, ¿o un juguete?, ¿y si solo adquieres un rol pasivo? De nuevo, el partido de tenis en su cabeza.
El candidato ideal parecía no despejar el tablero con claridad. Sí, puede que pensando en un descorchado de placer la definición de engaño pudiera ser consensuada por todas las partes. El problema sería que, en todo caso, el sexo solo sería el final de un trayecto que debió comenzar mucho antes. No un inicio, o al menos él no recordaba haber llegado a un encuentro sexual por generación espontánea.
El sexo, en realidad, no deja de tener mucho de performance. Al igual que ocurre con el deseo de hacerse mayor, también con el sexo puedes sentirte decepcionado. Puede que la representación tan anhelada no te reporte lo soñado. Es ahí donde, quizás, entre en juego lo onírico y lo evocado, y ¿acaso puede uno estar seguro de lo que recorre la mente del otro? He ahí un engaño que ni siquiera puede ser detectado.
Territorio lleno de arenas movedizas. Si no podía hallar respuestas para lo objetivo, ¿como hacerlo con lo subjetivo? Sentimientos, pensamientos, imaginación… ¿quién le pone puertas al campo? Un sentimiento que se apaga que hace que estés en una situación, pero tu mente piense en otra. Un sentimiento que languidece y que hace que la imaginación no incluya al otro en lo proyectado. Por acción o por omisión. La falta de imaginación puede no ser inocente. Quizás la idea no aparece porque no quieres que aparezca. Puede que no puedo sea no quiero.
Era tan evidente que imaginación y engaño tienen múltiples intersecciones como que no podría definir una respuesta concluyente. Volviendo incluso sobre sus pasos, pensó que la inseguridad sobre lo que recorre la mente ajena también se puede aplicar a la mente propia. ¿Cómo estar seguro de las razones últimas de tus pensamientos? Quizás, el trabajo en solitario con un vídeo esconda algo más que una simple falta de imaginación; quizás, la mirada furtiva no sería inocente si fuera correspondida.
E incluso podía añadir un poco más de agua al barro. ¿Qué decir de los sueños?, ¿quién es capaz de juzgar su contenido? El universo onírico puede ser punto de encuentro de la más amplia gama de personajes y de un catálogo de acontecimientos digno de Netflix. Una línea continua que puede cubrir desde la primera persona que te marcó en el camino al célebre personaje con el que el engaño estaría permitido. En todo caso, ¿quién sería capaz de culpar a un tercero por lo que ocurre en sus sueños? La acción podría tener la reacción de ser tachado de paranoico, pero aún así, ¿es realmente inocuo un sueño?
Otra delgada línea del engaño. Ese pulso entre la defensa y el ataque, entre la realidad y la paranoia. ¿Acaso hay alguien que no haya interpretado un papel digno de ser galardonado con el premio Óscar a mejor actuación revelación en defensa de su honor mancillado por una acusación cuya sola mención nos ofende tan enormemente que desearíamos retar a un duelo?, ¿acaso hay alguien que no haya tenido que plegar las velas de sus pesquisas al ser interpelado con lo ofensivo de su duda? Una transición entre ataque y defensa digna de un futbolín.
Imaginó una escena en el interior de un restaurante. Una mesa. Cuatro comensales. Un intercambio de miradas. Un significado neutro o incluso la ausencia de él. Una interpretación errónea de un tercero. La acusación de paranoia que esconde que la interpretación no era tan alejada de la realidad. Visualizó el exterior del restaurante. El retorno a casa. La vibración inoportuna del móvil. La conversación borrada. La mirada acusatoria, la defensa acusatoria. La duda.
Entre la paranoia y la realidad recordó un fragmento de su libro favorito: “Sea como fuere, sabía perfectamente que es posible respetar la etiqueta al pie de la letra y, así y todo, violar, de esa manera solapada por la que nadie podría acusarnos, montones de leyes escritas. En algunos aspectos, esa era la peor de todas las groserías, de la clase de las que podemos salir bien librado porque no figuran en el manual”. Empezó a pensar que si Tolkien hubiese decidido abordar el engaño, el señor de los anillos, a su lado, hubiera parecido un cortometraje.
