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Soy un buen hombre. Me levanto todas las mañanas deseando abrazar a mi mujer, darle besos; desayunar, ducharme y luego poder ir a impartir mis clases. Disfruto enseñando a la gente, soy un buen hombre. Mi mujer, mis compañeros de departamento, mis amigos, todos opinan lo mismo, soy un buen hombre. A algunos, el que yo sea un buen hombre parece haberles molestado. Tal día como ayer, a eso de las tres de la tarde– hora más o menos a la que llego del trabajo–, recibo una carta en mi domicilio con una cita de la universidad para declarar ante unas quejas que un alumno ha realizado contra mí por supuestos malos tratos y por discrepancias ante la calificación que le puse en Literatura extranjera. Hay que ver las artimañas que inventan algunos chicos para obtener un mísero aprobado. ¡Qué estudien! Eso es lo que tienen que hacer.
Cuando estoy en clase, siempre les digo a mis alumnos que no olviden que estoy aquí para lo que necesiten. Una joven, de nombre Valentina, ha suspendido la misma asignatura que el chico que presentó quejas contra mí, la diferencia es que ella ha demostrado ser más coherente. Me pide cordialmente si puedo darle unas pautas a seguir o si hay alguna forma de que apruebe la asignatura antes de junio, a lo que yo le respondo: “Reúnase conmigo en mi despacho dentro de una hora”.
Una vez en mi despacho, la joven alumna entra, se sienta en frente mío y procede a hablar ella, primeramente.
–Señor Peralta –dice ella–, verá, no quiero darle pena, pero me gustaría saber si hay alguna posibilidad de que apruebe sin necesidad de repetir el examen, he sacado un 4,7 y es la única asignatura que me ha quedado pendiente este año, me daría pena suspenderla… No sé si es posible alguna solución al respecto.
Era una chica tierna, parecía muy segura de sí misma, yo le dije que tenía dos opciones: o bien repetía el examen con la esperanza de aprobar, o bien haría una excepción por primera vez en mi vida como docente y le permitiría aprobar con un trabajo, pero tenía que estar bien hecho, claro está. La chica le dio muchas vueltas, pero terminó aceptando.
Días después publiqué las notas definitivas, con todo el dolor del mundo tuve que suspender a Valentina. El trabajo no se había ajustado lo suficiente a las expectativas, espero que lo entienda. Era justo el día de mi intervención ante la Comisión educativa por las quejas de ese otro alumno. No habría problemas, de esa Comisión formaban parte colegas míos muy cercanos de los departamentos filológicos de la universidad, ellos sabían mejor que nadie que yo nunca trataría mal a nadie.
Berta, una compañera mía y miembro de la Comisión me contó que el alumno ya había declarado. Se llamaba Marcos, un chico que no había visto casi nunca por clase y que ahora me hacía perder el tiempo a mí también. Me senté en una mesa individual, en frente tenía a todos mis colegas que tomarían nota de mi declaración.
–Buenos días, Víctor –dijo el doctor Pereira refiriéndose a mí–. Bueno, como jefe de la Comisión voy a leerte las declaraciones que ha interpuesto este chico ante la Comisión hace solo unas horas. Ya sabes cómo es esto: primero te lo leo, después haces tú interpretación de los hechos, luego tomamos un café o un vino, rellenamos los papeles burocráticos de la queja impuesta y desechamos las quejas del chico. ¿Te parece bien?
–Me parece perfecto –respondí.
–Bien, por un lado, el estudiante don Marcos Cuervo Jiménez, quien ha presentado una serie de quejas dentro de la legalidad establecida en el Reglamento de Educación contra el catedrático don Víctor Peralta Fernández, declara lo siguiente: “No quiero comprometer a nadie en esto, quiero decir, lo que les voy a contar es mi versión sobre la realidad, sin invenciones. El día de la revisión del examen de Literatura extranjera acudí a la hora fijada por el señor Peralta. Mi único objetivo era saber las causas por las cuales había sacado un resultado tan bajo como es un 1,0. Lejos de toda dramatización, el señor Peralta me explicó que, a su juicio, incurría en muchos errores conceptuales, en un incorrecto análisis literario y en numerosos problemas de expresión escrita. Considerando todas las opciones, le comenté que había partes del examen en los cuales no entendía por qué hacía esas afirmaciones, pues el examen no lo veía tan bajo como para ser calificado con un 1,0. Esa es la razón por la que presento esta discrepancia”.
