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Durante largas caminatas, el gnomo Melgo Berlongo se preguntaba cómo sería el Valle Oscuro. Llevaba dos días cruzando el bosque que rodeaba el valle, paseando entre árboles retorcidos de muy diferentes formas y colores, alimentándose de setas, alguna que otra planta que tomaba “prestada” del jardín privado de alguna bruja de los bosques, y también disfrutó por dos veces de las infusiones y los mareos de los extraños inciensos y pociones, que acompañan siempre a los druidas que viven en el interior de árboles y grutas.
El gnomo Melgo Berlongo, no deseaba volver a su país El Jardín, y tampoco a la ciudad Siempre Viva. Todos trataban a los gnomos como a una plaga, y por si eso fuera poco, ahora los raptaban y esquilaban para vender su pelo a los humanos calvos y a los enanos sin barba.
Clavados sin ningún cuidado, Melgo pudo ver carteles con un tosco mensaje seguido de una foto en blanco y negro de lo que parecía ser un ogro. El cartel decía así:
Se busca
Ogro de escasa estatura, chaqueta de pana, y bastón parlante robado.
No intenten detenerlo. No dudará en usar la fuerza y sus nocivas flatulencias para escapar. Avisen a las autoridades de la ciudad Siempre Viva.
Quien ofrezca las coordenadas más precisas será recompensado con una aldaba avisadora último modelo.
Melgo sonreía cada vez que veía uno de los carteles. Lo último que haría sería avisar a ninguna “autoridad”. En todo caso le aconsejaría sobre qué setas comer en el bosque, o cuales son los jardines más accesibles de las brujas del bosque. Nada de eso, el gnomo Melgo Berlongo, solo tenia una idea en mente, asentarse y vivir en paz el resto de sus días, lo más alejado de la gente trajeada, y los ogros educados con chaquetas de pana, y eso solo lo podría hacer allá donde nadie se atreve a ir, el Valle Oscuro.
Al tercer día, Melgo se encontró con un río y un puente de piedra labrada que lo cruzaba. El gnomo aventurero se acercó más, y pudo ver para su asombro que el puente también estaba empapelado, pero no eran como los carteles de “se busca” del bosque, en éstos, todos traía escrito:
¡Cuidado!
¡Troll bajo el puente!
No le preocupaban los Trolls, no era como en los días antiguos en que se dedicaban a cosas más dignas, como devorar caballeros y raptar niños humanos, ahora hacían de matones para las gentes de la ciudad, y sin duda, éste era un guarda que evitaba el paso a cualquiera que quisiera ir al Valle Oscuro.
Se acercó y gritó.
-¡Tú! ¡Troll bajo el puente! ¿Me comerás una pierna o la cabeza si cruzo por tu casa?
Bajo la piedra cubierta de musgo, apareció una cabeza abultada gris, con ojos saltones blancos, y una boca abierta medio desdentada.
-Cregía que nugca podrgia ejejcer mi pofesión, pego tendrag que agugarme, no veo tan bieg cómo cuagdo ega mogzo. Las Catagatas me tieg medio ciejgo.
Melgo sonrió, y sacó su pipa cargada de tabaco aromático, “regalo” de un druida del bosque.
-¿Qué guele tán bieg? ¿Eggg tabagco de druigda? Ayyy llevgo tagto tiempgo comiegdo mugsgo y pegces muegtog que ya no sé cómo ega egso de vivig comodamegte
Melgo le habló como quien habla a un amigo después de no verlo en mucho tiempo.
-Como amigos ya jurados, podría compartir contigo mi tabaco, y como amigo, podrías dejar que cruzara tu puente.
El troll salió del todo, dejando al descubierto un cuerpo bastante delgado, cubierto de escamas y granos. Se sentó en el borde del puente, con un pez podrido mordisqueado.
-Mu bieg, ya toy mu viejo pa etags cogas, yo compagtiré mi comigda y tú, tu tabagco.
Melgo Escomelgo, titubeó al ver el pez apestoso, pero si el tabaco de druida, y las plantas de bruja no lo habían matado, no le haría daño el tufo de un pez muerto.
Encendió la pipa y dejó que su nuevo amigo cabezudo le diera una calada bien larga. El troll anciano, calló de espaldas con la cara repleta de felicidad y sus orejas moviéndose desacompasadas. Melgo por su parte, se tapó e hizo como que le daba un mordisco al pez, luchando por no vomitar las setas del aperitivo. Lo acercó a su cara mientras decía.
-Mmmm qué rico amigo, qué rico.
El Troll lo miró con cara de pasárselo en grande.
-Pego qué hacegg, comeglo crugo…jajaja pego si egso tieg que cocignase.
Melgo no le quedó más remedio que esperar a que el troll lo cocinara. Se hizo de noche y su anfitrión quiso que se quedara a dormir. Melgo aceptó, pensando que podría escabullirse cuando éste se durmiera. Pero estaba muy cansado, y durmió profundamente hasta el día siguiente.
Al amanecer se despidió del troll y cruzó el puente directo a lo que quedaba de bosque, con la esperanza de llegar por fin al tranquilo Valle Oscuro.
Antes de que diera comienzo la hora del basilisco, ya podía ver el límite del bosque, lo que parecía hierba, y…no podía creerlo, el puente del troll una vez más. Con la boca abierta, y la barba rozándole el suelo, se acercó al puente donde el troll viejo y medio ciego le esperaba.
-No egs tag fagcil de egcontrag ¿vegdad?, nunca egtá donde pagece. Pero yo siempgre egstoy en gsu frontera.
El troll se acercó al cansado gnomo, y le pasó una mano abultada y pringosa por el hombro.
-No te precupeg aquig nugca falgta de ná. Puegdes quedagte toa la vigda si lo deseags.
Al fin y al cabo, tranquilidad y muchos kilómetros de por medio, era lo que buscaba, y quizás, unas memorias, una cómoda casa de madera y musgo a orillas de un río que cambiaba mágicamente de posición, no era una mala manera de pasar sus últimos días.
Acerca del autor
Escrito por: Ignacio Castellanos
Vivo en una remota mazmorra asturiana. Una de mis mayores pasiones es escribir historias sobre lugares que nunca existieron, y la construcción de estos mundos es la mayor de todas ellas.
Soy colaborador habitual en el espacio web El Club de la Fábula, al igual que en su hermana impresa Rebelión Galáctica. Ambas, publicaciones dedicadas al género de la fantasía y la ciencia ficción.
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