¿Y si la escena se narra a un tercero? Pues depende. Depende de si jugamos como locales o en campo visitante. Depende de si lo narramos al ángel o al demonio. Todos contamos con ese alguien cercano y fiel que nos exculpará de cualquier acto, que dirá lo que queremos oír y nos dará la razón. ¡Eso no tiene importancia!, ¡No has hecho nada malo!, pueden ser algunos de los reconfortantes argumentos que nos aporte. Puede también, que nos arriesguemos un poco más y confrontemos al demonio. Todos contamos con ese alguien cercano y fiel que intentará exculparnos de nuestros actos, pero al que su mirada y su lenguaje no verbal delatará que, en su interior, nos está condenando al averno.
Quizás nuestra valentía brille por su ausencia y no queramos narrar cualquier posible transgresión a un tercero. Puede que entonces el papel sea una opción sobre la que volcar cualquier pensamiento con la certeza de que no realizará ningún tipo de juicio. ¿Qué ocurre en tal caso? ¿Qué ocurre si le confesamos al folio en blanco que hemos vuelto a pensar en esa persona del pasado o hemos mirado alguna fruta prohibida?
Pensó entonces en una nueva intersección: el engaño en presencia del otro. Al fin y al cabo dos personas pueden estar separadas físicamente por apenas unos centímetros y que, sin embargo, la brecha entre ellos dejé en un ridículo salto cruzar el Gran Cañón del Colorado. Se puede preguntar sin interés en la respuesta, se puede mirar sin ver, se puede estar sin estar. Son muchos los elefantes que puede albergar una habitación.
Imaginó una nueva situación. Tres personas. Un día importante. Pero los caramelos son envenenados. La atención no está en lo presente. No se mira a quién está al lado. La atención está en un teléfono. Se mira una pantalla. Un mensaje de un interlocutor de cinco letras al que nunca se ha mencionado. Quizás no sea nada. Quizás sea paranoia. Quizás sea el germen de ese sexo que no será el inicio. Sí, el engaño también se puede producir en presencia del otro.
Y a ese respecto, ¿qué ocurre con el interlocutor de cinco letras?, ¿es realmente inocente el tercero en discordia? Puede que su acción no sea lesiva e involuntariamente saque a la luz una realidad oculta que es ajena a él. Quizás sea un escultor que, por accidente, cincela una nueva figura. O puede que su trazo sea más grueso y su acción tenga algo de preconcebida. Quizás sea un cazador en busca de alimento.
Recordó entonces la definición de engaño y observó que había una vertiente que no había analizado. ¿Qué pasa con el efecto del engaño?, ¿qué diferencias existen entre el saque y el resto? Le pareció fácil pensar en el desierto y sus grietas que queda en la persona que sufre el engaño. También aquí por acción y por omisión, por lo que sabe y por lo que no, siendo aún más hiriente si cabe lo segundo. Y es que el engaño golpea al presente y reescribe al pasado. Le llena de zonas que se tornan en grises, que se ensucian como cristales después de una tormenta. Y las fichas del dominó no solo van hacia atrás también lo hacen hacia adelante. La huella queda marcada sin saber si afectará a nuevos terceros o si tendrá fecha de prescripción
¿Y el efecto en quién engaña? Puede que la conciencia brille por su ausencia, en cuyo caso la tarea es sencilla. Puede que se use alguna autojustificación que permita seguir adelante e incluso con el tiempo repetir las mismas acciones. Puede que se pueda mentir a los demás, pero no a uno mismo.
Muchas preguntas y pocas respuestas. Muchas posibilidades y pocas certezas. El camino de las utopías era aún más complejo de lo que él pensaba. Levantó entonces la mirada y vio que apenas quedaba ya luz en el exterior. Esta vez las agujas del reloj si habían avanzado aunque su discurrir no hubiera despejado la ecuación.
Omitir. Ocultar. Excluir. Follar. Tocar. Pensar. Hablar. Callar. Desear. Pensar. Silenciar. Apagar. Mirar. Fingir, ¿Dónde empieza el engaño?
Acerca del autor
Escrito por: Pedro Sánchez Felguera
Procedo del mundo del periodismo. Siempre he estado en contacto con las letras en el ámbito periodístico pero en «Engaño» he realizado mi primera incursión en la ficción.
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