–¿Es todo? –pregunté yo.
–Esta es solo la primera de las dos quejas que presentó el muchacho –aclaró el doctor Pereira–. Ahora te voy a leer la segunda. Dice así: “El señor Peralta me dijo que aún había una forma de salvar esto. Es un tanto fuerte lo que viene a continuación, pero vuelvo a decirles que es la verdad, no hay invenciones. El señor Peralta cerró la puerta y me habló en voz baja, me propuso hacernos una masturbación mutua, yo me desnudaba, él me tocaba y luego me restregaba su mano sobre mi miembro al igual que yo a él sobre el suyo. Le dije que de ningún modo lo haría, en ese momento yo estaba aterrorizado. Por ello solicito que estas declaraciones sean estudiadas y puedan ser llevadas no solo al máximo órgano de la universidad, sino también a la Justicia Nacional”. Fin de la cita. Bien, Víctor –dijo el doctor Pereira mientras encendía un cigarrillo–, hablé un poco con el muchacho en privado después de su declaración, le dije que esto podíamos solucionarlo aquí sin necesidad de llegar a otras instituciones jerárquicas o judiciales. Me ha costado, pero le convencí. Ahora necesito que hagas tu declaración y ya nos podremos marchar.
–Gracias, Paco –refiriéndose al doctor Pereira–, pues voy a comenzar a relatar los hechos tal y como transcurrieron realmente. Estimados señores y señoras aquí presentes, como catedrático y profesor desde hace más de treinta años es para mí un privilegio prestar declaración ante esta Comisión y que los alumnos ejerzan libremente sus derechos ante cualquier injusticia que vean. Para la desgracia del afectado, debo reiterar en mi defensa, que estas dos quejas presentadas por el señor Marcos Cuervo están totalmente fuera de lugar y bien puedo demostrarlo. Los fallos a los que también hace mención el señor Cuervo son ciertos, le dije que el examen tenía diversos fallos y que así no lo podría aprobar. No soy un hombre al que le guste suspender sin razón a la gente, pero examinando durante varias horas el examen, sigo sin ser capaz de subir esa nota, y lo siento por el señor Cuervo, de verdad que sí. Todos los exámenes están puestos al servicio de la institución y, como bien dicta la Ley, su prueba será revisada minuciosamente también por esta Comisión, por lo que, en unos días, sabremos también la resolución de otros expertos docentes sobre el resultado que debe tener.
En segundo lugar –prosiguió–, en relación con la segunda queja que el alumno presentó, añado sobre mi persona que gozo de un expediente y una trayectoria limpia que avala mi carrera como un distinguido profesional. Teniendo en cuenta esto, considero un insulto y un ultraje hacia mí las palabras del señor Cuervo sobre ese supuesto intento de abuso sexual. En ningún momento de mi vida se me pasaría por la cabeza cometer tales actos. Soy un hombre casado y respetado, y espero que estos complementos mencionados ahora sirvan de ayuda a los miembros aquí presentes a la hora de dictar la resolución. Eso es todo–al terminar respiré tranquilo y encendí un cigarrillo.
Toda la Comisión me dio la mano y nos fuimos a tomar unas bebidas a la cafetería que teníamos cerca de la facultad.
–Has hecho una buena declaración, Víctor –dijo Paco mientras brindábamos con las copas–, tan solo voy a realizar dos pequeñas modificaciones en el informe de tu declaración. Voy a cambiarte las palabras “insulto” y “ultraje” por otros dos términos un tanto más suaves, si no alguien podría interpretar que usaste un tono con resentimiento, y no conviene que llamemos mucho la atención de los de arriba, ya me entiendes.
Paco me entendía, era un gran hombre, llevaba más años en este negocio que yo y nos conocía a todos. Los dos compartíamos pasatiempos similares y ambos éramos dos buenos hombres. El resto de mis colegas con los que también estaba tomando algo eran Berta, Juan, Alberto, José Luis y María Dolores.
