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“Mami, mami, despierta”, digo bajito para que papá no me oiga. Pero parece que mamá no quiere despertarse de ese sueño tan profundo, como si los brazos de Morfeo fueran muy poderosos. Una vez mamá me contó esa historia: Morfeo tiene unas alas impresionantes que pueden hacer que vuele por cualquier parte del mundo y se dedica a abrazar a la gente para que puedan tener bonitos sueños. Cuando se lo conté a la prima Isa me dijo que eso era solo un cuento y que yo era una niña pequeña que se creía todas las mentiras, pero yo creo que es verdad: mamá se ha quedado tan dormida como si alguien la hubiera abrazado y no la quisiera soltar.
¡Vaya!, Ana escucha como los pies de su padre resuenan sobre el suelo del pasillo, le recuerda a la historia que mamá le contó una noche sobre un gigante que buscaba a un enanito para hacerle daño, y el enanito corría y corría, pero siempre era alcanzado por el gigante. Sin pensarlo, sus delgadas y pequeñas piernas se ponen a temblar. Es un movimiento inconsciente, no puede controlarlo, no puede pararlo, por más que se ponga las manos en las rodillas y se las apriete, no puede parar ese temblor. Como siempre, Ana teme que su padre esté enojado y tiene miedo de él, de sus gritos, de sus feas palabras, de sus ojos oscuros sin luz. Mira a su madre esperando una señal que indique que se ha despertado, pero sigue dormida, esta vez no va a poder ayudarla a salir por la ventana para poder esconderse en el patio de detrás de casa. ¿Qué vamos a hacer? No podemos dejarla ahí, su padre está a punto de entrar. ¡Vamos Ana, sal ya!
Me ha parecido oír que alguien me susurraba algo al oído, pero mami no ha sido, sigue dormida. Pobrecita, tiene las piernas muy frías, voy a taparla con esa mantita tan bonita que tiene todos los colores del arco iris. ¿Dónde estará? ¡Ah, sí, justo ahí! Mamá me contó que el dios Iris tiene ese poder: el poder de dar calor y con los colores de su arco anuncia que los corazones de los hombres y los dioses se han inundado de calor. Seguro que también inunda de calor el corazón de papi cuando entre aquí y vea a mamá tapada con esta bonita mantita. Ahora sí, tengo que salir. Papá ya casi está aquí…
Ana sale despavorida por la ventana: pega un buen salto y cae al suelo del patio trasero. Se ha dado un buen golpe en una de sus rodillas, que empieza a sangrar. Pero eso no va a impedir que Ana salga corriendo, a ella la sangre ya no la asusta. Puede oír como su padre acaba de abrir la puerta de la habitación y ha entrado en ella. ¡Ana, Ana, ¿dónde demonios estás?!, se le oye gritar. Gritos y gritos, muebles que se caen, golpes en las puertas de los armarios. Pero Ana está totalmente callada, bajo la ventana, tapándose la boca con sus manos intentando no respirar para que así su padre no la oiga. Puede sentir como su corazón late muy deprisa, tal vez demasiado, y quisiera pararlo un poco, pero no puede, no puede… Cuando parece que su padre se ha ido a otra habitación para seguir buscándola, Ana sale corriendo hacia el pequeño huerto que está detrás de casa. Parece que su corazón se le va a salir del pecho. Corre a toda prisa, veloz, como si fuera Pegaso que podía volar muy rápido gracias a sus enormes alas blancas. Se esconde bajo una vid que está repleta de uvas moradas y verdes. Cierra los ojos con todas sus fuerzas y espera que todo esto no sea más que una pesadilla, espera poder abrir los ojos y encontrarse en su camita. Pero cuando abre los ojos, Ana se da cuenta de que no es un sueño, se da cuenta de que todo esto es real. Se da cuenta de que papá está buscándola para pegarle una vez más. El temblor que tenía antes en sus piernas se ha subido ahora a sus labios. Apenas puede respirar. Sus ojos se han llenado de decenas de lágrimas que se amontonan una tras otra para empezar a salir, para caer por sus mejillas y rozarle la boca. ¿Por qué papi quiere hacerle daño? ¿Por qué? Ana, cariño, no tengas miedo. Respira tranquila, ya has escapado pequeña, papá no podrá encontrarte ahí.
