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La conversación progresaba fluida. El hombre había ofrecido al joven algo de beber y un sándwich mixto, que este ultimo rechazo con un rápido gesto. El sesentón siguió hablando:
—Al ver el sitio no he visto mucho lujo que digamos…
—El lujo estádonde debe estar, que es en la cocina.—Los ojos del joven volvían a centellear—.Para hacer arte con la comida, como hace Ferrán, hay que usar siempre lo mejor,desde la maquinaria hasta las materias primas, pasando por el personal,por supuesto—mientras hablaba, había vuelto a erguirse en la silla.
—Bueno, pero tú eres camarero,¿no, Raúl? —Leiva movió la mano como ahuyentando una mosca con el dorso—.Quiero decir que ni siquiera cocinas—ahora observaba fijamente al joven.
—Nnno, no cocino,señor Leiva —respondió apretando los labios—.Yo formo parte del equipo que acerca las creaciones hasta los afortunados comensales.
—Es decir: camarero —repitió el gesto de la mano.
—Ser camarero en El Bulli es un privilegio,señor —la voz del joven se hizo más aguda—, hacemos muchas más cosas que llevar y traer platos; organizamos despensas y aprovisionamiento, realizamos limpieza, planchamos manteles, recargamos los sifones y toda la bebida de la barra/bar —aquí se paró a respirar—. También hacemos algunas tapas de barra, cosas simples,pero las hacemos nosotros…—había comenzado a sudar y varias gotas perlaban su frente.
—Eso está muy bien,Raúl. Un poquito lejos del arte, pero está muy bien —dejó escapar media sonrisa por la comisura—. La carta te la sabrás de memoria, eso sí, ¿no?
—Sé mucho más que eso,inspector. He podido ver la creación, he asistido al proceso; he visto como se pueden aislar los sabores y trasladarlos a nuevos contextos. Ferrán Adrià ha puesto patas arriba la selección natural y ha inventado la suya propia; todo está milimétricamente calculado para impactar los sentidos con una experiencia única. Ni las texturas,ni los sabores, ni los olores volverán a ser los mismos. Es casi como ver a Dios cocinar —la mirada del chico estaba fija en algún punto del techo.
—¡Ah!, por eso hay tantos colorines…—replicó Leiva con el mayor desprecio que pudo.
—Esos«colorines», como usted los llama,son fruto de minituarizarsabores extrayéndolos de la fuente y presentándolos en un nuevo contexto. Esto es «creación», ya que da a lugar a algo que no existe en la naturaleza —el joven escupía las palabras visiblemente alterado—, incluso es el propio plato el que establece una jerarquía de sabores, como con inteligencia propia. Algo cercano a lo divino —las manos del chico estaban temblando y una lágrima comenzaba a asomar.
—Vaya, impresionante,Raúl. No me extraña que sea tan caro comer allí. ¿Y los clientes están siempre a la altura? —ahora el tono era deliberadamente cordial.
—Nnno, no siempre…—balbuceó mirando al suelo.
—¿Estuvieron los señores Di Pietro a la altura? Vamos Raúl, estoy aquí para ayudarte…
—No lo estuvieron. Sobre todo él —la mirada era fría y ahora sí directa hacia Leiva—. Todo fue mal desde el principio: su forma de pedir, la elección del vino, el llamarme a gritos. Cuando le vi comer ya no aguanté más, ¡jodido cabrón!; engullía las creaciones una tras otra, sin darles tiempo a expresarse, mató todo un edén creativo bajo un bolo alimenticio infecto e insípido, ni siquiera masticaba el muy cerdo…Cuando pidió un refresco para acompañar las angulasme dolió en el alma, cuando eructó no pude más y lo rajé como a un cochino
—¿Y a ella?
—A ella la maté por gritona.
Leiva asiente,y a un gesto de su mano al cristal que está a su espalda, aparecen por la puerta dos agentes que se llevan al detenido. El inspector saca con parsimonia su teléfono móvil y marca un número de la memoria;al otro lado de la línea y entre ruidos de vasos y voces, Francisca atiende amable el pedido para recoger. Porque a Leiva, este interrogatorio le ha dado hambre.
Acerca del autor
Escrito por: Javier Gómez Ruiz
Relatos cortos en «La historia sin fin interminable» y cosas de cine en «El videoclub» ambos en Facebook.
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