Terminó el encuentro y ya era hora de regresar a casa. Como era viernes invité a Paco a cenar en mi casa, sé que a mi mujer le estaría bien. Antes de que llegásemos a mi casa le hablé del trabajo insuficiente que la señorita Valentina me había hecho, él entendió a la perfección que yo la suspendiera finalmente.
–Buenas noches, cariño –dije al entrar–. Mira quién ha venido a cenar.
–Hola, cielo –dijo ella–. Hola, Francisco –refiriéndose a Paco–. Justo hoy no había cocinado demasiado, hay filetes, ensalada y lechugas. Lo siento…
Mi mujer se llamaba Carmen, sabía cocinar muy bien, pero hoy no se había esmerado mucho con la cena. Paco también estaba casado, los dos hablábamos del matrimonio en el trabajo, lo aburrido que era estar casado desde los veinte años con la misma mujer y la obligación de mirar a veces más allá. Qué otra casa íbamos a hacer si no…
–Una cena muy rica –dijo Paco–. Eres tan buena cocinera como siempre, Carmen.
Terminamos de cenar y abrimos otra botella de vino tinto, en ese momento Carmen marchó para la cama, estaba cansada. Nosotros nos pusimos en el sofá cómodamente para continuar nuestra conversación.
–Ahora que no está tu mujer –comentó Paco mientras me servía otra copa–, dime, ¿qué fue en lo que falló la chica esa que me mencionaste antes?
–Ah, ¿Valentina? Bueno, supongo que le falló la experiencia. Tenía cara de experimentada a pesar de su corta edad, pero nada, al final nada de nada. Al principio cuando se puso debajo de mi mesa y comenzó el trabajo yo estaba excitado, pero después de varios minutos no me salía nada, ni el más mínimo goce. La aparté y le dije que próximamente sabría el resultado, aunque yo ya tenía claro que no la iba a aprobar, creo que ella también lo podía intuir tan solo viéndome. Una pena, qué poco aprovechan ahora las muchachas.
–¿Y el muchacho? –preguntó Paco refiriéndose a Marcos.
–Ese chico fue un cobarde –dije yo–, directamente no quiso ni aprovechar la oportunidad. Ya te digo, los muchachos de ahora no valen para nada.
–Y que lo digas –dijo Paco–. Yo por eso ya no me molesto en llamar a ningún alumno a mi despacho desde hace tiempo. Ahora lo hago pagando simplemente, que así por lo menos me ahorro cualquier lío. Tal vez tú también deberías parar, Víctor, la Comisión lleva desestimadas demasiadas quejas contra ti y varios de nosotros, un día nos podrían descubrir…
–Tranquilo, Paco, tenemos un montón de amigos en este mundo, no nos pasará nada.
–¿Tú crees?
–¡Claro! Además, tú ya sabes que intento controlarme, pero es que no puedo evitarlo, yo no tengo la culpa, me provocan los propios alumnos y tú bien lo sabes.
–Lo sé, Víctor, eres un buen hombre. Creo que tienes razón, hombres como tú y como yo no debemos estar atemorizados por nada, lo tenemos todo a nuestro alcance porque somos los mejores.
–¡Brindo por esas palabras!–exclamé yo.
Después de acabarnos la botella entera Paco se quedó a dormir en la habitación de invitados y yo me fui a la mía con Carmen. Antes de dormir me aseguré de que ella estuviese bien dormida, por si acaso había oído algo inusual.
Fueron pasando los días, yo continuaba impartiendo clases con total normalidad, esta vez de Teoría de la Literatura. Los alumnos de este grupo parecían un poco más listos que otros años. Terminé las clases y uno de mis compañeros me dijo que la queja de Marcos ya se había desestimado de manera oficial, un problema menos. No todo vale en esta vida, Marcos.
Al regresar a casa observé que Carmen había recogido el correo del buzón. Sorprendentemente me encontré con otra carta de la universidad, esta vez era otra infame queja presentada por otro estudiante, y era nada más y nada menos que de Valentina. En ella la joven alegaba que había sido víctima de un chantaje y abuso sexual por parte del profesor Peralta. Al final de la carta ponía que se requería nuevamente mi presencia ante la Comisión en los próximos días… ¡Maldita golfa! De nuevo volvía a ser víctima de un ataque deshonroso y sin fundamentos hacia mi persona. Esperaba que la Justicia resolviera esto una vez más.
