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La situación era comprometida, o como habría afirmado el padre del detective O’Flannagan, muy jodida. Había seguido a un paleto italiano durante tres días y ahora se hallaba atado al respaldo de una silla, con más golpes que una estera por culpa de un maldito chucho. Sabía que era cuestión de tiempo que uno de los esbirros de Billy le pusiera su Smith & Wesson del 38 en la cabeza y que con él le desparramasen los sesos por el suelo del Cotton Club un garito de moda de Harlem en el que, a pesar de <<la prohibición>> circulaba el alcohol con alegría y, cómo no, el dinero, las chicas y los famosillos. Aunque, a esas horas se hallaba cerrado.
Tres días atrás una hermosa mujer, llamada Alison, había entrado en el despacho de detective privado que tenía en Manhattan. Ella era joven, bella, tenía dinero y una propuesta de trabajo para que se jugase el pellejo. Sin embargo, tras <<la Gran Depresión>>, ¿quién no se jugaba algo para ganar unos pocos pavos? Quería que le quitase a Billy, el mafioso que más había subido en los últimos meses en la escala de criminales, a Tony, el hijo de ambos, y que lo llevase con ella. O’Flannagan jamás supo decir no a una buena oferta y menos cuando esta tenía tres ceros.
Así pues, comenzó por seguir al padre de la criatura y averiguar sus pautas de comportamiento para raptarlo fuera de su mansión casi inexpugnable. Las dos noches anteriores, Durando, un matón de Billy, había llevado al muchacho al Cotton Club a eso de la hora del cierre, lo que venía a ser las nueve de la mañana más o menos, y luego el padre y dueño del club había llevado personalmente al chico a la escuela en su flamante Terraplane Sedán del 32. Había decidido que ese sería el momento, justo antes de que entrasen en el local y se lo entregasen a Billy. Se desharía de Durando y huiría con Tony sin más. Pero cuando iba a reventarle la cabeza con una porra a ese estúpido, un saco de pulgas se puso a ladrar como loco y los planes se fueron al traste. Eliot, otro de los pistoleros de Billy, salió del local con aquella arma infernal inventada por el bueno de Tolliver, la Thompson, y las balas comenzaron a silbar por todas partes. <<¡Mierda de suerte!>> maldijo el detective. Lo único que podía hacer era rendirse o morir. Pensó que al menos habría ganado algo de tiempo…
—A ver, O’Flannagan. ¿Se puede saber qué cojones hacías ahí fuera? —inquirió Eliot—, te conocemos. Tú trabajaste para la familia Francesco, ¿has venido a espiarnos sucio sabueso? —el detective permaneció en silencio—. Estás muerto y lo sabes. La cuestión es cómo vas a palmar. Dinos qué hacías aquí y será rápido, de lo contrario…
—No eres más que un paleto espagueti de mierda, que te den.
Mientras Billy se reía a su espalda, Eliot se empleaba a fondo con el detective. La sangre manaba abundantemente por su nariz y una de las costillas se rompió con un ruido sordo, al tiempo que se le clavaba en un pulmón, lo que le impidió respirar por un instante. Aun así, el experimentado detective no dejaba de calcular posibilidades. Billy, Durando e Iganico se hallaban sentados en la barra del bar a cierta distancia; Eliot no era más que un gordo de mierda comedor de albóndigas que más tarde o más temprano tendría que parar de golpearlo para coger aire; el chaval estaba sentado en una silla no muy lejos de él, tapándose la cara para no ver la paliza; y, por último, pero no menos importante, su vieja Colt M1911 se encontraba encima de una mesa próxima a la que podría acceder casi estirando el brazo. Pero para ello tenía primero que soltarse de las cuerdas que lo aprisionaban.
—Te crees muy listo, ¡eh! Tú sí que eres un puto paleto irlandés —le gritó Eliot mientras hacía un alto para enjugarse el sudor de la cara.
Ese fue el instante en que todo cambió. Las cuerdas de las manos, que se habían aflojado a causa del sudor y la sangre y del mal nudo realizado por Iganico, permitieron a O’Flannagan soltarse del todo, estirarse hacia su pistola mientras apretaba los dientes a causa del dolor y accionar el gatillo sin solución de continuidad. Las primeras tres balas impactaron en el enorme torso de Eliot, la cuarta le alcanzó en el centro de la frente. Giró por el suelo y se puso de rodillas para disparar en dirección a Billy; el primer proyectil silbó cerca de su cabeza y este saltó tras la barra del bar para parapetarse; la segunda y tercera bala alcanzaron a Iganico en el pecho, el cual ya tenía, igual que Duranco, la Thompson dispuesta para escupir fuego. Cuando iba ya a por el último esbirro de Billy, este apretó el gatillo de su ametralladora y el detective tuvo que lanzarse al suelo para protegerse tras una mesa, a pesar de lo cual una de las balas lo alcanzó en el brazo con el que disparaba. Al instante comenzó a manarle abundante sangre. Pensó que aquella situación no parecía mejorar, más bien todo lo contrario. O’Flannagan rompió el mantel de la mesa que le hacía de escudo y se practicó un torniquete improvisado. Recargó la 1911 y, cuando Duranco cesó en los disparos, se levantó y le voló la cabeza desde más de veinte metros. Después corrió hacía la barra y, sin pararse a pensarlo mucho, la saltó, hallando a Billy con una escopeta recortada apuntándole a la cabeza.
—¿Qué coño quieres? —preguntó con cara de sorpresa el gánster.
—Me habían pagado por devolver a Tony con su madre, pero ahora también te quiero volar la sesera.
Sin más palabras ambos apretaron el gatillo.
Tras disiparse las volutas azuladas del humo producido por la pólvora, Tony vio como el duro detective saltaba por encima de la barra lleno de sangre, luego se calaba un sobrero que no era suyo, se encendía un pitillo y le guiñaba un ojo.
—Vamos chaval, tu madre te espera y yo quiero probar ese Terraplane Sedán que está aparcado en la puerta.
Acerca del autor
Escrito por: Luis Molina Aguirre (@AMusageta)
Luis Molina nació en Madrid en el mes de junio de 1974. Cursó estudios de delineación, posteriormente de informática y Derecho. Fue militar profesional, escolta privado y desempeñó distintas funciones en el terreno de la seguridad que le llevó a viajar por toda España.
En la actualidad compatibiliza su labor de escritor con la de analista informático, además de colaborar habitual del periódico masbrunete.es, así como en otros diarios digitales. Está casado y tiene un hijo.
Su primer acercamiento al mundo de las letras fue a los catorce años escribiendo un relato corto llamado «Viaje al año 2999». Desde entonces diversos poemas, novelas, ensayos y varias decenas de relatos cortos han visto la luz, entre ellos destacan:
– Relatos cortos: «Añoranza»; «Sin inspiración»; «Último viaje»; «Hacia Sant Michael»; «Desayuno amargo»…
– Una antología poética, «Vivir soñando».
– Antologías de relatos, «Réquiem por un misterio» y «Cuarenta y un relatos de terror y misterio».
– Novelas: «El asesino del pentagrama», «El tesoro visigodo», «Juego de dioses y peones», «La capital del crimen».
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