Tiempo estimado de lectura: 3 min.
Me quedé sentado sin articular palabra. Ya no tenía ningún interés en seguir escuchando cómo desde la cocina ella me gritaba una y otra vez la misma frase:
-¡Un día me iré y no habrá vuelta atrás!
Esa frase ya la había escuchado cientos de veces y siempre me pareció tan extremadamente vacía de significado que jamás llegué a creerla del todo. «Otro farol, como siempre » se repite constantemente en mi cabeza.
Mientras los gritos continuaban cogí un bolígrafo que siempre dejaba sobre la mesa para escribir y comencé a moverlo rápidamente, como si aquello de verdad fuera a rebajar la tensión que sentía, como si de verdad aquello fuera a tranquilizarme. «Qué iluso».
Anna se acercó y se detuvo a observarme desde el armario.
-¿No piensas decir nada?
Levanté la cabeza pero miré hacia otro sitio donde ella no estuviera. Clavé los ojos en un punto fijo de la habitación que aún a día de hoy no sé identificar con exactitud.
-¿Qué se supone que debo decirte?
Aquello acabó por enloquecer a Anna que subió las escaleras antes de que yo pudiera reaccionar. Sin embargo, y a pesar de lo que todos creen que debería haber hecho, no me moví. Ni tan siquiera traté de seguirla. Encendí un cigarro. Dos. Tres. En menos de quince minutos el paquete se había quedado vacío y los nervios comenzaron a sobrepasarme. Fue entonces cuando dejé de ser inerte y comencé a sentir rabia e ira. Decidí marcharme.
Comencé a repetirme varias veces que toda acción tiene sus consecuencias, una reflexión que tomó sentido para mí cuando recordé claramente cómo Anna me amenazó con llamar a la policía aquel día que discutimos por una absurda silla mal colocada en el salón. Puede que realmente aquella discusión hubiera sido el detonante de los sentimientos de angustia y rabia que ambos sentíamos en aquel momento, pero los problemas siempre habían estado presentes. «Es ella la que tendría que disculparse» pensaba continuamente.
Anna me había recriminado tantas veces que era un ingenuo egoísta que esas palabras calaron en mí hasta tal punto que aquel día mientras caminaba, tuve que darle la razón, aunque debo reconocer que dicho por ella sonaba mil veces más fuerte y más ensordecedor para mis sentidos que si lo hubiera dicho mi propia madre. “¿Realmente tu trabajo está primero antes que yo”? me gritaba ella constantemente. Y yo nunca sabía qué contestar pero el silencio también era una respuesta.
Nunca pude averiguar en qué momento esa pensamiento que Anna manifestaba constantemente en voz alta fue el que se había instalado definitivamente en mi vida, pero sí que creo que mi éxito laboral era más importante que ella porque ambos tenemos una hija que en aquel momento necesitaba recursos médicos en abundancia y, a mi parecer, Anna jamás lo entendió a pesar de ser su madre. Siempre lo achacó a la mezcla de la depresión posparto, las pastillas y su propia actitud y creo que aquello fue lo que la dejó fuera mentalmente de la situación familiar que vivíamos, pero ese no fue motivo para no darse cuenta de los problemas que teníamos y asimilar que los gastos médicos fueron siempre superiores a lo que podíamos permitirnos. Por eso mi trabajo siempre estaba antes que todo.
Acerca del autor
Escrito por: Irene Miguel Picazo (@Emanems_Blue)
Comencé a escribir a los nueve años y, a día de hoy, estoy trabajando sobre distintos relatos y asistiendo a clases de Escritura Creativa.
Desde el primer día que empecé a escribir no he podido parar.
Desde ese día comencé a tener mil vidas distintas.
Como siempre, te invitamos a que nos dejes tus opiniones y comentarios sobre este relato en el formulario que aparece más abajo.
Además, si te ha gustado, por favor, compártelo en redes sociales. Gracias.
Y si te quedas con ganas de leer más, puedes entrar a nuestra librería online
Excelente!!! Bella descripción en pocos minutos de la triste realidad actual que nos rodea.
Bellísimo relato, toda una historia real.