Ya llevo aquí un buen rato. Creo que papi sigue buscándome dentro de casa. Aún lo oigo gritar de vez en cuando, también oigo como está rompiendo cosas. Papá es muy bueno, pero a veces se enfada y entonces se pone furioso. Mamá me ha explicado que cuando eso ocurre tengo que salir de casa hasta que a papá se le pase el enfado. Siempre me escondo aquí, hasta que mamá viene a recogerme y me lleva en brazos de vuelta a casa. A mí me gusta mucho este escondite: estoy rodeada de un montón de ramitas llenas de uvas, algunas son verdes y brillantes, pero otras son moradas como los brazos y los ojos de mamá. La primera vez que le vi esas marcas a mami, le soplé con mucho cuidado y le puse cremita, pero las pupas de mamá no se curaron, la cremita que yo creía que era mágica no había funcionado. Entonces mami me dijo que no me preocupara porque por la noche vendría el dios griego Asclepios y le curaría las pupas. ¡Y era verdad: al día siguiente no tenía ni una sola marca morada! Voy a coger un racimito de uvas moradas para dárselas a mami cuando venga a recogerme. A mamá le encantan las uvas…
Ana lleva toda la tarde bajo la vid con el racimo de uvas moradas en una de sus manos, esperando pacientemente que su madre venga a recogerla. Pero su madre no llega. Hoy, parece que Asclepios no puede curar sus heridas y parece que Morfeo no quiere soltar a mamá nunca más. Pobre Ana, mírala, todavía le tiemblan las piernas. Ana no comprende lo que ha pasado, pero tú sí ¿verdad? Sí, lo sabes, claro que lo sabes. Qué penita de Ana que cree que su mamá está dormida, qué penita de Ana que se está escondiendo de su padre, qué penita de Ana que está esperando a su mamá con un racimito de uvas en la mano… ¡Oh! Por suerte ha llegado la vecina que ha podido ver todo lo que ha ocurrido. La vecina que siempre calla ante los gritos de la ventana de al lado, que disimula como que no oye ni ve nada. Por fin ha decidido abrir sus ojos y sus oídos. “Ana cariño ¿qué haces aquí? Hace mucho frío”, le dice mientras la coge entre sus brazos para llevarla a su casa. Ana está tan cansada que ni siquiera pregunta por su madre, ni siquiera se da cuenta de que esa noche no duerme en su cama con su mantita de colores.
Nuestra vecina Julia me ha explicado que mamá no se ha podido despertar de sus sueños. Yo le he pedido a Morfeo que por favor deje de abrazarla, pero Morfeo parece que no me escucha. A lo mejor es que mamá le parece tan guapa y tan buena, que quiere quedársela para siempre. Y por eso mami no se despierta… Julia me ha traído junto a ella porque quiero darle un beso. A lo mejor soy como Cupido y mi beso de amor la despierta. Mamá está muy guapa: tiene el pelo cepillado recogido hacia un lado con una bonita trenza, como esas que me hace para ir a la escuela, y lleva puesto un vestido de flores, su favorito. Ese vestido se lo compró el año pasado por su cumpleaños, pero nunca se lo ha puesto porque a papá no le gusta. Está preciosa. Está preciosa. Mamá tiene la piel muy blanca, no recuerdo haberla visto nunca así. Tiene la boca cerrada, sus labios están un poco morados. Parece que sonríe, pero no estoy del todo segura. Ojalá esté soñando cosas bonitas: ojalá esté soñando que el enanito al final pudo derrotar al gigante… Le doy un beso a mamá en la frente. Aprieto con mucha fuerza mis labios contra su piel. Con todas mis fuerzas. Con todas mis fuerzas. Mami tiene la piel congelada, parece que Iris no ha podido calentarla. “¡Vamos, mami, despierta!”, le grito. Julia ha empezado a llorar. Vaya, mi beso de amor tampoco funciona. Julia me mira con tristeza y se limpia las lágrimas que caen por sus mejillas. ¿Por qué llora? Saco de mi bolsillo el racimo de uvas moradas que cogí ayer para mamá y se lo pongo en una de sus frías manos. A lo mejor con el olor, mami se despierta. Vaya, parece que las uvas tampoco funcionan. Julia sigue llorando mientras me mira. Pobrecita. Miro a mamá de nuevo, pero sigue dormida. Parece que nada va a hacer cambiar de opinión a Morfeo. Nada. Así que me dirijo a Julia, le seco las lágrimas de sus mejillas y le digo: “No llores, seguro que mamá está cantando y bailando con Dioniso y Baco entre las nubes…”.
