―Y ahí estaba el cielo de Madrid…
¡Al fin! Mucho había tardado, pero, como decía el viejo dicho: ¡bien está lo que bien acaba! Dejó el saco sobre el primer tejado decente que encontró y, sacando ese paquetito que tanto trabajo le estaba dando, leyó la dirección de entrega.
―Pero… ¡¿Aquí que dice…?! ¿Es una ‘b’ o una ‘d’? ¿Un ‘6’ o un ‘8’? Claro… ¡normal que se extravíen! Antes los paquetes eran grandes… ¡como Dios manda! Hoy son una birria ¡Muy bien presentados pero…!
Parecía mentira que en pleno siglo XXI, con toda la tecnología que había, su mercancía se siguiera repartiendo a la vieja usanza… claro que… mejor hacerlo así que ir a engrosar la lista del paro ¡Pero por lo menos podían emitir las etiquetas por impresora, y no a mano, que había algunos que tenían una letra…!
Pensó en su trabajo: ¡el mejor del mundo! ¡Ni siquiera el viejo Papá Noël, o los tradicionales Reyes Magos, tenían un trabajo tan agradecido! Aunque… algo debía ocurrir en el departamento de solicitudes, porque el trabajo había bajado un poco. Y luego estaba el problema de la logística: direcciones mal escritas, o erróneas, y muchas devoluciones, sin siquiera abrir el paquetito para ver si coincidía con el artículo solicitado.
En fin, en la empresa decían que lo importante era la satisfacción de aquellos que recibían correctamente su pedido. Volvió a leer la dirección con muchísima atención (no quería confundirse otra vez), lo guardó en el saco y, tomándolo con el pico, voló rauda a su destino.
―¿Lo ven? ¿Ven esa cosita blanca en esa masa negra? ―Ambos padres afirmaron con sus cabezas. ―Pues es el embrión.
―¡Oh! ¡Qué chiquitín! ―La joven agarró con fuerza la mano de su marido.
La doctora les sonrió.
―¡Felicidades! ¡Están ustedes embarazados!
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