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Contuvo la respiración al salir de la consulta, si exhalaba, aunque solo fuese una vez, se derrumbaría allí mismo y tendría que soportar las miradas lastimeras de la multitud que la rodeaba. Su lado más racional le dijo que aguantase, que debía ser fuerte. Aguantó la respiración unos metros más, los que le faltaban para llegar al exterior donde podría dejar salir la rabia acumulada.
Las primeras lágrimas brotaron al cruzar las puertas acristaladas del hospital, agachó la cabeza para que nadie reparase en su pésimo estado de ánimo. Detestaba que sintiesen lástima por ella, no había cosa en el mundo que más odiase. Ver reflejada la angustia en sus seres queridos era algo que la superaba, cuando ella por lo único que luchaba era por salir a flote, por llevar una vida lo más normal posible, regresar a esa vida que meses atrás le arrebataron.
Caminó en dirección al parque, a esas horas de la tarde estaría desierto, eran vísperas de Navidad y la gente se agolpaba en los comercios para ultimar las compras, así que podría desfogarse con tranquilidad bajo el viejo roble. Anduvo a pasos lentos, aunque lo que en realidad le apetecía era huir a toda prisa. Por fin vislumbró el centenario árbol solitario envuelto en penumbra, con desgana se dejó caer en el viejo banco necesitado de pintura.
El torrente de lágrimas no tardó en hacer acto de presencia, sabía que no servía de nada, pero era liberador. En esos instantes, lo único que necesitaba era descargar el organismo de tensión o no podría soportar la larga noche de trabajo. Meció el cuerpo al son de la brisa que se arremolinaba a su alrededor, era como si el viento quisiera abrazarla para darle consuelo, un consuelo que jamás llegaría. Tenía que asumir que su vida no volvería a ser la de antes, por mucho que la añorase, la normalidad era algo que nunca más tendría.
Cerró los ojos despidiéndose de cada recuerdo que la anclaban al pasado, si deseaba seguir adelante, sin caer en un abismo, debía dejarlos marchar. Era el momento de mirar la vida con otra perspectiva, de replantearse el presente y meditar en un futuro no muy lejano, el médico le advirtió de que las cosas irían a peor y que debía estar preparada o no lo soportaría.
Los minutos de soledad le dieron las fuerzas para regresar a la realidad, debía ponerse en marcha o no llegaría a tiempo para ayudar a Dafne con los preparativos. Se secó las lágrimas antes de emprender el regreso.
No traspasó las puertas del ascensor cuando vio a Dafne, la enfermera más anciana y su compañera de trabajo, aunque a decir verdad era lo más parecido a una hermana que tenía. La saludó con alegría como cada día, no era momento de lamentaciones, había pacientes en ese ala del hospital en peores condiciones que ella. Negó con la cabeza cuando Dafne le preguntó, haciéndole ver que más tarde se lo contaría.
Entre las dos prepararon la sala grande, era una noche especial y sus problemas no opacarían la felicidad de los pequeños. No era justo para ellos. Adornaron la estancia con guirnaldas y un gran árbol de Navidad, al finalizar, unió las mesas para que el servicio de catering sirviese la cena.
Con su habitual sonrisa fue habitación por habitación para invitar a los niños y familiares a ser partícipes de una cena especial. Que estuviesen ingresados en la planta de oncología infantil no era sinónimo de que se quedasen sin celebrar Nochebuena. No se desprendió de la sonrisa en toda la cena y como la tradición mandaba, se escabulló de la sala para ir a prepararse, ese año sus problemas de salud no serían los culpables de que los niños se quedasen sin la actuación del payaso.
Antes de medianoche, despidió a cada niño a su habitación, no para que durmiesen, debían portarse bien para que Papá Noel no se olvidase de ellos. Vio aparecer al marido de Dafne vestido de rojo con el gran saco donde llevaba los regalos. Fue el momento más feliz del día, ver las caras de felicidad de esos niños que, algunos morirían sin ser conscientes de la realidad, solo pensaban en su regalo.
—¿Cómo ha ido, cielo? —preguntó Dafne al quedarse solas en la sala de enfermeras.
Chantal negó sin poder evitar las lágrimas, aún no se había hecho a la idea de lo que se le venía encima.
—No hay solución —dijo en un hilo de voz.
Dafne se incorporó abrazándola, sin poder llorar por la mala noticia recibida.
— ¿Algo podrán hacer?
—No, de hecho, las cosas irán a peor —confesó.
Abrazadas lloraron en silencio, los niños correteaban por el pasillo.
—¿Por qué no te has marchado a casa? Me habría encargado yo de todo —comentó Dafne secándole las mejillas como si de una hermana se tratase.
—Porque sería injusto por mi parte —se sorprendió ella misma ante la respuesta y entonces lo vio—. Yo solo he de acostumbrarme a una nueva vida, muchos de esos niños no saldrán del hospital con vida. No sería coherente por mi parte lamentarme por mi situación cuando hay gente en peores condiciones. Debemos aprender aceptar lo que nos viene Dafne y ver que no somos los únicos con problemas, siempre habrá alguien peor que yo.
Photo by Daan Stevens on Unsplash
Acerca del autor
Escrito por: Aeryn Anders (@Trasturastro)
Aeryn Anders nació un caluroso viernes de 1979 en la ciudad del sol.
Como buena aficionada a las letras, comenzó su andadura por estos lares allá por 1989, cuando dedicaba las tardes a escribir cuentos breves. Con doce años creó su primera novela corta y durante los siguientes años, prosiguió narrando todo aquello que se formaba en su cabeza, aunque no fue hasta 2015 que publicó su primera novela.
Cuenta en su haber con la biología de novela negra Tras tu rastro que se compone de: Tras tu rastro (2015) y Vindicta (2016). El relato de género negro Piero Cassavacchi — Fantasmas del pasado. El relato de género romántico Tú, mi salvación (2017). Novela corta de género romántico Conquistando el mundo (2017).
Compagina la escritura con su otra gran pasión: El diseño gráfico. Los largos días de verano los dedicaba a escribir y a dibujar. Y en la actualidad es la diseñadora y maquetadora de Mangata Magazine.
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