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Acerca del autor
Escrito por: María José Robles Pérez (@marijoseeh)
En Espacio Ulises cuento ya con varios relatos publicados como «Las cenizas de una peonía», dedicado a Hypatia de Alejandría; «Bajo el mar», dedicado a una gran violinista cuyas notas musicales aún resuenan en la brisa; «Anaan» (que se publicará este mismo mes), que nos hace reflexionar sobre la verdad y la mentira. Además, también tengo la suerte de que haya publicado un microrrelato llamado «¡Vamos pajarito!», sobre la esperanza; y una carta dedicada a Virginia Woolf «Te devolverán las olas a mí».
Ediciones Hades publicó un libro de relatos cortos, dentro de los cuales se encuentra «Los restos» de mi autoría, además de mi primer libro que ha sido publicado recientemente «Perdónanos».
Cuento con otros pequeños relatos y microrrelatos publicados en distintos formatos (blogs, revistas, libros, cuadernillos, etc.), con títulos como «Recuérdame», «Te daré mis alas, Anwar», «¿A qué le teme Sun?», «El amor salvará vidas», entre otros.
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Tan triste y tan real…precioso y muy triste al mismo tiempo
Muchas gracias por compartirlo,muchisima suerte a la persona que lo escribió .
Teresa, muchas gracias por tus palabras y por tu tiempo.
Un beso!
En tu línea de poética denuncia de los horrores de este mundo absurdo y cruel, detecto una especial sensibilidad por uno de los colectivos más castigados: la infancia. Este magnifico relato me deja personalmente, además, un agridulce sabor de boca pues utilizas como recurso argumental y de estilo un tema que me es muy grato como la mitología y cultura de la Grecia antigua. Sin más, mi enhorabuena y un afectuoso saludo de mi parte, María José.
Vaya Alex, te has convertido para mi en una crítica esencial de mis escritos, espero con muchas ganas siempre tu opinión, la cual -sin duda- solo hace levantarme el ánimo y me empuja a seguir escribiendo estas pequeñas historias que con tanto cariño escribo.
Tienes razón, la infancia es algo que siempre o casi siempre está en mis escritos de una forma u otra, ni siquiera sé si lo hago de una manera consciente, la verdad. Creo que siento especial afecto por la infancia por eso de que con esa edad los pequeños y las pequeñas no saben aún cómo es el mundo en el que vivimos y, por supuesto, no tienen ni una pizca de culpa de todas las cosas horribles y crueles que ocurre a lo largo y ancho de la vida. Los niños y las niñas son los/las que mas sufren las consecuencias negativas de todo lo malo que hace el ser humano. Y eso, probablemente, es una de las cosas que no me deja dormir. Tal vez por eso veo necesario hablar en nombre de la infancia.
En cuanto a utilizar la mitología aquí entre líneas mezclándola con una historia tan cruel, parece que ahora me he decantado por eso: ya no me conformo simplemente con entristecer, sino con dejar sabores agridulces, porque -al fin y al cabo- así es la vida, ¿no? Creo que es más efectivo eso, es más efectivo el sabor agridulce que el simplemente triste.
En fin, que muchas gracias por tu tiempo, como siempre, y por tus palabras. Eres extremadamente amable y no sabes lo bien que me viene poder leer palabras como las tuyas.
Sin los/as lectores como tú, nada de esto tendría sentido.
Mil gracias, Alex.