Llamaron al teléfono, posé la carta sobre la mesa de la cocina y fui a contestar.
–¿Diga?
–Hola, Víctor. Soy Paco.
–Dime, Paco.
–Imagino que habrás leído la carta, ¿no?
–Sí… Por Dios, dime que no corro peligro.
–Escucha, las quejas de esta chica han llegado a oídos de otros profesores que no forman parte de nuestra Comisión, pero estate tranquilo, mañana me veré con los miembros del decanato de nuestra facultad para aclarar el malentendido que parece que se está generando y haré que comenten al resto de profesores de que cualquier rumor o comentario que se propague sobre ti es simple y llanamente falso.
–¿Crees que te harán caso?
–Tranquilo, el decano es amigo mío.
–Paco, no sé cómo agradecerte lo suficiente todo lo que haces por mí–dije yo–. Este fin de semana podríamos irnos tú y yo de excursión a algún sitio, yo me encargo de todos los gastos.
–Para eso estamos los amigos. En cuanto a lo de la excursión, acepto encantado tu invitación, será divertido. Hasta pronto pues, señor Peralta.
–¡Genial! Cuídese, doctor Pereira. ¡Je, je, je!
Cuando colgué el teléfono vi que Carmen ya estaba en la cocina, ¡menos mal! Estaba hambriento.
–Cariño –dije yo–, ¿dónde has puesto la carta que había dejado en la mesa?
Fue entonces cuando me fijé que Carmen tenía la maldita carta.
–¿Esta carta? –dijo ella algo aterrorizada–. Víctor, cielo… ¿Has abusado de una chica?
–¡Maldita sea, Carmen! –exclamé enfadado–. ¡Cómo puedes pensar algo así de mí! Por eso no me gusta que hurgues en mis cosas, son cosas que tú no entiendes porque eres estúpida.
Me enfrenté con la mirada a Carmen. Ella empezó a llorar.
–¡No vuelvas a suponer algo así! Esta carta es una queja falsa que ha impuesto una alumna que no se ganó su aprobado y que ahora solo pretende aprobar de la manera más rastrera que hay, fingiendo y pronunciando falsas suposiciones. ¡Soy un buen hombre, Carmen! ¡Soy un buen hombre! ¿O no? ¿Acaso sería yo capaz de hacer una cosa tan horrible como esa?
–Yo, yo… ¡Oh! Lo siento mucho cariño, no pretendía dudar de ti. ¡He sido una tonta! ¡Una tonta!
–Bueno, bueno –dije con tono reconciliador–, vamos a dejarlo pasar esta vez, pero que no vuelva a suceder más. ¿Entendido?
–Sí, sí–afirmó ella–. Lo siento, cielo.
–En unos días la resolución me dará de nuevo la razón a mí y la única vergüenza lo sentirá esa muchacha por mentirosa y miserable. Ahora, vamos a comer. ¿Qué tenemos para hoy, cariño?
Acerca del autor
Escrito por: Mario Dos Santos García
Aficionado a la literatura y al placer de la escritura, Mario Dos Santos nace en la ciudad de León (España) un frío 18 de noviembre y con apenas ocho años se traslada con su madre un poco más al norte, a la ciudad de Oviedo, concretamente. Es allí donde, en parte gracias a su madre, comienza a recorrer las bibliotecas de la ciudad en busca de libros de los que poder leer, aprender y divertirse. Comienzan a ser preferentes en su vida clásicos como Tólstoi (pues “Anna Karenina” cree que le cambió la forma de ver las cosas), las novelas de Sir Arthur Conan Doyle (adora profundamente el prototipo Sherlock Holmes). También se refugia, en muchos sentidos, en la llamada corriente del realismo sucio, con autores tan destacados y claves para él en su escritura como fueron John Fante, Charles Bukowski o la obra «Bajo el volcán» de Malcom Lowry.
Ahora, el propio Mario Dos Santos busca, a través de todos ellos, adentrarse a crear su propio mundo literario, y sus propios sueños comienzan con este relato, «El bueno soy yo».
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